Minificciones
Por Alberto Sánchez Argüello
LOS INCONVENIENTES DE LA ASOCIACIÓN LIBRE
El psiquiatra pronuncia la primera palabra, con la entonación más fría posible. El paciente la descompone en fonemas, se los traga y los devuelve convertidos en una escena con una mujer dando el pecho a un bebé violeta que suelta el pezón para reírse tan fuerte, que salta el vidrio de las ventanas del consultorio, activando las alarmas de los autos del vecindario. El ruido asusta al paciente, que se transforma en una parvada de palomas que huyen hacia el cielo, sin dar las gracias y sin pagar la cita.
EL SALVADOR DEL MUNDO
Siempre evité incursionar en la política. Habría terminado en la oficina oval, con el botón rojo a mi alcance, listo para destruir el planeta en mi primer período. También decidí no habitar en casa alguna, y me mantengo alejado de lugares públicos, así prevengo accidentes químicos o piquetes mutantes que podrían transformarme en un monstruo capaz de destruir ciudades enteras. No me permito hacer amigos que se dejen llevar por mi labia maléfica y terminen creando una secta que lleve al exterminio de toda nuestra especie. He optado por vivir como un nómada de la basura, para poder salvar al mundo de mí profunda maldad.
BAILAR BAJO LA LLUVIA
En las tardes lluviosas extraño a mi Yaya. Nos encerrábamos en su cuarto y su voz suave me arrullaba al ritmo de las gotas. Me contaba las historias más maravillosas. La del gigantesco pez que creó el mundo con un bostezo, la de los gatos que se comían las sombras, la de los monos que mancharon la luna.
La que más me gustaba era la de las muñecas que querían ser humanas. "Contámela de nuevo Yaya", le decía, "pero con voz fuerte porque me duermo". Ella me sonreía y me aseguraba que en el inframundo hablan y caminan las muñecas perdidas. Me contaba como subían por las raíces del gran árbol, escalando a través de los mil mundos, hasta llegar a este. Cuando les da el sol, me decía, su piel se vuelve de carne. “Pueden vivir entre nosotros, pero sin mojarse la cara, eso todas lo saben”, agregaba con seriedad.
Ahora que estoy sola puedo escuchar su voz bajo la tormenta. El cielo está cerrado y algunas bandadas de pájaros luchan contra el viento.
Giro al ritmo de una música antigua, mientras el reflejo de los charcos me muestra mi rostro, completamente borrado.
DESPUÉS DE NOSOTROS, EL DILUVIO
El anciano camina despacio hacia las olas y se sienta en la arena a esperar la muerte del sol. La brisa marina activa su memoria. Recuerda una sinfonía de Debussy en el celular de su abuelo, los torpes intentos de su hijo para aprender a tocar la flauta en el refugio, el silbido de miles de bombas en el cielo, la respiración suave de su esposa agonizante.
Ninguna lágrima asoma por su mejilla. Quince años de soledad lo han drenado por completo.
Al escapar de las ciudades, muchos se fueron al norte, cerca del polo, creyendo que encontrarían sobrevivientes. Él podría ser el último ser humano sobre la tierra. Sin radio ni televisión es imposible saberlo.
Ya se refleja el sol en el agua y pequeños anfibios desconocidos, salen debajo de la espuma amarillenta. Al verlos, recuerda las historias de Darwin y se los imagina creciendo, multiplicándose, diversificándose durante miles, millones de años, hasta dar con una especie que herede una tierra libre de humanidad.
El hombre se levanta y camina hacia ellos. La sinfonía de Debussy vuelve a su mente, mientras los va pisando uno a uno, asegurándose de que ninguno llegue hasta el bosque.
EL ATENTADO
Los primeros rumores sobre un intento de asesinato al presidente de la república nos llegaron una navidad. Un grupo radical se infiltraría en una conferencia de prensa, con la cooperación de un diario opositor. Cancelamos todas las comparecencias públicas del presidente, e iniciamos una investigación. La falta de cooperación nos obligó a cerrar diarios y encarcelar editores y reporteros. Luego, nuestros espías en las fronteras nos informaron que los radicales se habían aliado con gobiernos vecinos. Construimos muros, cavamos fosas, cerramos el aeropuerto y prohibimos la entrada a cualquier extranjero. Hubo algunos inconformes que hicieron piquetes en las calles y los grandes productores protestaron en el campo. Procedimos a implementar de manera permanente el toque de queda y la ley marcial. A treinta años de aquella navidad, seguimos esperando el atentado.
Alberto Sánchez Arguello (Managua, Nicaragua 1976) Psicólogo, escritor e ilustrador. Ganador del primer concurso de cuento versión juvenil de la Fundación Libros Para Niños de Nicaragua (2003). Primer lugar en el VII concurso nacional «Otra relación de género es posible», en la categoría cuento, de CANTERA Nicaragua (2007). Primer lugar en la categoría lengua castellana de IIª Convocatoria Internacional de Nanocuento Fantástico y de Ciencia-ficción (2012). Columnista en la revista Literofilia. Algunos de sus cuentos han sido traducidos al inglés, portugués, italiano, alemán y vietnamita.