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  NARRATIVA  

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Black Dog

Sarnidad

Por Tyrone Aragón

Toni había perdido el recorrido escolar que lo traería de regreso a casa. Resignado, emprendió el camino por la ciudad. Cuando ya le faltaban unas cuadras para llegar, notó a Bakira, su cachorro de rottweiler de ocho meses, en una situación bastante rara con un perro callejero. Por su escasa edad, y por no haber visto nunca algo similar, aquello era desconocido para él. Se trataba del cortejo canino: perro macho oliendo el trasero de perro hembra. Perro macho saltando en dos patas y jadeando. Perra hembra orinando el asfalto. Perro macho orinando y revolcándose sobre el charco de orines dejado por la perra. Después Toni observó como Bakira se quedaba quieta de espaldas al perro. Y éste, en dos patas, la montaba, se movía frenéticamente una y otra vez, una y otra vez... 

Toni corrió para liberar a Bakira de lo que fuese aquello. Recogió dos piedras y las lanzó contra el perro callejero. El animal asustado le mostró los dientes en un intento determinado por seguir apareándose. Pero Toni, también obstinado, persistió y logró alejarlo lanzándole cualquier cosa que encontraba en las cunetas. Luego regañó a Bakira por estar en la calle y por dejarse hacer esas cosas. Al mismo tiempo pensó en su madre. Solo había una forma de que Bakira estuviera afuera: alguien la había soltado. Y eso sólo lo podía hacer ella. 

Al entrar a casa Toni miró a su madre sentada en un sofá limándose las uñas. La atmosfera de la sala estaba como siempre impregnada del olor a la acetona y pinturas de uñas. El suelo acumulaba gruesas capas de polvo y había por doquier toda clase de desechos: envolturas de cosméticos, bolsas plásticas, recipientes de poroplast que alguna vez contuvieron la comida chatarra que solían comer pues a la madre cocinar le parecía una actividad despreciable, ya que le recordaba los gritos de su propia madre cuando aprendiendo a preparar los alimentos la golpeaba por no ser hábil, por su escaso talento culinario, por su torpeza calculando las cantidades de agua para el arroz (¡otra vez te quedó masoso, horrible, parece mezcla!), aceite para freír un huevo (¡estos huevos están nadando en aceite, sos una chancha, están incomibles!), la sal en las comidas (¡si no somos vacas no me jodas!), etc. Aun así Toni siempre preguntaba al regresar de la escuela si había comida preparada. El acto mismo de preguntar le regalaba segundos de esperanza, pues imaginaba en dichas fracciones de tiempo que su madre (como sus compañeros de escuela le comentaban que sus madres les decían a ellos al regresar a casa) le respondía a él con el menú del día: cerdo adobado con papas, arroz y frijoles fritos. ¿Te sirvo ya?

— Mamá, me rugen las tripas, hoy sí que traigo hambre —le dijo. 

—... 

—¡Mamá!  ¿Hay algo qué comer?  Me vine caminando desde el colegio y sabés qué miré ya casi al llegar: que a la Bakira la estaba atacando por un perro por atrás... ¿Por qué la desamarraste,  mamá?  Ya sé que no la querés pero porqué la dejaste salir. Solo tenía que estar amarrada. Ese fue el trato. Eso me dijiste cuando la traje: que se quede pero va a pasar amarrada.  Así no te iba a estorbar. ¿Ya no te acuerdas? 

—Toni... ¿querés bajar la voz?  Se me está partiendo la cabeza en dos partes de un dolor hijuepueta y vos acabás de  venir y no parás de hablar,  ya hasta los ojos siento que se me salen... pero… ¿cómo fue eso de la perra?  

—Sí, que cuando la traje solo tenía que estar amarrada, ese era el trato, pero andaba ahí en la calle y yo no la solté.

—No eso, imbécil, lo de la perra y el perro, que la atacaban y no sé qué...

—Ah… pues un perro, en dos patas, la tenía por atrás y no sé qué le estaba haciendo...

—¡Se la estaba tirando,  baboso!... te hacés el pendejo.

La madre se levantó con prisa, tomó el teléfono y en una acción automática marcó un número, se llevó el auricular a la oreja y mientras esperaba a ser atendida, puso la mano desocupada perpendicular a sus ojos: inspeccionaba su manicura recién aplicada, sus cutículas removidas minuciosamente para que la uña no se debilitara, los sitios donde había aplicado más pintura y por tanto se veía más grueso y menos estético, los bordes limados que sobresalían de los pulpejos asimétricamente entre sí. Pensaba en todo lo que aún le faltaba reparar para verlas perfectas. 

—Aló... al fin respondés... no, no, no llamo para eso hombre, vos vivís en llamaradas, componete. Mirá, ¿sabés cómo hacerle un aborto a un perro?

—.... 

— Fue hoy, hace —observaba el reloj de pared— una media hora quizá... sí, fue la única vez que pasó.... no sé, no sé cuántos años o meses tiene la maldita perra... 

—Tiene ocho meses, mamá —le dijo Toni, quién se había puesto muy cerca de ella para escuchar algo. 

—Ocho meses tiene la perra asquerosa...

-.... 

— Dale pues, esta noche está bien. No me quedés mal que juro que me la pagás también, ¿oíste?...

Toni de súbito se sintió preocupado. Aunque no sabía qué era un aborto, percibía que en la noche le harían algo a Bakira y tenía miedo. Una huracanada sensación de impotencia se agolpó allí mismo donde la imaginación dotaba de significados terroríficos a aquella palabra. De pronto ya no tenía hambre y de sus ojos brotaban lánguidas gotas cristalinas que limpiaba rápido para que no las viera su madre. Tampoco se atrevía a preguntar. Si lo hacía, ella lo golpearía como otras veces por entrometerse en asuntos de adultos. No podía hacer nada más que esperar y tener a Bakira muy cerca mientras tanto. 

—Sabes qué… vos no  servís ni para evitar que nos volvamos cada día más pobres, parece que no te das cuenta de la situación en la que vivimos… te vale, no te importa, cómo crees que le daremos de comer a más perros… si nada de esto sale bien te juro que esa perra se va de mi casa ahí nomás, no voy a dejar que para aquí. Ya sabés. Y no empecés a mariconear que te voy a pegar de verdad para que llorés con ganas. 

  • Es que yo no sabía…

— Vos jamás te das cuenta de nada, estoy segura que si me tardaba un minuto más en parirte hubieras sido retrasado, vivís en la luna, o al saber dónde, pero nunca te das cuenta de nada, esa es la maldita excusa que siempre me das. Y hoy no hice nada para comer, ¿qué esperabas?, si tenés hambre agarrá dos galletas que están arriba del refrigerador y sacá un HiC de pera. Y sácalo rápido porque se gasta luz cada que se abre ese trasto que no sirve para nada. Ah… y fíjate bien que ya hay poquitos, así que ahorrá, bebete unos sorbos nada más para que te pasen las galletas  y déjá algo para mañana.

— ¿Solo dos galletas?

— ¿Qué estás diciendo? 

— …. 

— Dos galletas sí. Es lo que hay. Comete eso y sacá esa perra de mi vista. Llevatela. 

— Mamá pero... ¿y el dinero que me manda mi papa?  

— ¿Tu papa?  No me mencionés a ese cerote nunca más, en esta casa no se habla de ese mierda. ¿Te quedó claro? Suficiente tengo con soportarte la jacha a vos que es igualita a la de él, ¡que martirio que hayas salido idéntico, qué pecado señor! Vos que tanto vivís pensando en él y que te hace tanta falta, pues sabé que hay que vivirle rogando el culo para que te pase los riales, siempre es un pleito írselos a pedir y ni que los diera con gusto tampoco, y para lo que alcanza… ¿sabés para lo que ajusta con la miseria que te da?...  ¡Para galletas!  Así que hartatelas y pensá en tu papi cuando lo estés haciendo. No me mirés así, maldita sea, largo... andate de aquí. ¡Te dejó recién nacido, le valiste verga, nunca te quiso, ni a mí ni a vos, imbécil, salí de aquí!

Toni se encaminó hasta el cuarto. Detrás de él le seguía Bakira con las orejas caídas y una expresión en la cara que dejaba en evidencia la increíble percepción de los canes con respecto a los sentimientos de sus amos. Fue hasta él cuando éste se hubo acostado y le aulló bajito para que la dejara subir a la cama. Toni la alzó con dificultad, la rodeó con sus bracitos en posición fetal hasta que se hizo de noche y su madre irrumpió con gritos y violencia. 

— ¡Toni, bajá a esa maldita perra de la cama ya! —dijo al mismo tiempo que golpeaba la puerta para acrecentar la ira de sus palabras. — ¿Sos estúpido o qué? No ves que ese animal estuvo en la calle todo el día…

—Pero yo no la dejé salir —decía Toni con la voz al borde del llanto.

—No me contestés así, Toni, cerrá las tapas mejor sino querés que te voltee de un vergazo. Oíme bien: no podés salir del cuarto sin importar lo que oigás… Yo soy tu madre, yo te parí, yo te cagué, si salís de este cuarto no respondo… te vas a dormir porque lo digo yo.

— ¿Pero qué le van a hacer a la Bakira? 

—Que te durmas, Toni, ya te dije, dormite. Además aquí la única que hace las preguntas soy yo, ¿dónde has visto, ahora te tengo que rendir cuentas a vos? No te equivoqués… —Le dijo su madre tirando la puerta. 

Aunque intentó por mucho tiempo dormirse, cuando escuchó que en la casa se elevaba el ruido de una persecución, Toni se imaginó a Bakira corriendo por todos lados, evitando ser capturada para que no le hicieran eso que él había escuchado llamaban ´´aborto´´. Corré, corré duro, seguí corriendo —le gritaba desde adentro— no te dejés agarrar, buscá la salida y no te cansés pronto, continuó diciendo hasta que ya no se escuchó nada más que la voz de la madre distorsionada por la distancia. 

Al día siguiente cuando se despertó, Toni fue primero en busca de su cachorro. La encontró echada dentro de un hueco en la tierra que ella misma excavaba. Se arrodilló y empezó a besarla con frenesí. Estas viva, perrita mía preciosa —le decía entre caricias y abrazos— no te pasó nada, te sigo viendo bien bonita como siempre… yo sabía que no te ibas a dejar agarrar, sos fuerte, muy fuerte. Ahora te voy a dejar con más nudos para que no te vayas a la calle, y así los otros perros no te atacaran, ni mi mamá querrá hacerte algo, pero tenés que portarte bien: ya no debes morder la soga, ni botar la comida porque aunque no te guste siempre hay que comérsela, ¿no sabés que hay perritos muriéndose de hambre en otros países más pobres?... ni te hagás popo en la pasada pues mi mamá se llena los zapatos cuando sale, tenés que portarte bien perrita mía preciosa… 

 

Los días pasaron y la madre de Toni no volvió a soltar a Bakira. Había pensado en que aquella deliberada decisión de soltarla y echarla a la calle  para que no volviera más casi acababa en una camada de nefastos cachorros. En algún momento después de practicado el aborto, ella había soñado que la perra todavía estaba preñada y de pronto le explotaba la panza, le salían docenas de perritos negros que lloraban por todas partes al mismo tiempo, se defecaban arriba de las camas y destrozaban todo a su paso; el sueño acababa cuando crecían de un momento a otro y con una hambre voraz la atacaban y se la comían pedazo por pedazo. 

Por su parte Toni continuó yendo al colegio todos los días, procuraba no perder el recorrido y volvía febril de alegría para jugar toda la tarde con Bakira mientras su madre miraba telenovelas y se perfeccionaba las uñas. Una noche, mientras intentaba dormirse, percibió pequeñas ronchas en sus muslos, le picaban tanto que llegaba a explotarlas con la fricción. No sabía cuántas de aquellas ampollas tenía, pero de repente empezó a desesperarse por la comezón que sentía por todos lados. Se estrujaba contra las sabanas, se golpeaba las partes del cuerpo más inaccesibles, tomaba los juguetes con superficies duras y rugosas y las ocupaba para rascarse pues las dos manos ya no le bastaban para saciar el escozor. Después vino el llanto: gritos agudos, lamentaciones y gemidos de  horror por las ampollas explotadas de las cuales miraba manar sangre y pus, por el  ardor in crescendo que no se aliviaba con nada, por  la conmoción de sentirse cubierto por aquel material viscoso y rutilante, por la insolente sensación de abandono, por su madre que osaba en no escuchar el auxilio. Todo aquello hasta extenuarlo, hasta que se cansó de insistir para ser escuchado, hasta que el exudado de cada ampolla se formó en costra, hasta que su cabecita se apagó y con ella su cuerpo liberado del vacío se entregó al sueño. 

Por la mañana su madre abrió el cuarto y se acercó con sigilo hasta la cama de Toni. Su cabeza algunas veces no se ponía de acuerdo: al despertar sintió culpabilidad por haber ignorado el llanto de su hijo, el cual no dejaba otra interpretación más: sus lamentaciones se trataban de verdadero sufrimiento. Pero al mismo tiempo, al verlo descansar, al estar consciente de su presencia, pensaba que merecía que le sucediera algo malo. Pues consideraba que su vida misma era una serie de malas rachas desde que lo había parido. 

En una de las paredes del cuarto colgaba la foto del padre cargándolo el mismo día del nacimiento. Lo sostenía envuelto en una sábana amarilla. Del bebé no se veía nada, pero el rostro del padre sonreía. Una sonrisa que a simple vista se juzgaba de natural, pero que la madre odia porque recuerda cómo había surgido: la enfermera de aquella sala repitió la foto tres veces pues no lograba convencerlo de que mostrara un rostro alegre. Sonría que es su hijo, le decía. Si aquí no se le ha muerto nadie. A ver sonría otra vez, con ganas, le animaba. Y él después de la foto definitiva le había respondido: sabe que sí, se me ha muerto una parte. La enfermera había hecho un comentario que ella no recordaba pues en ese mismo momento le arrebató al bebé y comenzaron a discutir. Su hijo ahora estaba frente a ella en la cama, las sabanas lucían curtidas ya que no las lavaba con regularidad: sus manos no soportaban el detergente y su hijo siempre las ensuciaba rápido, no valía el sacrificio, era una pérdida de tiempo. Ahora no sabía con cuales sentimientos acercarse a Toni. ¿Por qué se habría quejado toda la noche? ¿Se lo merecía? ¿Qué debía sentir como madre? Entonces  fue hasta él y de un tirón le quitó la sabana esperando que con esto se despertara: Toni estaba desnudo, toda la superficie de su cuerpo revelaba la respuesta de sus lamentaciones. Ella se quedó observándolo, pasmada, llevándose las manos a la cabeza… de repente en hondas arcadas ascendieron por su esófago los ácidos estomacales matutinos. 

—Toni, Toni… —Le intentaba despertar todavía sin reponerse del asco. — ¿Qué comiste por Dios santo que te dio tremenda alergia? Toni, levantate. —Y apartaba el rostro de la piel llagada. 

— No comí nada, mamá — Le respondía Toni desperezándose. 

—Dejá de decirme mentiras, solo mirate, producís asco, toda la vida me he pasado diciéndote que no comprés comida callejera, pero sos un necio, un imbécil que siempre quiere llevarme la contraria. Ahora estas aquí, rascándote como lo hace la perra, ¿qué pecado estaré pagando por haberte parido?, me tenés harta Toni, metete al baño y no salgás hasta que te saqués la última de esas  ronchas, y no irás al colegio así, de ninguna forma lo voy a permitir, después son las habladurías del vecindario sobre el supuesto maltrato que te doy, yo te educo, te formo para la vida… quitate, ya deja de mirarme, salí de mi vista… 

Toni después del baño fue naturalmente en busca de su perra, y en efecto, como su madre le había dicho, Bakira se rascaba contra las paredes con el mismo afán que él reconocía.  Yo sé cómo se siente —le empezó a decir—, dejame rascarte también, yo tengo dos manos que te sirven y vos solo podés usar una pata a la vez. Y así pasó parte de la mañana, rascándola hasta que la perra se quedaba dormida, y esperándola para cuando se despertaba y la comezón volvía. Aquí están mis manos, Bakira —le decía— son tus manos también. Y no se aburría de repetir la misma actividad por horas. 

La madre trataba de ignorarlo, no soportaba ver en lo que se iba convirtiendo su piel unos días después: gruesas capas escamosas con curvilíneos surcos llenos de granos asemejando el suelo erosionado, ampollas pustulosas y ronchas sangrantes. Llevame al doctor —le había dicho Toni— ya no aguanto, me pica mucho. Y ella le había contestado que no había dinero para comprar los medicamentos carísimos que los médicos generalmente prescribían porque en la farmacia pública jamás había más que paracetamol. Que además aquello le serviría de experiencia para no desobedecer más. Entonces Toni se rascaba delante de ella pues sabía que su madre no lo toleraba y luego se retiraba a llorar. 

Por las noches su madre le dejaba el cuarto abierto para poder dormir, pues de lo contrario él la desvelaba con sus quejidos. Entonces Toni, sabiéndose retribuido, se iba al patio, buscaba a Bakira y se echaba con ella en el hueco de tierra que la perra excavaba todos los días con más profundidad. Allí Bakira le prestaba sus garras afiladas y gruesas para rascarse… después él le devolvía el favor con sus dos manos.

— ¿Y Toni? — Le preguntaba el tipo que la madre había llamado la noche del aborto y que ahora estaba ahí para recrearse sexualmente.

—En su cuarto, ¿en dónde más? Le dije que ni se le ocurriera salir porque hoy te tocaba venir.

—¿Por qué nunca me dejás verlo? Ya está creciendo, ¿no crees que necesite una figura paterna?

—Toni no necesita otro padre, ni yo necesito que vos lo seas. A mí lo único que me interesa es por lo que nos miramos de vez en cuando. No te equivoqués y dejá de insistir cada que venís, no podés, no quiero que se involucre con vos.

—No necesito ser su sangre para llegar a quererlo.

—Tampoco yo, pero no he podido… ¿Entonces qué, venís a volar lengua o a qué? 

 

Y mientras se acostaban la madre pensaba en Toni. Sarna con gusto no pica — decía—  y si pica no mortifica.

Tyron Aragón.jpeg

Tyrone Aragón Escritor nicaragüense (Managua, 1996). Es doctor en Medicina y Cirugía. Participó en el Taller de Poesía del Centro de Investigaciones Lingüísticas y Literarias de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, Unan-Managua (2015). Fue seleccionado para recibir el taller de creación literaria impartido por Sergio Ramírez (2016). Textos suyos han sido publicados en México, Venezuela y España.

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