Pequeña recopilación de poemas
Por Salvador Gutiérrez
La habitación oscura
Hay telas en las esquinas,
chivas por doquier,
papeles en el piso,
y un bonsái en la pared.
Hay una sombra sigilosa,
que al marcar las tres,
propicia en el aire
un aroma a hiel.
Desasosegada me vigila
con su risa que rechina,
se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!
Pero el alba al renacer
adosa consigo la aureola,
extinguiendo los entes
que deambulan sin formas.
La noche es cómplice de la locura
como cuando cantan los gallos
y aúllan los perros,
al marcar las tres;
como la sombra de la habitación oscura
que se acerca a mi oído
a decirme: ¡ven!
Escribir un poema es tan difícil
«Difícil cada vez más la poesía»
Carlos Martínez Rivas.
Escribir un poema es tan difícil,
cuando ya casi todo está escrito.
Al poeta sólo le hace falta decir,
menoscabadamente, que la poesía,
y más ahora, se ha convertido en un mito.
Nos hizo falta tener alas,
descender al infierno,
creer en el Diablo antes que en Dios,
y darnos cuenta, que al final de la muerte
no hay más nada.
Todo es en vano.
No cuando se encuentra la palabra
ante el hecho real o imaginario,
que a toda pregunta sin contestar
se formara ese Pájaro en el cielo,
o el Caballo salvaje en la colina,
—tampoco es para tanto— porque si no es
el misterio y la gloria, entonces la ruina.
Los poetas se parecen tanto a los Ícaros,
sobre lo más elevado.
Derretidas alas por el sol,
para hundirse por siempre en el mar.
Si yo te contara…
y antes, Corbière: “Maldito este oficio de perros”.
Los poetas, al igual que los dioses, y los santos,
están muertos.
Sólo los atesora la palabra,
extraviada, oral, echada viento
y el silencio, pero no en la memoria íntima.
Imagino que todavía existen algunos por ahí,
cargando nidos en sus pechos,
o transformando en señales
todo lo que tocan con las manos
sucias o limpias,
metiéndolas al fuego por quien aclama
y se posa desnuda fijamente
ante la rosa mirada.
¿Qué sé yo de la pintura, poesía?
Si bien Henri Toulouse Lautrec,
pintó el cuadro Dans le lit: le baiser,
donde en una cama, besándose y abrazadas
dos prostitutas-lesbianas, amigas de él,
evidenciaron la naturaleza retratada
entre el amor y la sencillez,
de las parisinas noches de Bohemia.
Yo, con estos versos, ¿qué pretendo hacer?
¿Qué se yo, de la pintura, qué se yo?
Que he vivido lejos de esa vida en promulgaciones,
pero muy cerca del licor.
¿Qué sé yo poesía?
Si estos hombres que aseguran conocerte,
o sentirte, creyendo, haberte visto, reflejada
alguna vez, en una mujer desnuda,
o en un inmenso lago,
o en un hombre caminando de noche en harapos,
o en la simbología mística de la Luna,
qué sé yo.
No me mires con esos ojos de envidia.
Sí tú, que lees esto, sin haberte todavía aburrido
de mis algarabías, te digo:
¡La poesía lo es todo!
¡Amor, odio, sufrimiento, muerte!
Es todo lo que me queda, en estos días,
en que escribo, tanto sereno como embriagado,
¡Qué sé yo! Torpemente.
Epitafio
Cuando llegue el día en que nos falte el aire
y la luz ya no entre a nuestros ojos
y sea la tumba la que nos aguarde:
por favor, no tengan piedad de nosotros.
Dios orgiástico, que bien lo sabes todo,
desde mis más simples errores
hasta cada uno de mis logros,
te imploro, que no me perdones,
cuando forme parte del aire
y mis ansias inmortales sean una con el polvo.
Ni ella pudo perdonar,
si fue su culebreo de serpiente
y su sonrisa atrayente y lasciva
¡Mi condenación! por morder
de esa manzana podrida. . .
Y cuando llegue el día, y la hora
en que mi pecho crepitante ni al respiro asista,
cuando mi garganta en hosquedad suelte
el último clamor, ya sin saliva,
y me silencie para siempre
delante de la muerte que se avecina,
sobre el desgarro de mi pobre alma
de orquídea, ahí, en un ataúd abierto
dejaré estos versos que serán los restos de mi vida.
Y yo que creí
A Hazel Reyes Bolaños
Y yo que creí burlar el inexorable y brutal
poder del Amor
heme aquí
C o n d e n a do como la piedra a ser piedra
como la flor a ser flor.
Y tú que sobre todos los hombres
me elegiste a mí,
vasta e inimaginable sensación elevada
a la potencia del corazón raudo:
Mirada, gesto, palabra
Así un secreto ceñido a los labios
¡Oh! Las líneas de tus manos como un epigrama.
Salvador Gutiérrez (1997), Managua, Nicaragua. Estudia Comunicación en la Universidad Centroamérica. Algunos de sus textos han sido publicados en la revista digital Liberoamérica. Ha participado en el primer y único festival de poesía emergente “Cantos de vida y esperanza”.