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Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos [Selección]


Por Marco Antonio Murillo

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Los siguientes poemas forman parte de la obra "Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos", ganadora en 2020 del Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco que otorgan la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y el Museo de Ciencias Ambientales.

 

 

THE EMILY DICKINSON’S HERBARIUM

 

 

Todo poema es un arte botánica.

Lo dijo Emily Dickinson,

o cuando menos lo pensó,

mientras diseccionaba un par de versos

y oía el aire tímido de Massachusetts

correr entre los árboles que visitaban Main Street.

 

Rota alcancía de olores

fue el poema, era una mañana

de sabiduría vegetal:

las estrofas

saltaban de los espinos de la memoria

y se confundían con los fantasmas del olfato.

 

De pronto, escribir

se parecía a salirse de nuevo

de la habitación (casi siempre cerrada)

y encontrar alguna flor que aún hable del frío:

cómo el invierno nunca muere,

cómo persiste en las fibras

que retuercen la primavera.

 

El Lilium lancifolium, por ejemplo, o lirio tigre,

era como apretarse el calor en los huesos

y escribir contra el herbario:

es tan poco el trabajo de la hierba, al morir

debe deshacerse en fragancias

que se queman dormidas.

 

Es tan poco el trabajo del poema

que apenas si abona algo a la tierra,

ese sentir que tras cada línea,

cada verso recién regado,

los muertos

nos dan el último nervio de su juventud.

 

O acaso afuera de la habitación, lejos

de una mesa dispuesta para la soledad,

las hierbas, las plantas y los árboles

sin más fruto que la muerte de la tarde,

nada dicen

de esta vida, sólo crecen esperando

a que las estaciones o las pisadas

de algún animal digan algo por ellos.

 

 

 

EN DEFENSA DE ALLEN GINSBERG

 

Como un naranjo sordo

la tarde de Nueva York entra

por las persianas y se lucifera

en el olor pálido de una pipa.

Jadeante de marihuana, exhausta

de cenizas es un colibrí

asomado a la boca de Allen Ginsberg,

como a la luz podrida de un girasol.

Y Ginsberg, enemigo del blanco y negro de ciertos sentidos,

comienza a mirar las ramas

que le salieron a algunas líneas suyas:

¿Es sólo el sol

que brilla

una vez

para la mente, el chispazo

de la existencia

que nunca existió?

                                                                                    

Fumar, entonces, es esto:

no una neblina muerta, sino el sol

de quemarse el cerebro

y que las neuronas sobrevivan a las cosas pasajeras.

Los muertos perduran

entre los muebles crudos de la habitación.

Ocre es el oxígeno que respiran para impregnar sus huesos

por última vez de una primavera humeante.

Acaso de las hierbas quemadas vengan

sus olores detenidos en el tiempo,

eso que de su rumor ha quedado:

aspirar es presentirlos,

respirarlos es soñar con los pulmones

un huerto de milagros vegetales.

 

Ginsberg, el botánico maldito,

el segador de humo, cala

los rescoldos de su pipa

y de una bocanada concluye su poema:

¡Muerte, contén a tus fantasmas!

Ahora las sílabas se han vuelto

delgados tallos de cristal

que astillan y tajan y cortan si la mano

necia intenta corregirlas.

No es cierto que el verso sangre, uno,

acostumbrado a la vida, es el que sangra.

 

 

 

 

Los siguientes poemas forman parte del libro “Derrota de mar” (Jaguar Ediciones, 2019)

 

ALFABETO DE PÁJAROS
(Fragmentos)

1

escucha el canto entre los dos umbrales: uno ávido de aves lejanas, extiendes la mano y su alfabeto es inasible; otro, más cercano al sueño de tus pies, está lleno de pesadas aves, sus plumas han encontrado en la tierra un pequeño rincón de pereza. Yo prefiero imaginar la quietud de estas al vuelo de aquellas otras. Su canto es el sonido de las cosas que hunden sus alas en la tierra. El canto del cuerpo apenas toca el aire, aletea, y dibuja contra la arena la pesadez de las sombras o la levedad de la luz.

 

2

pájaros en la mano. No los que surcan las Antillas en continua migración o reman años-ala más allá de las nubes, nubarrones como islas recién descubiertas; sino pájaros de papel, recortados con tijera, pegados a la piedra pómez en bandada o en fila. Son versos, vastas líneas sobre el alfabeto terrestre; se doblan se extienden musicalmente como un acordeón. Pájaros, no las grandes aves corredoras de plumas averiadas, sino el zorzal que se arranca de las pinzas del aire, pequeño cuerpo por la brisa disecado, puesto a girar sobre el cuadrante de una brújula de bolsillo.

 

3

pájaros. Los he visto extender las alas anchurosas. Los he visto ampliarse más que el canto del gallo que despierta al pueblo, o las aves migratorias, ligeros pilotos que miran en cada ciudad iluminada la guía de sus propias constelaciones. Pájaros. Abren sus alas y son más anchas y pesan más que mi canto.

 

DISCURSO SOBRE LAS BALLENAS

Destrozada a golpes por los colores de la tormenta,
un pedazo de madera de junio emerge
y extiende sobre el aire húmedo sus islas volcánicas,
no quema este ancho mar, no quema la espuma que brota
…..de la espalda, busca
sin embargo el silbo el canto el olfato el atisbo y luego
…..el incendio
bajo las aguas: así es su amor,
como cuando niños descubrimos lo poderosos que
…..son los sonidos del mar,
amor que pesa
en la nota que dejó hace días un ahogado y que ahora
…..vuelve
a su extraño país monocorde, amor
la muchacha del muelle, preñada
la boca de historias y cuentos sobre enormes peces
…..y mandrágoras,
fue ella quien amó a todos extensamente
en el lento flotar de diferentes luces y profundidades,
fue ella quien habló de las ballenas,
manchas de petróleo que se hunden y ensanchan
las vocales del abismo
en el océano, tierras sumergidas en una sola mirada,
una ballena, dijo mientras
se vestía, una ballena es todo el Mar
de los Sargazos, nadie sabe dónde habitan o qué lentitud
gobierna el pesado canto que extiende el oído sobre la
…..superficie,
para quien la divisa, la ballena es una casa
en medio del camino entre dos mares, la tierra y la lengua
no son hogar,
nido de pájaro en el mástil
es este oficio de hundirnos en el olor de la marea, ahora
que no escucho más, que no sueño los brazos de esa mujer
…..de boca extensa,
sé que no existen las ballenas,
sé que esto que miro es sólo una enorme tabla del naufragio
…..que es junio,
pero sé que ella existe
y sus muelles y su cuerpo
y su costa preñada en la que anclábamos por sus historias,
las ballenas no son casas en mitad del mar, ella sí:
arpones, pedazos de un coral madreperla,
mascarones de proa, madera de raras canoas, collares, oscuras
…..riquezas habían en su voz
y sus labios como un húmedo y abierto almacén.

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Marco Antonio Murillo (Mérida, Yucatán, 1986). MFA en Creative Writing por la Universidad de Texas en El Paso. Lic. en Literatura Latinoamericana por la UADY. Premio Nacional de poesía Rosario Castellanos (2009), Premio Estatal de la Juventud en Artes (2015) y Premio de Poesía Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco 2020 con el libro Tal vez el crecimiento de un jardín sea la única forma en que los muertos pueden hablarnos. Ha sido Becario del PECDA (2009), del University Grant (2013- 2016) de la Fundación para las Letras Mexicanas (2016-2018), y del FONCA Jóvenes creadores (2019-2020). Es Autor de los poemarios Muerte de Catulo (La Catarsis Literaria, 2011; Rojo Siena, 2013), La luz que no se cumple (Artepoética Press, 2014) y Derrota de mar (Jaguar Ediciones, 2019). Como antólogo fue coautor del libro Casi una isla: Nueve poetas yucatecos nacidos en la década de los ochenta (SEDECULTA, 2015). Ha sido editor de la revista Bilingüe Río Grande Review (2013-2015), parte del Consejo de Redacción de la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea (2015-2016) y de la revista Pliego 16 (2016-2018).

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