Selección poética
Por Andrés Abella

Memoria
Las raíces de mi memoria
son venas que surgen del polvo
Recuerdo el ayer como si fuese mañana
A veces es un espejismo
de latifundios microscópicos
o un peldaño de promesas
La desgracia orbita la miseria,
extendiendo la constancia sideral
El pasado fue un ser humano
La muerte allanó la superficie del agua
Se llevó al amigo de mi hermano,
a una familia entregada su fe de invierno
a un brasero
Vida, muerte, lluvia y hojas secas
siguieron siendo vida
Mi árbol es un faro
Un manotazo de paciencia y espera
Un arcoíris del tamaño de una puerta
Tiempo
Cada año es un anticipo del otoño
De la flor a la hojarasca hasta la revelación
No es un tiempo perdido la tragedia de las estaciones
Amanecer en la conciencia / ocaso del placer
Doradas frutas en el umbral del camino
Haikú
Árbol de jade
El viento no distingue
lo que derriba
La escuela
Caminé tantas veces la corta distancia
entre dos puertas
La soledad colmaba barriles sin fondo
desde el primer día de clases
Me escondí en mi pupitre de los analfabetos
Leía en secreto por miedo a las burlas
La directora era la mujer de un policía
Vigilaba mi infancia y el futuro del país
Habían pasado dos años desde el golpe de Estado
y un volantín en el cielo competía con el universo
¿Conseguiré ahora romper el candado de la duda?
Recuerdo zapatos mordidos por calles de tierra
Las lecturas del silabario con mi padre,
quien entonando las letras se olvidaba
del significado de las palabras
Caminé tantas veces la corta distancia
entre dos puertas
Ladrones
Llenaban trajes vacíos con el vacío de sus cuerpos
Aparecían de noche con toque de queda
Hurtaban pantallas carentes de imágenes,
sustraían hasta la comida rancia de los restaurantes
Amenazaron a mi abuela con las sombras de sus ojos,
robándole la memoria mientras dormía
Al día siguiente me miraba sin verme,
convertida en un objeto en medio de la calle.
El pasajero
Soy pasajero en un bus Verde Mar
La velocidad me espanta y fascina
Rezo mientras observo la luna
desde la pisadera
Observo al pisar tierra
la cruz de la capilla
y el gran árbol de más allá
Él era el guardián
de mi existencia infantil
En la calle de mi casa
había un cuartel policial
Sus furgones
emisarios de la muerte
tenían el peso
de la memoria
En aquellos días
el terror superaba
al consuelo y al dolor
En mis años verdes
todo se ocultaba
en la ambigüedad
del silencio
Un orden
arbitrario y cruel
desgarraba las almas
perdidas
La pena mayor del pobre
es su amor a los uniformes
Judas
Con trapos viejos
alambres y palos
hacíamos el Judas
El testamento
leído por un adulto
se burlaba de la estupidez
del vecindario
Bajo la lluvia de monedas
los niños olvidábamos
las culpas y pecados
El fuego purificaba los defectos
¿Por qué no teníamos dudas
dónde se ocultó la conciencia?
El arte de la traición
se hizo costumbre,
un nudo en los rosarios
La felicidad se convirtió
en cenizas
Navidad
Dicen que los niños
no ponen atención,
pero es un mito
Cuando pequeño
todo era real
Cada noche
una guirnalda
de constelaciones
y la Cruz del Sur
Cuando la lluvia
bendecía las ventanas,
yo soñaba con un veranillo
El frío era un cielo
de un color imaginario
Ansiaba las últimas notas
mirando mis viejos cuadernos
Volvían las luces
cuando la aurora esperanzada
repartía obsequios y promesas
La navidad era un refugio del futuro
El amor antes de la pérdida y la ausencia
Elegía de invierno
Recuerdo la lluvia
cubriendo con una capa
de fría seda
el metal y el adobe.
Era una sinfonía
de clavos y alfileres
cayendo sobre los tejados.
Intentaba tocarla
con mis pequeñas manos,
pero ya no pertenecía
al tacto.
Recuerdo también
la fugaz garúa
y su eterna vocación
de disfrazar las cosas
convirtiéndolas
en espejismos de ellas mismas.
La neblina azul
evocaba sueños
que se perdían
en los chapoteos
de mis botas.
Me asustaba el vendaval
de los temporales,
su clamor indescriptible
en los intersticios
de San Roque.
Sin embargo,
me aventuraba hasta Playa Ancha
y cuando miraba atrás
Valparaíso entero parecía
un instrumento de viento.
¿Qué timbre o campana
podía compararse
a la sonora pedrada
del granizo?
Era mejor
que el helado
cuando lo vaciábamos
en tazones colmados
de azúcar y canela.
El frío era tan sádico
como mi madre,
que me obligaba
a envolverme
en papel de diarios
debajo de la camiseta.
Mis intentos
por desplazarme
en el mundo
sin estruendo
eran estériles.
El frío
se deslizaba
perpetuo
por los cerros.
En mi adolescencia,
en los años sin padre,
aplastaba mis huesos.
Era veneno,
puñal y fuego
que mi madre
y mis hermanos
hacinados
en una cama
no podían conjurar
con el calor
de sus cuerpos.
La madre de mi madre
Bajo tu mirada triste
sonreían las flores,
los gomeros
nunca se secaban
y hasta los gatos
parecían canarios
El aire descifraba
la sutura del amor
en tus cicatrices
Helechos y animales
percibían diferencias
entre el dolor
de tus rodillas
y el de tu alma
Aunque cocinabas mal,
gracias a ti ahora
soy un hombre grande
Nunca me cantaste
canciones de cuna
y tus cuentos
no eran felices
Tu memoria hervía
con dualidades
y violencias
La miseria te salvó
de la muerte, pero
condenándote
a vivir oculta
Contigo supe
acusar al Viento Norte
y a los hipócritas,
culpando de todo
al Espíritu Santo
Hasta el presente
me odio por desperdiciar
la cara de Dios
en los restos de mi plato
Necesito pedirte perdón
Mi única esperanza
es soñar contigo
y verte serena
regando tus plantas
Primer amor
La interminable espera
por el fin de la infancia
La ansiedad por tu ser
y la música de tus palabras
Tu sonrisa fue un ventana de luces
Tus manos ejecutaban una coreografía
Éramos frágiles, pero queríamos ser fuertes
Nada supe de la belleza
antes de tocar el perímetro
de tu cuerpo
En tus besos
cabía mi imaginación,
mi boca vacía de recuerdos,
el silencio y la carencia
Éramos caóticos en la multitud
o en las calles desiertas
Así desapareció el ruido
y se extinguió la prisa,
hasta fumarnos sin filtro
el vértigo de la adolescencia
La paliza
Los hombres no lloran
cuando los militares
pisotean sus cuerpos,
quebrándoles las costillas,
arrancándoles las uñas
Ni cuando los acusan
de locos o criminales
o les roban las fotografías
de sus hijos
No lloran con el fin
de una guerra
o el comienzo del exilio
Tampoco con el dolor
de la pólvora
El amigo de mi padre
dormía con un deseo en su mente
No tenía una venda en los ojos
ni las manos amarradas
Quizás soñaba con mástiles,
con él mismo envuelto
en nubes luminosas
A golpes le abrieron los ojos
No era inocente ni culpable,
sólo una conciencia apagada
Jamás había llorado, porque
siempre supo las razones
de sus desgracias
La brutalidad venció su estoicismo
y el llanto no le dio consuelo
Fiebre
Un día
la fiebre
envolvió
mi garganta
como un anillo
Seducido
con el cristal
de las alucinaciones,
perturbado
con el pincel
de las pesadillas
El virus mordió mi piel
El tiempo fue un embudo
La fibra de la muerte
aplastó mis testículos
Pero nunca
tuve miedo a la nada
Entre el dolor y yo
no hubo enemistad,
sino un pacto
de supervivencia
La enfermedad
se volvió
una fortaleza,
mi conciencia
interrogó
a la eternidad
Mi cuerpo
se confundió
con los objetos
y aprendí
a desmayarme
como si nunca
hubiera existido.
Cesantía
¿Por qué las aves
destruyen sus huevos?
¿Por qué el hambre,
el terror y el desconsuelo?
El bosque y la ciudad
no son tan diferentes
Sin agua ni alimento
mueren a la intemperie
A algunas semillas
les salen alas
y huyen lejos
Cuando cayeron
los pilares del sustento,
el peso alicaído
se descolgó del dólar
Los hombres
siguieron rumbo
al aeropuerto
Cientos y miles
de trabajadores
llenaron las calles
y después
las dejaron vacías
Mi padre sin resignación
ni incertidumbre
tomó un avión
para alcanzar un barco
y navegar el sueño
de tener una familia
Los despidos continuaron
Cerraron las fábricas
En una tarde verano
nos reunimos
con los compañeros
de mi viejo
No fue en el Sporting Club
ni en los circos
del Marga Marga,
sino en el cementerio
de Playa Ancha
Un obrero no pudo
con su angustia
y con un arma
puso fin a su familia
Ahora sé por qué las aves
prefieren destruir sus nidos
Haiku II
El cerro gime
Talaron el gran arbol
Adios al nido
Frontera
Corrí hacia los Estados Unidos
perseguido por automóviles
veloces y furiosos
Soslayé la muerte,
fui testigo de algunas
Quedé colgando en una reja
y corté el cordón umbilical
en la caída
El golpe fue un alumbramiento:
llevaría para siempre
el estigma de Caín
Dejé de ser
Hijo
Hermano
Amigo
Nieto
Y me convertí
en migrante
Crucé el umbral de la conciencia
Trabajé sin documentos
durante dos años y medio,
sin goce de vida
ni de sueldo
Recogí frutas en los huertos
y las vendí en las calles,
al borde de las balas
La “migra” era un bus blanco,
arrojando sus redes
sobre los cardúmenes
de los miserables
Recuerdo
al viejo depravado
ofreciéndome dinero
por una fellatio
Renuncié a ser un niño,
a cambio de ser
un hombre a secas
Aprendí a ser moreno
y odiar a las nuevas jerarquías
Me rebelé otra vez,
pero contra mí mismo

Andrés Abella, periodista y poeta nacido en Valparaíso, Chile, en 1970. Actualmente reside en Silver Spring, Maryland. Estudió Producción y Conducción de Radio en el instituto AIEP de Viña del Mar, Lengua y Literatura Inglesa en la Universidad Católica de Valparaíso y Periodismo en la Universidad Estatal de San Francisco en California. Trabajó como periodista y editor de noticias por más de 15 años en medios impresos y electrónicos. Actualmente trabaja para la Red Católica de Inmigración Legal, apoyando los esfuerzos para lograr una política migratoria humana y justa en los EE. UU.