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Secretos en el arte de escribir: disertaciones sobre periodismo y literatura.

Sergio Ramírez: «Leo poesía para escribir novelas» 

Entrevista por Karly Gaitán Morales

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Sentado en el sofá de su estudio-oficina y después de un breve recorrido por la vitrina que guarda, como tesoros preciosos que son, las ediciones originales de sus primeros libros creados a la vieja usanza editorial en una imprenta sencilla de principios de los años sesenta y diseñados con toque clásico al estilo de los libros del siglo XIX, Sergio Ramírez nos cuenta cómo empezó a escribir desde su juventud, lo que pretendía hacer de su carrera literaria desde el primer momento cuando descubrió que su destino era ser escritor y no abogado, su más fuerte miedo al publicar una obra, sus escritores favoritos y, aunque es muy difícil contestar, nos dice cuál es su mejor libro.

 

¿Cuál es la diferencia entre la buena literatura y la mala literatura?

Creo que puede haber muchos puntos de división, pero la buena literatura es la que no se olvida y la mala literatura es la que se olvida después de que uno cerró el libro, si es que llegó a terminarlo. La buena literatura siempre se recuerda.

 

¿Quién valora la buena literatura? ¿el lector, las ventas, los premios literarios, los reconocimientos, la fama del autor?

Fundamentalmente el público, pero de eso no hay que confiarse porque el público puede adorar un mal libro, como pasa con El código Da Vinci.

 

¿Usted cree que es un mal libro?

No es literatura, pero tiene un gran público. De igual manera un libro como Cien años de soledad tiene un gran público y es un libro excelente. Me parece que cuando le digo que no se olvida es porque incluso una generación siguiente lo recuerda. Más bien se lo pondría en estos términos: un buen libro es el que pasa de una generación a otra.

 

¿Qué es la imaginación? ¿Un proceso o algo que surge de pronto?

La imaginación es lo que provoca a otro a imaginar. La imaginación del escritor llama a la imaginación del lector. Esto me parece que es el punto de partida que hay entre una imaginación y otra, y es lo que hace una lectura. El escritor imagina al escribir, el lector imagina al leer, y así se obtiene ese puente mágico que hay en la literatura entre los dos lados, del que escribe al que lee.

 

Si un escritor se expresa sobre temas actuales y en vez de hacer un artículo hace un cuento y se sirve de personajes que no existen, como para criticar o para hacer parábolas sobre la realidad, entonces ¿hasta qué punto está haciendo literatura o periodismo literario?

Lo primero es que la realidad es muy perecedera. Sin lo contemporáneo la literatura no sirve de nada, porque la realidad es muy rápida. Si me propusiera escribir sobre lo que está pasando hoy en Nicaragua, como una novela, y mi propósito fuera que se conociera lo que está pasando hoy, el año que viene ya esa realidad fue sepultada por nuevos acontecimientos, porque la historia es muy dinámica; entonces, se proponga uno denunciar una situación o se proponga informar sobre algo contemporáneo, si no es buena literatura o si no logra un libro tener calidad literaria, es igual como que no lo hubiera escrito.

Y lo mismo es para el periodismo: una crónica que permanece, que informó en su momento, pudo haber sido muy buena, pero también llega a perecer. El periodismo que permanece es el que se recuerda como periodismo ejemplar, como las crónicas de Rubén Darío, del siglo XIX, que se pueden leer como contemporáneas; o las crónicas de Kapuściński, un gran cronista contemporáneo que lo que quiere es lograr un sedimento literario. 

 

¿Qué es la crónica para usted, un género literario o un género periodístico? Esta discusión ha provocado grandes foros, seminarios, diplomados y miles de personas aún no logran definirlo con rigor, o más bien, no aceptan lo que se ha dicho o definido sobre ello.

Es que la crónica es las dos cosas. Una crónica que no tenga garra literaria no va a permanecer y las grandes crónicas son crónicas literarias. Permanecerán en la medida en que se busque un enfoque literario, y vuelvo a Kapuściński, en que el cronista logra utilizar los instrumentos del novelista, no porque mienta, sino porque prepara el terreno y desarrolla la narración con los ganchos de un buen novelista. El buen novelista no da toda la información desde el principio, la va dando en la medida que lo requiere la necesidad de la narración, porque va creando suspenso y termina con un buen golpe final.

 

¿Qué tanto cree usted que ayudan los instrumentos al escritor? Por ejemplo, la computadora, una oficina cómoda y todas esas facilidades. Si hay un escritor que está muy placentero y si hay un escritor que está pasando una situación emocional y económica dramática, ¿quién cree usted que pueda escribir mejor? Esos instrumentos, ¿ayudan a escribir o no tiene nada que ver eso con la calidad del escritor?

Personalmente me ayudan porque me hago una atmósfera para escribir, en este lugar donde estamos sentados hay una computadora y necesito paz, silencio, aislamiento, necesito meterme como en una cápsula espacial. No me gustan las distracciones, pero eso no quiere decir que en medio de las grandes distracciones o de grandes penurias no vaya a salir un gran libro. Por ejemplo, Ernest Hemingway en su libro de crónicas sobre su vida en París, dice que cuando tenía más hambre era cuando mejor miraba los cuadros en los museos y, por lo tanto, cuando mejor se despertaba su sensibilidad. 

 

Pero muchas veces hay momentos en que se está muy contento y quizás así no se le ocurre nada, porque está tranquilo y la vida podría ser llana cuando se está en un estado así. ¿Quién cree usted que es mejor escritor?

El mejor escritor en cualquier circunstancia tiene recuerdos y evidencias. Uno puede llegar a sentarse en un escritorio el resto de su vida, pero antes acumuló lo suficiente para poder escribir. El que nunca salió de su casa difícilmente va a lograr una gran obra literaria, y aún así eso no es cierto porque Marcel Proust tuvo que pasar su vida encerrado en un cuarto forrado de corcho porque era asmático y escribió En busca del tiempo perdido, que es un gran monumento literario. Proust no podía salir, se escapaba de morir con el polvo, con el polen, con lo que fuera.

 

¿Un escritor, cuánto debe escribir todos los días? ¿O es recomendable dejar descansar lo que está haciendo y escribir después?

Me parece que una buena medida son cuatro horas diarias, que es lo que hago, más tiempo no puedo porque viene la fatiga, y tampoco la imaginación está a la orden de uno cuando quiera, porque como decía don Alfonso Reyes: «uno tiene que escribir temprano para quitar la crema del día» y para mí es mejor escribir temprano porque es cuando me siento mejor. Hay otros escritores que escriben mejor a la medianoche, cuando llegan a su casa a las once de la noche y amanecen escribiendo, yo no lo puedo hacer. Pero lo importante es en determinado momento solo escribir, dedicarse a escribir. No dejar de escribir.

 

Si usted está en una reunión o evento cualquiera y se le ocurre algo, ¿anda siempre con una libreta y un lápiz o tiene dominio de memoria y después cuando va a escribir logra acordarse de los detalles y de las oraciones exactas que formuló en su mente? ¿Usted necesita apuntes?

Aquí está mi libreta. Esta es la famosa libreta que usaba Hemingway, la venden en las librerías, se llama Moleskine. Siempre uno tiene que andar con una libreta porque lo que pasa es que cuando uno escribe necesita expresarse por escrito en breve, notas aparte del libro. Cuando estoy trabajando intensamente en un libro y se me ocurre algo de pronto, es necesario anotarlo porque si no se pierde, así en el aire, o cuando uno anota algo que tiene interés o cuando no se está escribiendo nada en específico, se anota todo: un gesto, una palabra; entonces anda uno pendiente de qué oye, qué caza en el aire, en la mesa de al lado, buscando conversaciones, palabras, figuras. Un escritor tiene que anotar todo que le parezca digno de ser anotado, incluso lo que no, esa valoración se hace después, pero por lo menos no se perdió la idea del momento. 

 

¿El escritor debe estar siempre preocupado por su obra? Si está escribiendo una novela, ¿debe estar pensando en ella, preocuparse por su final, por la trama o dejar que simplemente las cosas salgan e ir enlazando todo a medida que van ocurriendo acontecimientos que le traen nuevas ideas?

Me parece que no es cosa de voluntad, en la medida que una obra avanza y avanza y uno llega al clímax de esta, la obra lo llega a poseer a uno, uno se vuelve un poseso, no puede liberarse.

 

¿Se siente como que los libros se van escribiendo solos?

Sí, porque se vuelven independientes, se toman el libro, se toman la mente, se toman la casa, uno se vuelve como un poseso, está lleno de fantasmas y esa me parece que es la única manera en que un libro logra el clímax, cuando el libro se sale de las páginas.

 

Cuando usted deja un libro por alguna razón, ya sea por un viaje u otras actividades y después vuelve a trabajar en él ¿lo relee todo?

Es lo que me está pasando en este momento. Estoy escribiendo una novela que empecé a principios de año. Estuve ausente casi un mes [en Alemania] y estoy releyendo desde la primera línea porque no tengo dominio sobre lo que he escrito ni sobre los detalles de la trama. Tengo que volver a meterme en la atmósfera, en el libro, para poder seguir adelante.

 

Cuando comienza la primera línea o el primer capítulo, ¿tiene trazado lo que va a ocurrir, sabe el final?

Relativamente. Puedo querer ir a un lugar, pero a lo mejor el viento me lleva hacia otro lugar. Ni aún con la escritura que necesitaría más premeditación puedo hacerlo. 

Estoy escribiendo una novela policíaca y necesita mucha premeditación porque se debe ir con mucho cuidado tejiendo la red, pero ni aun así, porque los personajes se escapan, las situaciones se escapan. Creo que la imaginación es muy rebelde en cualquier plano.

 

Cuando está escribiendo, ¿consulta el diccionario? Por ejemplo, si va a escribir sobre un personaje que es filósofo, ¿consulta libros o enciclopedias especializadas en Filosofía? O en el caso de un personaje que es loco, ¿lee sobre las enfermedades mentales o se le ocurren cosas que tienen que ver con su conocimiento básico? ¿Tiene libros de cabecera para cada obra?

Cuando escribí Castigo divino, por ejemplo, me metí muy hondo en la figura de Oliverio Castañeda, como psicópata, yo sabía en su momento cómo era este personaje, creía saber cómo hacer este personaje. Atractivo, pero muy complejo. Tuve varias conversaciones con el doctor Mario Flores Ortiz, que era psiquiatra, hablamos sobre la personalidad del psicópata y luego leí libros de psiquiatría, sobre los psicópatas, incluso mandé a buscar mis viejos texto de criminología, de medicina legal, de cuando estudié Derecho. Esto para poder reconstruir lo que quería hacer, porque una cosa es imaginar y otra cosa es fundamentar la imaginación, hay cosas que uno no las puede imaginar porque entonces se volvería un charlatán. La imaginación tiene lamentablemente un único momento.

 

¿Qué libros debe leer un escritor? ¿Los libros que nos gusten mucho o debe leer todo lo que se pueda? Por ejemplo, si a usted le mandan revistas y libros, cosas que no las ha pedido y que nunca había pensado tenerlas, ¿lee todo, cada cosa hasta su último detalle o selecciona por temas? ¿O siempre lee lo que se supone que es verdaderamente importante?

En primer lugar, el escritor es un vicioso de la lectura, no solo de la lectura literaria sino de todo lo que está escrito, todo lo que está impreso. Una cosa es lo que uno lee por interés literario de aprender los secretos de la escritura o cómo son las culturas. Uno lee con ese vicio los escritos de otros escritores: desmontar la escritura, como hace un niño con un juguete, que lo desbarata porque quiere averiguar qué es lo que hay dentro. Esa es una clase de lectura muy penosa, uno ya no lee por placer sino por descubrir, por aprender. Y luego está lo que llamaría la lectura secundante, como decía usted, revistas que recibo, porque me llegan muchas revistas en inglés, español, alemán… quiero saber qué libros se están publicando, qué artículos hay, qué hay de nuevo, no solo en la literatura sino también en la política, en el mundo. Ese es otro nivel de lectura. 

Y todavía hay otro tipo que es el de leerlo todo, leer hasta las instrucciones de los medicamentos, leer la letra menuda, los anuncios clasificados en el periódico, porque en cinco líneas de un anuncio clasificado puede haber una historia. Uno lee: «Se vende mobiliario como nuevo, cama, mesa, escritorio», entonces uno dice aquí pasó algo, un desastre, una tragedia familiar, un divorcio. Hasta en eso hay historias. Uno tiene que desplegar las múltiples antenas, porque uno vive de la captación, de lo que está pasando en el mundo y de la lectura. Cuando estoy escribiendo una novela dejo de leer novelas. Leo poesía, porque el lenguaje se siente mucho mejor, volviendo a mis poetas preferidos, leyendo poesía para meterme en un lenguaje literario a la hora de escribir.

 

¿Lee poesía para escribir novelas?

Sí, así es. Leo poesía para escribir novelas.

 

¿Cuál es el mejor entrenamiento para un escritor joven o para un escritor incipiente? ¿Escribir, escribir, escribir mucho, o leer, leer y leer mucho?

Las dos cosas. Cuando uno está joven escribe, escribe y escribe y lee, lee y lee, no puede ser de otro modo. Y uno escribe sin premeditación, como debe ser. Cuando tenía 17 o 18 años escribía en galerada, como se hacían antes las pruebas de imprenta. La metía a la máquina, larga la hoja para no tener que estarla sacando. Escribía con gran premura, esa premura la he perdido, porque ahora medito más lo que escribo, pero hay que leer y leer y escribir y escribir, si no es así lo que uno hace se desmonta.

 

En cuanto a los grandes escritores de todos los tiempos, ¿cuáles cree que son los mejores?

Lo que pasa es que eso depende de cómo se hizo uno como escritor. Cuando empecé a escribir quería ser cuentista. No relacionaba para nada el cuento con la novela. Quería ser cuentista y me dediqué a aprender las técnicas del cuento y a leer muchos cuentistas, de manera que los maestros de entonces, y en los que sigo creyendo mucho, fueron los cuentistas como Chéjov, Balzac, Hemingway y Edgar Allan Poe. En el género del cuento esos serían los mejores. Y luego entré a la novela, pero de una manera muy separada. Esa es una segunda etapa para mí, la novela. Leía mucho a Thomas Mann. 

 

¿Escogió a Mann como lectura de su aprendizaje por su buena imaginación o por su buena técnica y estilo literario?

¿Cómo mide uno los libros y a sus autores? En mi caso, cuando era joven leí La montaña mágica y me deslumbró mucho. Me dejó una atmósfera a la que quería siempre regresar. Una atmósfera que me seducía mucho, la atmósfera del escenario de esa novela, en los Alpes suizos, me atraía fuerte y me dejó una memoria recurrente. Cuando un libro lo penetra a uno así es un libro memorable. Luego cuando leí Los Buddenbrook tuve una experiencia diferente, cuando leí Doctor Fausto, también. El Doctor Fausto me pareció un libro mucho más profundo, pero quizás menos atractivo de lo que para mí fue La montaña mágica

 

¿Cómo un escritor joven puede saber si lo que escribe va a ser útil?

Esa es una duda que nunca se resuelve. No creo que nadie pueda resolver por sí mismo esa duda, que además es personal. Depende de cuánto tenga uno, o crea tener desarrollado el sentido crítico. Porque, ¿cuándo un escrito, un cuento o un relato está listo? Uno dice: «Ya terminé, esto va para fuera». Es difícil fijar ese momento y uno tiene que usar un criterio subjetivo muchas veces y poder tener la fuerza para decir: «Hasta aquí, hasta aquí llegué y esto ya está», aunque se quede con muchas dudas, porque uno siempre las va a tener. Por eso es que se siente terror del público, cuando alguien va a leer por primera vez lo que uno escribió, cómo le va a parecer.

 

¿El público le causa terror? 

Sí, terror, a todo escritor le pasa.

 

¿Aun con la trayectoria que usted tiene?

Sí, lo que pasa es que todo escritor teme que algo suyo sea mal recibido, porque un escritor, aunque tenga trayectoria, está expuesto a escribir algo malo.

 

¿Ha tenido miedo de escribir una novela que se publique, se venda y los lectores digan: «¿Ah, Sergio Ramírez ya no escribe como antes, ya no es el mismo Sergio de Castigo divino, de Margarita, está linda la mar»?

Sí, ese es mi gran temor, siento muchísimo temor de eso. Lo que más anhela uno es que le digan que cada libro es mejor que el anterior. Eso me parece que es lo que da más seguridad. Cómo es posible que se escriba un libro mejor que el anterior, esa es la mejor alabanza, que le digan a uno que no ha decaído. Yo creo que debe ser muy triste para un escritor que le digan que lo único que valió la pena fue su primer libro y quizás lo escribió 40 años atrás, porque eso quiere decir que ha pasado el resto de su vida perdiendo el tiempo.

 

En las conversaciones y disertaciones sobre literatura, o en las críticas literarias siempre se escucha y lee que sus mejores libros son Margarita, está linda la mar y Castigo divino, pero si usted escucha la conversación y dicen: «Era mejor Castigo divino, Margarita no me gusta», pero Margarita, está linda la mar tiene un premio internacional reconocido. ¿Cómo se mediría usted en ese caso?

Yo sé que en Nicaragua el libro que la gente prefiere es Castigo divino. Pero el libro que mejor ha recibido la crítica es Margarita, está linda la mar, no solo por el premio Alfaguara sino porque tuvo una excelente crítica. Sin embargo, considero que un libro como Mil y una muertes es mejor que los dos. Eso es lo que yo creo, ese criterio no está establecido.

 

Y entre los dos primeros que mencionamos ¿Cuál cree que es mejor?

Creo que Margarita… no sé. Es muy difícil decir eso porque lo veo desde otro punto de vista. Los dos libros están escritos en momentos diferentes. Me sentí pagado al terminar de escribir los dos libros, desde un punto de vista que es el único que yo creo que uno puede asumir como escritor. Y es que uno siente que su trabajo es responsable, profesional, que no es nada chapucero, que estudió las cosas hasta el último detalle. Eso es lo único de lo que uno puede estar seguro.

 

¿Pero a usted cuál le gusta más? Si se sale de sí mismo, va a una librería y están los dos libros, pero solo puede comprar uno, no tiene tanto dinero, ¿cuál se compraría?

Es difícil decir eso, no sé. El argumento de una novela de William Styron, que se llama Sophie’s Choice (La decisión de Sofía), consiste en que una madre en Polonia, en el campo de concentración de Auschwitz, llega como prisionera, pero no era judía, sino que la habían sorprendido comprando un jamón y era prohibido comprar en el mercado negro. Entonces la llevan a un campo de concentración. Ahí llega como cualquier otro, con un niño y una niña. Cuando están separando a las madres de los hijos, ella se aferra a los hijos y comienza a gritar. Los hijos van a la cámara de gas y entonces el guardián dice: «Bueno, le voy a dar una gracia, escoja uno, con quién se quiere quedar». Por eso se llama La decisión de Sofía, porque ¿qué hace una madre con sus dos hijos en esa situación y le dicen escoge uno, uno va a la cámara de gas y el otro se va a salvar? 

Así que es difícil. Considero que los dos libros tienen sus propias virtudes y que podría recomendar los dos, pero necesariamente uno tiene que ser mejor que el otro, sin embargo, no los puedo comparar. He oído a García Márquez decir que la gente está equivocada cuando piensa que Cien años de soledad es su mejor libro. Él me dijo: «Esa es la mitología, ese es un libro lleno de mitologías porque el mejor libro es El amor en los tiempos del cólera». Pero ese es su criterio personal. Sin embargo, él no tendría ninguna duda de decir que Cien años de soledad es una cosa extraordinaria, algo que ya quedó como uno de los grandes clásicos de todos los tiempos, de la historia.

 

Ya pasó, como usted dice, de una generación a otra y muchas más.

Muchas generaciones. Va a cumplir cuarenta años, se publicó en 1967; varias generaciones han pasado por ese libro.

 

En su caso, Castigo divino también pasó de una generación a otra.

Sí, va pasando de una generación a otra.

 

Entonces es un buen libro, como usted dijo hace un rato: «los buenos libros son los que pasan de una generación a otra». ¿Será que Margarita, está linda la mar pasará?

Eso no lo puedo decir yo. Creo que los dos son buenos, no sé, seguiremos en disertaciones, no puedo decir yo esas cosas, son los lectores.

 

Nuevo Amanecer Cultural, I Parte 3 de marzo de 2007. 

 

II Parte, 10 de marzo de 2007.

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