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La sociedad novohispana.

Estereotipos y realidades

Por Solange Alberro

PARECER DE LOS VIRREYES  QUE GOBERNARON LA NUEVA ESPAÑA


Los virreyes que gobernaron la Nueva España en la segunda mitad del siglo xviii no manifestaron mucho interés por los indios; Francisco de Güemes y Horcasitas, primer Conde de Revillagigedo —1746-1755—, fue sin duda el que más los mencionó. Refiriéndose a ellos, escribe lo siguiente en las instrucciones que dejó a su sucesor, el marqués de las Amarillas, Agustín de Ahumada y Villalón:

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Los indios, por su estulticia, abatimiento y miseria, son el objeto de la Real compasión y favorecidos por muchas leyes que promueven su defensa, alivio y amparo, encargando los buenos tratamientos que se les deben hacer, su libertad, enseñanza y educación en varios títulos de la Recopilación, en cuyo cumplimiento deben poner los virreyes el mayor empeño; porque a más de la humildad y pobreza con que esta gente llama la atención, es tan necesaria en el reino, que sin ella, o se sentirían calamidades y escaseces, o se levantarían a insoportable precio los comestibles y otros frutos precisos a la vida, pues son los indios que benefician las sementeras, pastorean los ganados, talan los montes, trabajan las minas, levantan edificios, surten sus materiales y finalmente, a excepción de ultramarinos, proveen las ciudades, villas y lugares de los más de los víveres y muchos artefactos, a costa de su fatiga, y con tan cortos jornales que se dejan inferir de la incomodidad de sus chozas, en la rusticidad de sus alimentos y en el poco abrigo y grosería de sus vestuarios.16


El primer Conde de Revillagigedo, que retoma los términos de “abatimiento” y “miseria”, constantes en las apreciaciones concernientes a los indios, es tal vez el primero y el único en mencionar su “estulticia”, es decir, su “necedad, tontería”.17 Si bien otros testimonios se refieren a su “cortedad de entendimiento”, ninguno llega a mencionar su carencia, o deficiencia, de inteligencia. Sin embargo, el Virrey, como alto funcionario al tanto de la vida socioeconómica de la Nueva España, pondera con lucidez cuán útiles y hasta imprescindibles resultan ser aquellos abatidos, miserables y tontos naturales y declara sin ambages: sin ellos, nadie comería, faltarían cantidad de artefactos, las minas no serían beneficiadas y todo en el virreinato sería “calamidades y escaseces”. El Virrey coincide en este punto con Julián Cirilo de Castilla: los indios, por su inmenso y económico trabajo, constituyen la verdadera riqueza del virreinato y de la metrópoli. Revillagigedo señala al mismo tiempo que su fatiga y “cortos jornales” son causa de la “incomodidad de sus chozas”, la “rusticidad de sus alimentos y el poco abrigo y grosería de sus vestuarios”, pero si bien considera que su situación se debe de hecho a la explotación de la que son víctimas, no se percibe en él la menor compasión hacia aquellos seres desgraciados. Recordando las numerosas provisiones reales que promueven su “defensa, alivio y amparo”, sólo se remite al “cumplimiento” de sus obligaciones como Virrey.

 

De la “humilde fortuna”, es decir, de la condición miserable que agobia a estos indios abatidos y tontos, se desprende el que sean constantemente


[…] oprimidos por parte de alcaldes mayores, curas, hacenderos y obrajeros, reduciéndolos muchas veces a servicio involuntario, tratándolos con rigor y aprovechando el logro de sus fatigas, los unos en sus comercios y causas criminales, los otros en obvenciones, faenas y tareas.


De modo que los españoles, laicos y eclesiásticos, son directamente acusados de la explotación de los indígenas para sus intereses particulares. Las mismas autoridades indígenas sacan partido de la ignorancia de sus congéneres y la facilidad con la que se les engaña e induce a movilizarse las lleva a promover querellas y contiendas en las que los naturales gastan gran parte de los tributos y reportan las “gabelas y derramas” que les imponen sus “gobernadores, mandones o cabecillas”. Esta situación es en particular frecuente tratándose de litigios de tierras; también ocurre que ciertas personas, deseosas de “satisfacer su rencor”, azuzan a los indios para que denuncien a quienes quieren perjudicar, por lo cual es “conveniente observar los ocursos y quejas de los indios”. En otras palabras, los naturales, oprimidos por unos y otros, constituyen también masas susceptibles de ser manipuladas para intereses que les resultan ajenos. En definitiva, el virrey Revillagigedo hace un examen lúcido, aunque limitado, del mundo indígena. Para él no existe un determinismo que los hace tales como son y su lamentable situación resulta de la explotación de la que son víctimas. Si bien coincide con la mayoría de sus coetáneos en denunciar las deficiencias y debilidades de los naturales, les atribuye una causa objetiva: la explotación generalizada y excesiva que pesa sobre ellos. También reconoce que ellos, por su trabajo, constituyen la principal fuente de riqueza del virreinato. Carlos Francisco, marqués de Croix —1766-1771—, dedica unas líneas a los indígenas con la misma lucidez —y tal vez frialdad— que el primer Conde de Revillagigedo, retoma sus observaciones relativas a su explotación y la facilidad con la que se dejan manipular. Así,


La protección a los indios está recomendada por las leyes y reales cédulas, y es cierto que suelen ser oprimidos por los curas y alcaldes mayores con servicios y gabelas, y estando unidos los dos, es cuando más hostigados tienen a los indios; y si están discordes, es una sentina de pleitos, vengando el párroco su enojo contra el alcalde mayor por medio de los indios feligreses, moviéndoles a que lo capitulen y que vengan contra él a México; por lo que ya se tomó la providencia de que para admitirles sus quejas, se examinen primero, por si se puede averiguar si vienen inducidos y por quién; bien entendido que las declaraciones que hacen estos indios, y aun las justificaciones en que sirven de testigos no merecen el mayor aprecio, pues suelen decir lo que quiere el alcalde o comisionado que lo examina, por lo que es forzoso proceder con mucho tiento en este asunto.18


De nuevo, la denuncia de la maleabilidad de los indios, precursores directos de nuestros “acarreados” contemporáneos. Sin embargo, lo que no ven —o dejan de señalar— el Conde de Revillagigedo y el Marqués de Croix, y que nos enseña la situación frecuente en nuestras sociedades, es que los indios no toman partido a favor o en contra de quien sea por falta de carácter o a causa de la famosa “debilidad” que se les suele atribuir, sino por intereses muy suyos. En efecto, como sucede hoy día con los “acarreados” de los grupos de presión, siempre existe una negociación entre quienes se movilizan y la persona o el grupo a favor de los que se produce la movilización. En otras palabras, si los indios apoyan al alcalde contra el cura, es porque quieren deshacerse del cura por algunas razones —a menudo su severidad, codicia, mal carácter o costumbres relajadas, etc.— y obtener como premio algún beneficio del alcalde; al contrario, si respaldan al cura contra el alcalde, es porque quieren deshacerse del alcalde —por razones semejantes a las que se mencionan tratándose del cura— y obtener del cura mayor indulgencia para sus actividades, prácticas o comportamientos no del todo ortodoxos.


Escrito del Cabildo de la ciudad de México  a Carlos III, en 1771


En 1771, el Cabildo de la ciudad de México dirigió al rey Carlos III una “Representación […] sobre que los criollos deben ser preferidos sobre los europeos en la distribución de empleos y beneficios de estos reinos”.19 Este escrito se inscribe en la lucha que a partir de los reformas borbónicas libraron por una parte los españoles peninsulares para seguir ocupando los más altos cargos del virreinato y, por otra, los criollos que aspiraban a ellos, por falta de otras oportunidades. En efecto, para estas fechas los criollos sólo podían aspirar a cargos poco numerosos y de segundo nivel en la administración civil y religiosa, siendo los peninsulares quienes ocupaban los más relevantes. Para justificar sus pretensiones, los criollos reivindican su igualdad y hasta superioridad sobre los peninsulares. Con este fin, los del Cabildo señalan los defectos, debilidades e insuficiencias de los peninsulares y para sustentar sus pretensiones necesitan afirmarse plenamente como españoles. Para ello, deben desligarse del mundo indígena, con el que a menudo los peninsulares les acusan de tener afinidades biológicas y culturales tales que se parecen a los mismos indios.20 En consecuencia, parte de su alegato consiste en negar sus afinidades y semejanzas con los indígenas, y para ello es preciso pintar al mundo indígena de modo que...

16 Instrucciones y memorias de los virreyes novohispanos, estudio preliminar, coordinación, bibliografía y notas de Ernesto de la Torre Villar, México, Porrúa, 1991, t. ii, p. 804.

17 Si bien el término “necedad” es sinónimo ahora en México de “testarudez, terquedad, etc.”, su significado era distinto en los siglos pasados y lo sigue siendo en la España contemporánea.

18 Instrucciones y memorias, t. ii, p. 962.
19 Este texto fue publicado por Juan E. Hernández y Dávalos, Historia de la guerra de Independencia de México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, México, 1985, t. i, pp. 427-455. Hice un breve análisis de este texto en S. Alberro, “El indio y el criollo en la visión de las élites novohispanas, 1771-1811. Contribución a una antropología de las luces”, en Alicia Hernández Chávez y Manuel Miño Grijalva (coords.), Cincuenta años de historia en México, México, El Colegio de México, 1991, pp. 139-159. 20 Se les reprocha en particular de ser de espíritu “sumiso y rendido” aunque capaces de los “mayores yerros” cuando gozan de algunas “facultades” o llegan a ocupar algún cargo. Los mismos reproches se hacen a los indios.

Este capítulo fue extraído del libro La sociedad novohispana: estereotipos y realidades publicado por el Colegio de México. Ágrafos agradece a las autoras y al Colegio de México por el permiso otorgado para su reproducción. 

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Solange Alberro (Francia, 1938). Doctora en Historia por la Universidad de París-IV-Sorbone. Profesora-Investigadora del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, de 1989 a la fecha. Directora de la revista Historia Mexicana de 1992 a 2002. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), nivel III. Miembro del consejo editorial de las revistas Nexos (México) y Cuadernos Americanos (CSIC, Sevilla). Autora única de más de 6 libros (Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, INAH, Plon-École des Hautes Études en Sciences Sociales EHESS). Sus investigaciones se han publicado en México, Perú, Brasil, Puerto Rico, Colombia, Argentina, Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Italia y Portugal.

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