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La leyenda negra de España en América: bulos, exageraciones y hechos sacados de contexto

 


Por Alberto Gil Ibáñez

“Pocas naciones, o acaso ninguna, han soportado tantas desdichas y padecimientos como los españoles durante el descubrimiento de las Indias” (Sir Walter Raleigh)

 

1. Una leyenda negra para tapar las de los demás: la doble vara de medir

 

La Historia del Imperio español se ha caracterizado por la doble vara de medir con que se han medido sus aciertos y errores en comparación con los de los demás. Se dice, por ejemplo, que el Imperio español fue más cruel que otros, pero nadie se pregunta dónde quedan más indios hoy, si en el norte o en el sur de América, o nadie dice que en Canadá tras la llegada de británicos y franceses murieron el 95% de los indígenas, o que en Australia y Nueva Zelanda se extinguió el 90 por ciento de la población autóctona, o que en Tasmania murió el 100 por cien. E incluso de los que quedan en el norte (que todavía hoy en su mayoría viven en reservas) casi nadie dice que son los que proceden de los territorios dominados por los españoles y que dejaron vivos tras “la conquista del Oeste” edulcorada por las películas de Hollywood. ¿Cuántos quedados donde se asentaron las famosas treces colonias británicas?

 

Pocos hablan igualmente de que Bélgica (que todavía hoy se atreve a dar lecciones morales a otros) cortaba brazos como castigos a los campesinos del Congo, arrasaba aldeas enteras y ocasionaba la muerte entre 1885 y 1908 de entre 6 y 10 millones de congoleses. Menos todavía se destaca que la muy civilizada Holanda sólo en un día (el 17 de octubre de 1740) mató a cinco mil chinos en Batavia (nombre entonces e Yakarta), siendo el resto deportado, mientras la guerra de independencia, que duró cuatro años, se cobró la vida de más de cien mil indonesios. Por no hablar de la doble vara de medir que se aplica a la Inquisición en España (que habría sido la más terrible de todas), y la misma Inquisición actuando en el resto de Europa o la quema de brujas (que ocasionó muchas más víctimas además sin juicio previo), o la persecución que sufrieron los católicos en la muy protestante y civilizada Inglaterra.

 

¿Por qué este trato desigual e injusto? Por una razón muy sencilla la leyenda negra antiespañola fue creada y mantenida en el tiempo (más que ninguna otra de la historia) para tapar otras leyendas negras mucho más terribles de otros actores. Tuvo un efecto narcotizante para encubrir los excesos de otros. Al menos un autor francés ha reconocido expresamente esta gran farsa. Dice Pierrre Chaunu: “La leyenda negra antihispánica es su versión americana […] juega además el saludable papel de absceso de fijación […] La presunta masacre de indios en el siglo XVI cubre el objetivo masacre de la colonización en frontera del siglo XIX; la América no ibérica y el norte de Europa se liberan de su crimen sobre la otra América y la otra Europa. Bajo esta forma, la leyenda negra antihispánica constituye con la historia de Davy Crockett  y los ‘western’ uno de los elementos de la salud moral colectiva de la América anglosajona”.[1]

 

Lo triste es que esta falaz estrategia haya sido apoyada, en ocasiones de forma entusiasta, por las mayores víctimas del proceso: los propios españoles y los habitantes de la América hispana. Uno no deja de sorprenderse cómo tras la guerra de independencia de Norteamérica (por cierto lograda gracias al apoyo de España y del español Bernardo de Gálvez) pronto se restañaran heridas y olvidaran afrentas entre británicos y norteamericanos (sabedores de compartir una misma herencia), lo que permitiría formar una férrea alianza que dura hasta el día de hoy en torno a un objetivo común: vender una filosofía y una forma de vida en el mundo que les daría buenos réditos económicos: liberalismo económico + cultura anglosajona + protestantismo. Del otro lado, por el contrario, perviven los rencores y las divisiones, y no porque hubiera menos motivos para sentirse orgullosos o porque el producto a vender fuera de menos calidad. De hecho, la América hispana fue un caso de éxito económico y social sin precedentes que sin embargo no se ha estudiado en los libros. Combinaba la filosofía económica y política de la Escuela de Salamanca junto a  los valores del honor y del catolicismo. Es eso que el sacerdote euskaldún Zacarías de Vizcarra, estando en Buenos Aires, y Ramiro de Maeztu, embajador en la misma ciudad, bautizarían como “hispanidad”.[2] Ganar el futuro de América tal vez pase por recuperar parte de su pasado que en la actualidad ignora o anda escondido entre patrañas.

 

Se ha afirmado falsamente que la causa de su déficit de desarrollo económico y de su afición a los golpes de Estado, sería la influencia española que se les habría pegado como un virus, y que otro gallo habría cantado si les hubieran colonizados los ingleses. Hay varios errores de concepto en este aserto: el primero es que si los colonizadores hubieran sido ingleses los que así hablan no existirían, unos porque sus antepasados no hubieran pisado tierra americana, otros porque no se hubieran mezclado con la población indígena, y otros porque hubieran sido eliminados al grito de “indio salvaje, secuestrador de niños y corta-cabelleras” como les pasó a sus parientes del norte. Y los pocos que hubieran sobrevivido estarían hoy confinados en reservas. Pero lo más curioso es que, en contra de la presunción acrítica que preside este debate, la influencia británica o francesa o alemana o belga, no ha sido mayoritariamente beneficiosa para los terrenos colonizados por esas otras potencias europeas. En realidad, solo ha tenido éxito económico-político (al menos en términos eurocéntricos) cuando ha habido sustitución cuasi-total de poblaciones porque a los invasores les interesaba quedarse a vivir allí. Hagamos un repaso de la situación geopolítica del mundo:

 

-¿cuáles son los países más pobres de la tierra? Níger, Etiopía, Malí, Burkina Faso, Burundi, Somalia… ¿Y cuál es el país más pobre de Latinoamérica? Haití (también lo era antes del terremoto). ¿Y quién ocupa la otra parte “de la misma” isla, originariamente llamada “La Española” bautizada así por el propio Colón? Pues la República Dominicana, uno de los diez países más ricos de Latinoamérica.

 

-¿cuáles son los países más corruptos del mundo? Según la organización Transparencia Internacional: Senegal, Camboya, Uganda, Camerún, Mozambique, Libia, Zimbabue, Kenia, Yemen, Liberia y Sierra Leona. Pues bien, ¿quiénes fueron las metrópolis de todos los países más pobres y corruptos? Aunque a más de uno de cueste reconocerlo, en NINGÚN caso lo fue España.[3]

 

España se ha convertido (por interés de algunos) en el chivo expiatorio de todos los problemas de Sudamérica. Y ¿quién sale beneficiado de esta trama? No los españoles ciertamente, pero tampoco los latinoamericanos que al errar recurrentemente en el diagnóstico certero de las causas reales de sus problemas, difícilmente pueden encontrar las soluciones adecuadas. Por ello, el análisis que sigue nos interesa a ambos lados del Atlántico, siempre que no subamos mucho hacia el norte de ambos hemisferios… ¡Despertad, amigos hispanoamericanos del engaño en el que os han instalado los que no quieren vuestro progreso y fortaleza!

 

En este artículo pondremos los puntos sobre las “íes” sobre las acusaciones infundadas que vienen planeando sobre la hispanofobia en América, creada artificialmente y difundida ingenuamente. Esta tarea no resulta fácil pues los propagandistas de la leyenda negra han tenido mucho dinero y han sido bastante listos o al menos habilidosos en el arte de mentir y manipular, que de todo ha habido.

 

2. ¿Por qué América y Latinoamérica?

 

Detengámonos un momento en el “pequeño” detalle de los nombres. Primero, invito a los lectores a investigar las razones que se encuentran detrás de la auténtica trama de espionaje que llevó a que “se impusiera”  la denominación de América y no Colombia (por Colon), las Indias, o cualquier otro nombre puesto por los españoles o…, por los propios habitantes del continente. Una pequeña pista: Américo Vespucio no es seguro siquiera que pusiera un pie en el continente que lleva su nombre y sus memorias se ha demostrado que son una burda falsificación.

 

Pero más recientemente, ¿por qué el término Latinoamérica ha logrado afianzarse por encima de otros más rigurosos históricamente como Iberoamérica o Hispanoamérica? En realidad es una exageración llamar a todo un continente “latino” porque unas pocas islas fueran colonias francesas o porque algunos países recibieran algunos emigrantes italianos. También los recibieron de otros muchos países, como de Alemania (Chile), de toda África o más recientemente de Japón (Perú). Si es por emigrantes sería más justo y adecuado llamarla Euroamérica o incluso Afroamérica. Resulta otra paralela falsedad injustificable denominar Norteamérica a los Estados Unidos, como si del Norte no formaran parte Canadá, Puerto Rico o México. De hecho, gran parte de Estados Unidos siguió siendo española muchos años después de haberse declarado la independencia. En todo caso, incluso aceptando que América haya recibido la influencia de más de un país europeo y de sus culturas ¿por qué seguir aceptando paradójicamente y sin inmutarse que se siga atribuyendo a España la responsabilidad “en exclusiva” de sus problemas… incluso de los actuales?

 

El paraíso en la tierra está por inventar. Todos los países y culturas han pasado por periodos de dominación y de sometimiento, unos les han ocasionado injusticias, otros han sufrido las suyas. Los propios españoles no han sido la excepción. Ellos sufrieron invasiones, más intensas y extensas incluso que otros pueblos, que también llegaban buscando sus riquezas, y que dejaron esquilmadas sus minas y campos. Sufrieron al menos la invasión (y en algunos casos colonización) fenicia, griega, púnica, romana, visigoda, árabe-musulmana y francesa.[4] Una de ellas duró 700 años, es decir 370 años más que el tiempo que estuvieron en América. ¿Por qué los españoles no pierden el tiempo quejándose de la tremenda violencia que ejercieron los romanos (que se lo digan a los de Numancia y Sagunto), los franceses de Napoleón o los musulmanes? Estos últimos por cierto, contrariamente a lo que sostienen algunos ingenuos, llevaban a cabo razias y aceifas en aplicación de su doctrina de guerra santa que lo justificaba todo. ¿Resultaría razonable estar a estas alturas mirando a un pasado, más o menos remoto, buscando antiguos y supuestos responsables de sus problemas actuales? ¿No sería absurdo y un tanto ingenuo? Pues bien, esto es lo que desgraciadamente sigue pasando en algunas partes de América (y de España) cuando centran en lo que hicieron los españoles como causa principal de sus problemas… actuales.

 

Además del lado freudiano que tiene este fenómeno —la necesidad de matar al padre— la realidad es que esa acusación no solo es una huida de la propia responsabilidad (y por tanto contraproducente) sino que se fundamenta en acusaciones falsas, injustas, parciales o sacadas de contexto. Falsas e injustas porque incluyen al menos tres errores nada casuales: exageraciones interesadas de lo negativo, ocultaciones sesgadas de lo positivo y ausencia de cualquier estudio comparado que sitúe en el contexto de la época lo que estaba sucediendo. Relacionándolo, por ejemplo, con lo que hacían o hicieron otras potencias coloniales, incluso mucho tiempo después de que los españoles hubieran abandonado América. Veamos todo esto más despacio.

 

3. La influencia española no ha sido la causa de la decadencia de Latinoamérica

 

En la leyenda negra en América existe un potencial partícipe activo del que casi nadie habla. Cuando todo se pone en términos de un debate polarizado entre “hispanistas” —que al menos supuestamente defenderían la labor de España— e “indigenistas” —que también supuestamente defenderían a unos pueblos indígenas desarmados, pacíficos y violentados—, se olvida la existencia de un tertium genus, que se escabulle de este debate, y que según interese puede apoyar (o servirse) de unos u otros. Se trata de todos aquellos descendientes de varias generaciones de españoles o de otros colonizadores europeos y de todos los hijos de parejas mixtas, que dieron lugar a un nuevo tipo de poblador: el mestizo y el criollo. Ellos fueron los que protagonizaron el proceso de independencia y no los indígenas que en su mayoría permanecieron fieles a la corona y su rey del que eran vasallos como el resto de españoles. Decía Jovellanos en una carta de 17 de agosto de 1811: “Tengo sobre mi corazón la insurrección de América…, No son los pobres indios los que la promueven: son los españoles criollos, que no pelean por sacudir un yugo…, sino para arrebatar un mando que envidian a la metrópoli”.[5]

 

Fueron las decisiones y actuaciones de los protagonistas del proceso de independencia las que determinaron en gran parte (además de la influencia aviesa del vecino del norte), la situación de decadencia en que incurrieron, “con posterioridad”, los nuevos países. Porque, aunque este hecho normalmente se silencie, lo cierto es que la decadencia de Hispanoamérica comenzó tras la independencia y no antes. Los indios no salieron ganando con la independencia, incluso su situación y consideración empeoraron. Sólo se beneficiaron los criollos que hábilmente pasaron a considerarse los “auténticos” dueños del territorio, sin mayor título que sus mayores.

 

En 1812 Hispanoamérica era bastante más próspera que Estados Unidos e incluso que la propia España. El Virreinato de Nueva España (1535-1821), actuales Estados Unidos Mexicanos, eran la región más rica, culta y avanzada no solo de América, sino superior a muchas naciones europeas. Y la ciudad de México era más moderna y avanzada que Washington o Filadelfia. Es más, lideraba una forma de economía y civilización global, pues se abrieron rutas que unían China y Japón con Cádiz y Sevilla, con el “duro” mexicano de plata como primera moneda de circulación universal de la Historia, y con una imprenta establecida en fecha tan temprana como 1539 que permitió el intercambio y difusión de ideas y cultura.[6]

 

De hecho, al mismo tiempo que los ingleses y franceses corrían a clamar contra España y sus vicios y defectos, al menos un alemán vino a establecer la realidad de las cosas. Así, Alexander von Humboldt (1769-1859) en su libro de viajes Ensayo político sobre el reino de la Nueva España describió las bondades de la labor española en Latinoamérica, en comparación con la anglosajona del norte, sobre todo en relación con Méjico y otras ciudades, su arquitectura y las instituciones académicas y científicas con las que eran dotadas al nivel de sus homólogas europeas. Humboldt se sorprendió de que a cuatrocientas leguas de la ciudad de México en Durango se fabricaran pianos y clavicordios y que ya en el siglo XVI los españoles hubieran introducido molinos de ruedas hidráulicas. A diferencia de lo que ocurría en el vecino del norte, donde la “extractiva” Inglaterra jamás habría permitido que fábricas más modernas que las suyas se hubieran instalado en América, tanto las fundiciones de Coquimobo, de Lima, de Santa Fe, de Acapulco y otras y los trabajos de orfebrería podían competir con ganancia con obras similares no solo españolas sino europeas.

 

Pero incluso aunque otra fuera la conclusión, tampoco resultaría justo ni sano intelectualmente, que siga atribuyéndose todo lo que ocurrió hace más de cinco siglos a los españoles de hoy, la gran mayoría de los cuales descienden de familias que ni siquiera participaron en la conquista. Sin este necesario y sano ejercicio de autocrítica y de madurez, Latinoamérica nunca ocupará el papel que por tamaño y potencial le corresponde en el mundo. En este sentido, veamos seguidamente, cómo la propia leyenda negra española ha perjudicado notablemente a Sudamérica por no llevar a cabo un correcto diagnóstico de las causas verdaderas de sus problemas:

 

4. La decadencia política y económica: unos crían la fama, y otros cardan la lana

 

La vida política de Latinoamérica ha estado presidida históricamente por una gran inestabilidad con continuos cambios de régimen y golpes militares o revoluciones sociales. Esta inestabilidad se ha unido a una discusión, en ocasiones bastante absurda, sobre las fronteras de Estados construidos deprisa y corriendo tras la independencia. Y es que una de las principales causas de esta inestabilidad ha sido precisamente la estructura territorial que surgió (caprichosamente) después de la independencia, y que no respondió ni a criterios históricos pre-colombinos ni a datos objetivos, sino a otros bastante más oscuros. De estos, no fue el menor el interés de las otras potencias europeas, y singularmente de Estados Unidos, en evitar que surgieran en el sur competidores de talla política y militar suficientes como parar poder convertirse en un problema para “su” primacía que ansiaba en la zona (doctrina Monroe). Las dos fórmulas más lógicas tras la independencia habrían sido: bien crear un único Estado hispanoamericano que hiciera frente a Brasil y a los Estados Unidos, que era el sueño de Simón Bolívar, aunque lo oculten sospechosamente sus seguidores. O bien mantener la división en virreinatos que España había dejado y que se había consolidado como una organización eficaz y razonable. Pero nada de eso se hizo.

 

El otro aspecto que a veces se olvida es que España no pretendió crear un Imperio en las Américas, y que de hecho consideró a los virreinatos americanos como iguales en derechos a los virreinatos internos, ocultándose a este respecto que por ejemplo Cataluña fue gobernada mucho tiempo por un virrey. Es decir, todos ellos eran gobernados por representantes del único rey común. Por eso también se consolidó la expresión “las Españas”, no tanto por la península sino para hacer referencia a que tan España era la europea como la americana. Si acaso los teóricos de la época preferían hablar de monarquía “católica” (también por su significado universal) o directamente “universal”.[7] Pero no del concepto de “Imperio” en el sentido de un territorio que se impone al resto o que los utiliza a su antojo. Tal vez por esto el “Imperio” español duró bastante más que ninguno otro que haya habido en la historia, aunque tampoco esto haya sido valorado ni por los unos ni por los otros. Alguna razón (positiva) habría para esa duración.

 

En cuanto al atraso económico, se ha achacado a España que robara el oro y plata y otras riquezas de Iberoamérica. Técnicamente hablando ello es cierto, pero como el resto de “colonizadores” europeos hacían, sobre todo en esa época y también después. Ahora bien, profundicemos algo más: ¿fue España la única, o incluso principal beneficiaria de ese expolio? Ciertamente no. Los españoles eran a su vez explotados por los banqueros Fugger holandeses quienes, sin mancharse los pantalones ni sus blancas manos, recibían oro y plata para pagar los intereses abusivos que imponían a los reyes españoles. Los españoles eran además robados por los corsarios y piratas, financiados y apoyados por el gobierno inglés. Por otra parte, también se oculta que gran parte de lo obtenido se quedaba en el continente pues pertenecían a los que lo conseguían, siendo solo un porcentaje fijada de antemano, lo que correspondía a la corona y por tanto se enviaba a Europa.

 

Todo ello no elimina ciertamente el hecho, pero matiza los responsables e impulsores finales de la acción. Unos sacaron más provecho del oro americano que otros. No tanto por impericia, sino por falta de excedentes, ya que por entonces, como ahora, las finanzas españolas acumulaban constantes déficits e incrementos de deuda. No era de extrañar: el coste de descubrir y colonizar América fue altísimo. Sólo hay que recordar lo que suponía en el siglo XVI viajar al otro lado del Atlántico y conquistar una extensión tan tremenda que abarcaba desde lo que hoy es Estados Unidos al Cabo de Hornos, sin contar las numerosas islas. Otros obtenían los réditos sin tantos gastos. Esto demuestra que los primeros pícaros de Europa no fueron los españoles, sino los holandeses y los ingleses. Aprendimos bien, pero tarde y mal. En lugar de aspirar a ser pícaros de altos vuelos, se quedaron en meros Lazarillos de Tormes.

 

España obró un milagro —máxime teniendo en cuenta las dificultades de la época, aunque solo fuera en el transporte—, pero a un muy alto coste. De hecho, la aventura americana le salió muy cara en más de un sentido. Castilla era la que aportaba el grueso de los impuestos para financiar esta empresa, a la que pronto se le unieron dos más en Europa: por un parte, la de defender la fe católica frente al islam y la reforma, y por otra la de lograr el sacro imperio romano para Carlos V y luego mantenerlo frente a todas sus amenazas. Tan es así que la revuelta comunera comienza por la denuncia de que Castilla es tratada como una colonia, pues a fin de cuentas Carlos, sobre todo en un principio, no dejaba de ser un rey extranjero. Así clamaban los comuneros: “No es razón su Cesárea Majestad gaste las rentas de estos reinos en las de otros señoríos que tiene, pues cada uno de ellos es bastante para sí, y éste no es obligado a ninguno de los otros ni sujeto ni conquistado ni defendido de gentes extrañas”

 

Ningún país ha tenido tantos frentes y de tan longitud y magnitud abiertos al mismo y durante tanto tiempo. La revuelta de los colonos contra Gran Bretaña se produjo cuando ésta les subió los impuestos para financiar una aventura imperial que empezaba a ser muy costosa, con la “adquisición” de Canadá a Francia. ¿Qué habría ocurrido si hubieran debido gestionar desde Cabo de Hornos hasta California? Por otra parte, Inglaterra como consecuencia de la guerra de sucesión española, que supuestamente le ganó Felipe V, obtuvo en el Tratado de Utrecht una posición privilegiada en el comercio con las Américas españolas “gracias” a que España estuvo representada en esa negociación por el rey de Francia. El gobierno español tardó en reaccionar para recuperar la iniciativa. Hubo que esperar sesenta años para que el Conde de Floridablanca en 1778 propusiera aprobar un nuevo Reglamento para el comercio libre de España con las Indias, con el que planteaba entre otras cosas: “promover por medios seguros y eficaces la agricultura, las manufacturas y la navegación nacional” (Cfr. Archivo de la Sociedad Económica Matritense, Leg. 23, doc. 20)

 

¿Entonces por qué fracasaron los Estados del Sur de América en comparación con los del Norte? Se han dado muchas razones, incluidas las de tipo racista (demasiada mezcla de razas), organizativo (demasiados países, algunos muy pequeños) o militar (la guerra de independencia en el sur fue demasiado larga y cruel). Todas estas razones son discutibles, y en términos comparados no se sostienen, aunque es cierto que allí donde el modelo anglosajón tuvo éxito lo hizo al coste de esquilmar o reducir a reservas a la población indígena.[8] Por de pronto la guerra más cruel y devastadora de la Historia ha sido sin duda la II Guerra Mundial (más de sesenta millones de muertos)  y a los pocos años Alemania y el resto de los países europeos recuperaron la renta de antaño.

 

¿Cuál sería el elemento que explicaría que países más prósperos que otros cambiaran de nivel económico una vez independizados? Aparte del hecho de que probablemente el efecto “independencia” estaba sobrevalorado por los líderes de entonces (como por los de hoy), otro aspecto que suele pasar desapercibido es que EEUU decidió aplicar a los territorios del sur la misma política que Gran Bretaña y Francia venían dedicándole a España en Europa, contando además con su apoyo para similar objetivo al compartir idéntica finalidad: debilitar y dividir al sur para que no compitieran con ella en el dominio del continente. Por esta razón, invadió EEUU México entre 1836 y 1848 quitándole la mitad de su territorio (incluida Texas y Nuevo México). De ahí, su obsesión contra España, para que ésta dejara hasta la última de sus colonias (Puerto Rico y Cuba), actitud que “curiosamente” no se extendió al resto de países europeos que han mantenido islas y colonias hasta el mismo siglo XXI. Por eso consiguió hacerse con el canal de Panamá durante casi un siglo, después de lograr que este territorio se desgajara de Colombia para que fuera más fácil dominarlo.

 

Por todo ello fue también imposible mantener la unión de los territorios hispanoamericanos (la gran nación Americana) después de la independencia de España, como era la idea original de Simón Bolívar, que no contaba con que EEUU no consintiera que nadie que le hiciera sombra. El héroe de la independencia José Martí alertó igualmente en un principio del problema que suponía la política expansionista del gobierno norteamericano. Pero pronto se olvidó y prefirió insistir, en su lugar, en echar la culpa de los males a España, que salía además más barato, porque ésta estaba lejos y no podía defenderse de acusaciones sin fundamento. Todo ello sin entrar en la filiación masónica que habrían podido compartir los líderes de la revolución sudamericana con los padres de la revolución norteamericana, terreno en el que al parecer unos mandaban más que otros.

 

Iberoamérica se libró del “yugo” español, pero lo sustituyó por otro tal vez más sutil, pero no menos terrible. Incluso la sucesión interminable de golpes de Estado no tiene fácil explicación sin intervención extranjera. Habría que esperar a la llegada del comunismo (un nuevo enemigo exterior) para que EEUU finalmente aceptara que debía cambiar de política hacia Sudamérica y apoyar su estabilidad y desarrollo, sino quería tener el enemigo en el patio trasero.

 

5. La supuesta decadencia cultural

 

Se ha acusado a España de haber acabado injustamente con las culturas pre-colombinas. Pero este aserto ignora varias cosas: primero, que cuando llegan los españoles la cultura inca estaba ya en decadencia, la maya desaparecida, y la azteca suscitaba un amplio rechazo entre sus vecinos por sus prácticas abusivas y crueles. Segundo, que la España que coloniza América era la misma España romanizada, cuya cultura autóctona había desaparecido por obra de la civilización romana. No sucedió así en el caso de la invasión árabe que curiosamente duró más que la romana y que fue más violenta, lo que demuestra que no vence el que quiere sino el que puede.[9] ¿Y qué había en común entre las culturas pre-colombinas y pre-romanas? Tal vez la presencia de sacrificios humanos en ambas —minimizada en algún caso cuando interesa defender un determinado discurso—, lo que legitimaría sobradamente por sí misma la necesidad de un cambio cultural. En realidad, a la cultura pre-colombina no la venció estrictamente la cultura española, sino la civilización greco-romana que ésta representaba.

 

En cuanto a la lengua, también en España el latín sustituyó poco a poco a las lenguas locales, porque era un instrumento de cohesión, pero también porque representaba el instrumento de difusión de esa misma cultura dominante. Hoy nadie en España (con excepción de los vascos) clama por la resurrección de las lenguas vernáculas pre-latinas, ni busca en España su ser esencial en su pasado celta, íbero o fenicio… De hecho, son también una excepción los que en Hispanoamérica no reconocen la riqueza de la lengua española que les ha servido de instrumento de cohesión en el continente, al mismo tiempo que ha sido la base del éxito formidable de las letras hispanoamericanos en el mundo. Es difícil pensar que un Borges, un Octavio Paz, un García Márquez o un Vargas Llosa habrían existido (en realidad, todos ellos descendientes de algún europeo), y habría sido conocida su obra, si hubiera sido escrita en guaraní o aimara.

 

Lo cierto es que el español no fue impuesto por la violencia o la fuerza de la Corona, sino en su mayor parte por la fuerza de los hechos. Así en las treinta universidades con que contaba España en pleno siglo XVI en Europa (24) y en América (6) ofrecían todas ellas libre elección de lengua, algo insólito para la época. Por el contrario, lo que se impuso fue el aprendizaje de las lenguas indias por los misioneros, antes que la enseñanza del español a los nativos, con objeto de facilitar al evangelización. En los tribunales y en la Administración se utilizaban intérpretes, se editaron diccionarios y gramáticas, y de haber imposición ésta se produjo después de la independencia cuando los nuevos Estados se percataron que necesitaban una lengua común para funcionar con la cohesión debida.[10] De hecho, a pesar de la Inquisición, el primer libro que se imprimió en el continente americano (incluyendo el norte) fue una gramática náhuatl.

 

Del mismo modo bastó un solo siglo ―el XVI― para que los españoles levantaran cincuenta ciudades en América. En cuatro años (desde 1534-1538) los españoles fundaron Quito, Trujillo, Lima, la primera Buenos Aires, Asunción y Santa Fe de Bogotá; a más de una cada año. Habían pasado apenas cuarenta años desde que los primeros españoles habían puesto su primer pie en tierras americanas. Se crearon igualmente muy pronto instituciones políticas y jurídicas; la Audiencia de Santo Domingo es de 1511). Destaca igualmente la política de universidades. En 1538 se fundó la Universidad de Santo Domingo, en 1551 la de Lima y en 1555 la de México. Y cuando la Universidad de México se funda ya existían varios colegios en el nuevo mundo. Es decir, los españoles tocaron tierra americana por primera vez en 1492 y en apenas cuarenta años ya habían fundado una universidad. Los españoles dejaron más de once universidades del primer nivel en Latinoamérica. ¿Cuántas dejaron otros por ejemplo en la India o en El Congo?, ¿cuánto tardaron los ingleses en crear una Universidad en los Estados Unidos? Los ingleses se asentaron en Norteamérica en 1583 por medio del pirata Sir William Raleigh, un pirata mandado para esta misión por la reina. La primera universidad, una entidad privada sin ánimo de lucro, tuvo que esperar a 1740, la Universidad de Pensilvania ¡Dos siglos después de la primera española! Incluso con esta diferencia temporal los criterios de admisión no alcanzaban a los indios, a diferencia de las españolas que pronto los admitieron.

 

A Humboldt de hecho no solo le sorprendió la abundancia de Universidades públicas,  en comparación con el norte, sino que también reconoció que España había sido el Estado de su época que más gastó en la expansión de la cultura en sus colonias, y donde el trabajador indio en México vivía mejor que el aldeano europeo. Se calcula en más de 600.000 los cuadros de pintados por la Escuela Cuzqueña en tres siglos de Virreinato. Se estudiaron las lenguas indígenas, se elaboran diccionarios, se estudia la geografía, la fauna, la flora….[11] En conclusión, puede decirse que, una vez más ingenuamente, España fue probablemente un Estado más “cristianizador” que “colonizador”.[12]

 

6. El “extraño” empeño español en construir hospitales para todos

 

La campaña para abrir hospitales empieza en la Península con los Reyes Católicos y sus descendientes: Hospital de san Marcos en León, de Santa Cruz en Toledo, el Real de Granada o de la Latina en Madrid creado por Beatriz Galindo y su marido, entre otros muchos. Pues bien, esta política se extiende muy pronto como un reflejo a Hispanoamérica.[13] Si es cierto que muchos indios murieron por la importación de enfermedades europeas, también lo es que los españoles hicieron todo lo que estaba en su mano no solo para reducir los efectos perniciosos de ese proceso sino para combatir las propias epidemias locales que también existían.

 

Uno de los que puso más empeño en crear una red de hospitales fue el “malvado” Hernán Cortés. Poco después de terminada la conquista de Tenochtitlán (1521), una de sus primeras decisiones fue construir dos hospitales: el de San José (hoy derruido para ampliar la avenida de la Reforma) y el de la Limpísima Concepción, conocido en la actualidad como de Jesús Nazareno. Su misión era combatir tanto las epidemias de origen europeo, en especial la viruela, como las epidemias locales. En esta tarea destacaron médicos como Francisco Hernández, primer autor de la botánica mexicana y médico de Felipe II. Pero la obra constructora hospitalaria de Hernán Cortés no se redujo a la ciudad de México, sino que se levantaron asimismo los hospitales de Puebla y Acapulco.

 

Más tarde (1547) Vasco de Quiroga emprendería la “increíble” construcción de las “ciudades hospitales” cuyo centro inicial estuvo en Pátzcuaro. Poco después, en 1565, se fundaría en Quito el Hospital de San Juan de Dios —con el nombre originariamente de “Hospital de la Santa Misericordia de Nuestro Señor”—, a iniciativa del sevillano Hernando de Santillán (1519-1574), primer presidente de la Real Audiencia de Quito. El mismo Hospital atendía por igual a la población de origen español, que a la indígena, incluidos los más pobres de la ciudad. Un modelo que envidiarían los habitantes de otras colonias, incluso bien entrado el siglo XX. Que se lo digan, por ejemplo, a los sudafricanos y al Sr. Mandela, en comparación con Guinea, que durante el dominio español contó con el mejor modelo sanitario púbico de África. Fue también famoso el Hospital de Guadalupe (siglo XVI), de extraordinario prestigio en el que se inició el tratamiento de la sífilis (llamada entonces “mal de bubas”), primero con el palo de guayaco y luego con los mercuriales. Todo ello reafirma una de las características de esta empresa: el mestizaje también en cuanto a la investigación y los remedios a emplear para combatir lo mejor posible las enfermedades. Algo de nuevo imposible de encontrar en otros procesos colonizadores, presuntamente más civilizados.

 

7. La sorprendente y moderna regulación laboral

 

Los españoles, cuando llegaron, mantuvieron la “mita”: la contraprestación que exigían los propios incas por el trabajo.[14] El que resultara un salario barato para la época no quita valor al hecho en sí. Sólo habían pasado diez años desde la llegada de Colón cuando, por La Real Cédula de 20 de diciembre de 1503, se obligaba a los encomenderos a pagar a los indios un “salario justo” por el trabajo. Puede que se cumpliera mucho o poco, pero no puede negarse que constituyó un precedente sorprendente de la regulación laboral que muchos siglos después —pasadas algunas revoluciones comunistas— impondría el salario mínimo interprofesional.


Posteriormente, las Leyes y ordenanzas de Burgos de 1512 junto a otras firmadas por Carlos I el 4 de septiembre de 1528 y las “leyes nuevas” de 1542, completaron un verdadero germen de derecho laboral. Incluían normas como: la prohibición del trabajo de mujeres (estrictamente a partir del cuarto mes de embarazo) y niños menores de 14 años; el derecho a una vivienda digna para los trabajadores, que se estimaba en una ratio de 4 chozas para cada 50 indios y una hamaca por persona; un periodo de descanso de tres meses por año, donde los indios podrían trabajar para ellos mismos o si lo hacían para el encomendero solo previa compensación… Puede que estas normas no se cumplieran siempre, pero también resulta obligado reconocer que existían en ¡¡¡1512!!! Y que iban acompañadas de figuras especialmente dedicadas a velar por su cumplimiento, como el “oidor” de la Audiencia de Lima, Hernando de Santillán, autor a su vez de unas ordenanzas muy famosas en Chile que conseguirían que algunas encomiendas funcionaran como verdaderas empresas.[15] Y Juan Solórzano y Pereira en su libro Política indiana muestra ejemplos, todavía durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, en los que él mismo, siendo fiscal del Supremo Consejo de Indias, se encargó de castigar ejemplarmente a los encomenderos que no cumplía sus obligaciones.

Y en términos comparativos: ¿qué fue peor la encomienda y la misión española o la reserva y plantación norteamericana? La encomienda, con todos los defectos que se le quiera ver, suponía que los indios recibían un trato similar al de los vasallos de los señores del feudo en la metrópoli o en Europa, recibiendo en todo caso un jornal por su trabajo. Otra cosa es que éste fuera escaso o sus derechos pocos, pero como pocos también eran los derechos de sus colegas del continente europeo. Y las misiones jesuíticas pueden considerarse un ejemplo de desarrollo económico y comercial inclusivo, en el que aborígenes y europeos intercambiaron técnicas y experiencias, a las que no eran ajenas ni el espíritu comercial de los jesuitas, ni la raíz igualitaria del cristianismo.[1]

 

Ya hubieran querido disponer de estas normas los indios de Norteamérica o los esclavos negros que llegaron con posterioridad. De hacerlo, tal vez incluso se hubiera evitado una guerra de secesión por la cuestión de la esclavitud, que tuvo lugar en ¡¡¡1861!!! Si Carlos I hubiera sido norteamericano, Lincoln hubiera quedado, en su caso, en un actor muy secundario. Es más, si la Inglaterra de finales del siglo XIX y principios del XX hubiera tenido normas semejantes adaptadas para el trabajo en sus minas, por ejemplo, probablemente Marx no hubiera tenido que escribir nunca El Capital.

 

8. ¿Han sido los españoles más crueles que otros colonizadores?

 

Un fantasma recorre el mundo: que los españoles han sido más crueles que el resto ¿Es esto cierto? Claramente… NO. ¿Es posible encontrar en Norteamérica un caso parecido al inca Garcilaso de la Vega, escritor e historiador, y considerado como el primer mestizo cultural y espiritual de América? Busquen, y si lo encuentran, cuéntenlo. ¿Dónde murieron más indios?, ¿dónde están las estadísticas y los documentos oficiales de la reducción dramática de la población en el caso de los indios norteamericanos y sus causas?, ¿por qué no es fácil encontrar estadísticas fiables de indios muertos en Norteamérica?

 

En Canadá vivían unos diez millones de indios antes de la llegada de británicos y franceses, cuando acabó su proceso colonizador solo quedaban medio millón; es decir murieron el 95% ¿Algún reproche a su crueldad? No. La tesis oficial (aquí sí, a diferencia del Imperio español) es que los indios fallecieron a causa de las enfermedades que (involuntariamente) habían traído los europeos. Es más, hoy tenemos un presidente indígena en Perú. En los EEUU ha llegado un negro a la Casa Blanca, pero ¿un indio? Nunca. Curioso, siendo los habitantes originales de esa tierra. Quebec reclama la independencia de Canadá para favorecer a los francófonos. ¿Y a los habitantes originarios de esa tierra? De ellos, nadie habla, no salen en la foto.

 

Los estudios relativos a la colonización española de América y su comparación con la de otras potencias europeas tienen un rasgo en común: normalmente carecen de objetividad, se hacen desde un sesgo ideológico-emocional y aparecen financiadas por dinero proveniente de instituciones francesas o anglosajonas. Aunque hay que reconocerlo, algunas también son pagadas, gracias a la legendaria la ingenuidad española, con dinero español. Hay un caso revelador en este sentido: antes de la independencia de las trece colonias británicas, Benjamin Franklin —cuyo verdadero nombre por cierto era Richard Saunders— defendía la tesis del “buen salvaje” y sostenía que los indios de “América del Norte” se regían por el juicio y dictamen de los sabios, no utilizaban la fuerza coactiva ni había entre ellos encargados de imponer castigos, rigiéndose por consejos de ancianos y asambleas públicas en las que de manera pacífica cualquiera podía ponerse de pie y empezar a hablar, escuchándoles el resto en silencio.[2]

 

Si esto fue así, ¿qué pasó para que una vez que había que conquistar su territorio pasaran a ser considerados peligrosos salvajes y corta cabelleras? Claro que esta postura era la de un colono ilustrado, la de los militares británicos encargados de conquistar esas tierras no era la misma. Es más a la hora de explicar el fracaso de los ingleses en someter a los indios de las marismas de Virginia con el éxito de Cortés, el capitán John Smith explicaba que ello era debido a que los mexicas eran un pueblo civilizado, mientras que los indígenas del norte eran “meros bárbaros tan brutos como animales”.[3] Curiosamente era más fácil conquistar  pueblos civilizados —los cuales por tanto disponían de más armas y conocimientos— que a “meros animales”.

 

Luego, cuando interesó esta imagen se recuperó por los propios colonos para justificar la utilización de un armamento muy superior. De hecho, no importa mucho para la verdad triunfante que en realidad los colonos norteamericanos diezmaran, emborracharan y mataran a los indígenas de esas tierras, y que lo hicieran provistos de modernos rifles y cañones o directamente contaminándolos (a posta) con varias enfermedades. Indios norteamericanos nómadas que vivían en cabañas fueron presentados como más poderosos y fieros que otros pueblos, capaces de construir ciudades enteras de piedra y practicantes de sacrificios humanos entre su propia gente. Los colonos “británicos”, rápidamente transformados en norteamericanos, viajaban en cómodos barcos a destinos ya conocidos y por rutas seguras, y sin embargo…, eran presentados sin embargo como prototipos de aventureros y de coraje. Mientras, nadie hablaba de los verdaderos aventureros y pioneros: Colón y sus compañeros. ¿Cómo se “tragaba” la gente estas patrañas? La famosa “doble vara de medir” haciendo sus estragos.

 

Un ejemplo de esa doble medida es que a nadie extrañe que un personaje de la talla de Pedro Menéndez de Avilés (1519-1574) no aparezca en los libros de historia de nuestras escuelas, ni mucho menos de las foráneas aunque fuera cartógrafo, fino estratega militar y genio de la intendencia, y además nada más y nada menos que el fundador de la primera ciudad de los Estados Unidos (S. Agustín). Es más, sus víctimas fueron más los franceses, piratas y corsarios que los indios. Mientras, cuando en 1870 se inicia la política del “confinamiento” de los indios norteamericanos en “reservas”, pocos se atrevieron a denunciar las características de ese proceso o los grandes (y sangrientos) conflictos que motivó, ni se organizó ninguna campaña internacional de descrédito contra los responsables de esa política de segregación dirigida a la raza originaria del país. ¿Por qué esa diferencia?

 

Sin duda no estaba todavía formado el sentido de la autocrítica en el pueblo inglés. Llama poderosamente la atención a este respecto que, siendo los británicos, y después sus sucesores, tanto o más crueles con los indios de aquellos lares que los españoles con los del sur, con mayor diferencia y desigualdad además de condiciones en cuanto a la potencia de fuego, y habiendo matado en proporción a más indios…, pasen aquéllos por héroes famosos de películas e historias, y los nuestros por villanos o desconocidos, cuando éstos lo tuvieron objetivamente mucho más difícil y tuvieron que enfrentarse a mayores penurias y dificultades.

 

La codicia y crueldad que se achaca a los españoles siempre ha sido magnificada en comparación con la actuación de otras potencias de la época en sus propias colonias, por no hablar de los Estados que financiaban y auspiciaban, mientras tanto, los primeros casos de terrorismo marítimo (corsarios y piratas), que se aprovechaban de los beneficios de la conquista al tiempo que criticaban a los que los traían a sus manos. En realidad, cuando dos culturas o dos razas que han crecido y desarrollado de manera autónoma entran en contacto resulta inevitable que se produzcan conflictos, positivos y negativos. Así ha sido siempre. El hombre “blanco” ha llevado allí donde ha llegado su cultura y su ciencia, pero también ciertos hábitos y costumbres negativos, por no hablar de enfermedades. Que se lo digan a los indios norteamericanos que descubrieron el alcohol. Es lo que G. Pitt-Rivers ha llamado “The Clash of Cultures”. Por tanto, nada nuevo bajo el sol. Los primeros que sufrimos este fenómeno fuimos los propios españoles cuando por la península ibérica pasaron romanos, visigodos y árabes, por no remontarnos a épocas todavía más añejas.

 

Por otra parte, conviene recordar que los pobladores pre-hispánicos no eran todos ejemplos de pacifismo. Desde muy pronto los españoles comprobaron que la violencia no era patrimonio de ellos. Colón dejó en el llamado “Fuerte Navidad” (pues se fundó en ese día) a treinta y nueve hombres cuando partió de nuevo para volver a España tras su primer viaje, dado que tras haber encallado la Santa María no cabían todos. Cuando volvió todos habían sido asesinados y el enclave reducido a cenizas. Colón, sin embargo, no tomó represalias aunque algunos de sus hombres clamaban venganza.[4] A pesar de ello el mito de que los indígenas que se encuentran los españoles eran todos bondadosos y que los nuestros todos unos crueles asesinos sin piedad es lo que ha quedado, ¿Por qué?

 

En este sentido, a veces se olvida que los primeros colonizadores/conquistadores de América no fueron los españoles. No, nos referimos a historias un tanto fantasiosas y rocambolescas, como las que refieren un viaje de marineros chinos; de hecho si China hubiera descubierto realmente América la historia del mundo hubiera sido ciertamente otra. Lo que queremos destacar es algo que en ocasiones ingenuamente se olvida: que dentro del continente americano hubo otras luchas previas entre distintos pueblos, unos echando y/o dominando a otros, que eran a su vez subyugados. Los grandes imperios pre-hispánicos no fueron siempre almas caritativas, ni mucho menos: los Aztecas se proclamaban a sí mismos como emigrantes venidos de otros lugares, e Incas y Mayas también tenían a cuestas historias sangrientas de sometimiento a otros pueblos. Tampoco se debió a los españoles la extinción de la civilización maya, que había desaparecido en el VII d. J.C, víctima de varias causas, pero entre otras de la “conquista” de un pueblo que no eran los españoles: los Teotihuacán (al noroeste de la actual ciudad de México), antecedentes de los mexicas. Como se ve, conquistadores los hubo antes que los españoles, y tal vez incluso más terribles.

 

Los españoles encontraron de todo, indígenas buenos e indígenas violentos y caníbales (“caribes antropófagos”), y de hecho las guerras entre tribus era moneda bastante corriente, hasta el punto de que algunas de ellas recibieron a los colonizadores españoles como verdaderos libertadores que podían aprovechar en contra de alguna tribu rival. De no llegar los españoles, los taínos hubieran sido aniquilados por los caribes, y aquéllos hubieran hecho lo propio a los siboneys (H. Thomas, op. cit., p. 139).

 

Cuando se acusa a Hernán Cortés de cruel e incluso sanguinario se olvida que con sus cuatrocientos hombres poco podía hacer frente a los miles que le hacían frente. Fue gracias a que los Aztecas habían sido conquistadores a su vez de otros pueblos primigenios que habían sufrido sus excesos, que Cortés pudo tener como aliados a los estados de Tlaxcala o Michoacán. El imperio Mexica practicaba la “guerra florida” que consistía en plantear batallas periódicas con sus vecinos o súbditos con el objetivo de regresar con muchos cautivos que poder ofrecerlos en sacrifico a sus dioses. Esto facilitó la labor de los españoles, los cuales supieron aprovecharse de las rencillas, rencores y ánimos de venganza entre distintas tribus y pueblos. La principal función de los 5.000 sacerdotes aztecas era conseguir que el fin del mundo se produjera lo más tarde posible, lo que sólo se conseguía ofreciéndoles a los dioses “corazones aún palpitantes de seres humanos”.[5] Cada año se enviaban a la muerte a 15.000 personas para saciar a los dioses sedientos de sangre, y en un ritual de solo cuatro días en el templo Tenochtitlán (en cuyas estanterías se acumulaban hasta 136.000 cabezas) se sacrificaron 20.000 prisioneros de guerra.[6] No solo hacían sacrificios sino que consumían (canibalismo) todo o parte de los cuerpos de los prisioneros de guerra.

 

Tampoco los españoles mataron a Moctezuma, sino que lo hicieron sus propias gentes. Es más, Hernán Cortés y él llegaron a ser grandes amigos y a apreciarse sinceramente. Y en las guerras que se sucedieron a su muerte, crueldades las cometieron todos y no siempre las mayores fueron obra de los españoles. A este respecto, se “ignora” la llamada “Noche Triste” o se “olvida” que recientes excavaciones llevadas a cabo en Tecoaque ―que significa literalmente “lugar donde se los comieron” (antigua Zultépec)―, a cincuenta kilómetros al este de la Ciudad de México, han probado que entre junio de 1520 y marzo de 1521 los mexicas apresaron una caravana que Cortés había dejado en retaguardia con heridos, enfermos, mujeres (españolas y mulatas) y niños que les acompañaban, junto a trescientos aliados tlaxcaltecas. Todos ellos fueron asesinados y sacrificados a los dioses, junto a los animales europeos que formaban parte de la caravana, siendo exhibidos los cráneos como trofeo ante el templo principal (Cfr. Itinerario de Hernán Cortés, op. cit. pp. 60,61). Nadie osaría hoy en España echar en cara o pedir responsabilidades por tales hechos a los habitantes actuales de México. Lo contrario, no está tan claro.

 

Existe otro detalle que no se ha explorado y que explicaría en parte la violencia ejercida en ocasiones por los españoles: eran muy pocos frente a un enemigo mucho más numeroso. Pizarro derrotó al imperio inca con un ejército formado por 62 jinetes y 106 soldados a pie, 40 de los cuales eran analfabetos, como tocaba a la época. Pero no solo hubo violencia, también se utilizó la astucia y las alianzas. Tanto Pizarro como después La Gasca buscaron afianzar el dominio pactando con príncipes incas, y varios aceptaron las condiciones (por ejemplo Sayri Túpac).

 

Por otra parte, la mayor parte de las muertes de indios que se atribuyen a los españoles —que han llegado en ocasiones a calificarse de genocidio— se debieron a las enfermedades que involuntariamente e inevitablemente trajeron de Europa. Por cierto, que no solo los españoles contagiaron enfermedades, también los indios a los españoles, como ocurrió por ejemplo con la sífilis. Por otra parte, llama la atención que cuando internamente se ha tratado de encontrar responsables de los abusos solo al parecer hubo castellanos y extremeños. Pero ¿no participaron activamente vascos y catalanes en la colonización? ¿Y qué decir de la corte flamenca que acompañó a Carlos I? Se ha estudiado poco la nefasta influencia que ejerció parte de estos cortesanos, los cuales llegaron ávidos de riquezas del Nuevo mundo. ¿Por qué será? Mientras, todavía en pleno siglo XVII, Felipe IV por Real Cédula del 3 de julio de 1627 recordaba la necesidad de castigar las injurias y opresiones a los indios: “(…) cuyos naturales estimo, y quiero sean tratados como lo merecen vasallos que tanto sirven a la Monarquía y tanto la han engrandecido e ilustrado”. ¿Dijeron algo parecido los gobernantes ingleses de la época? Por cierto, era un tal Cromwell, un terrible dictador.

 

9. Quiénes fomentaron más la discriminación: algunas sorpresas

 

La mezcla y fusión de razas fue la regla en las colonias españolas, a diferencia de otras colonias europeas donde la élite de la metrópoli vivía aislada de la población indígena a la que, al menos en un primer momento, ni siquiera mostraron intención alguna de ofrecerle acceso a la educación. La segunda diferencia es que en los casos —que también se dieron pues la carne británica no era menos débil— en que los ingleses cohabitaron con indias, e incluso alguna inglesa con un indio, los hijos fruto de esa uniones mestizas desaparecieron de los archivos históricos (Cfr. J.H. Elliott, op. cit. p. 139).

 

Sorprende igualmente que no se diga nada sobre las discriminaciones y maltratos que sufrieron las poblaciones indígenas en Latinoamérica… después de la independencia; es decir, cuando ya no se podía echar la culpa al “malvado” gobierno español, sino a los abuelos y tatarabuelos de sus actuales dirigentes. Nadie (o casi nadie) habla de qué pasó con el (supuesto o real) genocidio a los indios “después” de la independencia de la metrópoli: si paró, se intensificó o si incluso se mantuvo casi hasta nuestros días. En este sentido, la Premio Nobel Rigoberta Menchú presentó (curiosamente) ante la Audiencia Nacional española en 1999 una querella contra al gobierno guatemalteco —ante la imposibilidad de hacerlo en Guatemala— para investigar crímenes cometidos por oficiales guatemaltecos contra las mujeres mayas, ¡¡en pleno siglo XX!!

 

En realidad, la discriminación de los indios en Latinoamérica no fue menor una vez que las colonias se independizaron de España, sino que en ocasiones fue incluso mucho más intensa. Esto ocurrió por ejemplo en el caso de Argentina donde los indios llegaron a desaparecer… tras la descolonización. En la llamada campaña del desierto (1878-1885), cuando hacía más de sesenta años de la independencia de España (por tanto quienes mandaban eran ya una generación nacida en una Argentina independiente), el ejército argentino cargó contra los pueblos amerindios, principalmente de las etnias mapuche y tehuelche que vivían hasta entonces tranquilamente en la región pampeana y la Patagonia. Según estimaciones de un comité científico que acompañó al ejército argentino, de 15.000 habitantes que habitaban potencialmente la zona, 14.000 murieron o fueron hechos prisioneros. Otras estimaciones elevan tanto el número de pobladores, como de muertos o separados de sus familias. El objetivo, reconocido por el propio Congreso argentino, fue el exterminio de los indios salvajes de la Pampa y la Patagonia. Al final a los supervivientes se les confinaron en reservas siguiendo miméticamente el modelo norteamericano de trato a los indios. ¿Se enseñan estos hechos en las escuelas?, ¿se reconoce públicamente por estudiosos y medios de comunicación?

 

Otro aspecto que no se ha destacado lo suficiente es que no hubo grandes discriminaciones entre habitantes de la metrópoli y de las colonias, ni dentro de la América española ni tampoco en la propia España, a efectos por ejemplo de acceso a la educación o a los cargos públicos. Incluso siglos después no podrían decir lo mismo otras potencias europeas que han pasado a la Historia como más civilizadas. Es conocido el caso del “indio” Garcilaso y el de la famosa la tertulia que montó “el peruano” Pedro Olavide —a la que asistía el mismo Jovellanos—, el cual llegaría a ser Intendente de Sevilla y superintendente de las poblaciones de Sierra Morena. Tampoco es desconocido que la mayor parte de los héroes de la independencia americana contra España se habían formado en Academias Militares aquí mismo, junto a los compañeros a los que luego combatieron y mataron. En cuanto al acceso a la sanidad ya hemos visto que los hospitales que se construían aceptaron desde un principio a todos.

 

10 ¿Fueron los españoles pioneros en esclavitud o en derechos humanos?

 

¿Quién dijo “todas las naciones del mundo son humanas y comparten los mismos derechos y libertades”? ¿Voltaire? ¿Rousseau? ¿Tocqueville? ¿En la revolución francesa? ¿Tal vez en la norteamericana? ¿O tal vez algo tan revolucionario y moderno se dijo después? ¿Gandhi o Mandela? Pues no, fue un extraño monje español en el siglo XVI: Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias. En cuestión de esclavos, no solo el Imperio británico sino el Imperio otomano, e incluso el portugués, fomentaron más el comercio con seres humanos que los españoles, por no hablar de los propios genoveses en la época de Colón. De hecho, el genocidio más cruel, intenso y extenso, no ha tenido lugar en América (no al menos en Latinoamérica), sino probablemente en África, cuya historia daría para muchas leyendas negras todavía pendientes de escribir (¿por qué será mis queridos ingenuos?). Fue en la Conferencia de Berlín (1884-1885), donde las potencias europeas se repartieron el continente africano. En dicha reunión la participación de España fue, una vez más de forma intencionada, claramente secundaria y marginal, a pesar de ser la más cercana geográficamente a dicho continente. Es decir no la dejaron participar, por lo que no se le puede acusar de haber participado en ningún genocidio o limpieza étnica en la zona; no así los demás.

 

No se ha destacado suficientemente que los españoles desde muy pronto, en pleno siglo XVI, se cuestionaron el titulo jurídico y moral que legitimaba la conquista. Tenían las bulas alejandrinas de 1493 —llamadas así porque fueron otorgadas por el Papa Alejandro VI a los Reyes Católicos— y el Tratado de Tordesillas de 1494. En la misma época regía la doctrina aristotélica que sostenía que existían pueblos abocados por naturaleza a la sumisión o servidumbre. Pero nada de esto bastó a Vitoria y sus colegas, para quienes no existían hombres destinados por naturaleza a la esclavitud, pues debía anteponerse los derechos de los hombres al poder del Estado.

 

Este debate estuvo siempre muy presente y llegó a las más altas instancias del gobierno y el propio monarca. Puede que el resultado no fuera demasiado práctico ni ambicioso, pero ¿existió siquiera un debate similar en la colonización de Norteamérica por Gran Bretaña? ¿O de otra potencia en otro lugar del mundo, incluso aunque actuaran mucho más tarde? Se puede discutir si esos debates fueron fructíferos o si las normas que se aprobaron consiguieron un grado de aplicación suficiente, pero una cosa está clara: el Imperio español fue el primero (y en muchos aspectos el único) que se juzgó a sí mismo sus posibles excesos sin complacencia y con lucidez (J. Pérez, op. cit., p. 109). ¡Qué tiempos aquéllos en que hacer autocrítica no se veía como muestra de debilidad!

 

Obviamente existieron excesos y se cometieron abusos, pero desde el principio la intención de los Reyes Católicos fue que se tratase a los indios “muy bien y amorosamente” (cfr. Primera Instrucción de los Reyes a Colón). Y las normas que perfilaban los derechos de los indios fueron constantes a lo largo de todo el periodo de presencia española, otra cosa es que siempre se cumplieran y se interpretaran correctamente. En todo caso, para la época en que estamos hablando, donde la esclavitud era moneda corriente, puede considerarse hasta de ejemplar. De hecho, se ha barajado como causa de la destitución de Colón por parte de los Reyes, el que aquél no cumpliera sus órdenes respecto a no tratar ni comerciar a los indios como esclavos (H. Thomas, op. cit, p. 220). Curiosa o paradójicamente, fue el muy alabado Colón (al que todos quieren tener todavía hoy como nacional de sus tierras, incluidos, cómo no, los catalanes) el que propuso a los Reyes Católicos la venta de esclavos “a 1500 maravedís la pieza”, y es la depreciada, por muchos, Isabel I, la que obliga a tratarles como personas libres “e no como siervos”.[7] Otro mito que se cae: Colón, como buen genovés quiso desde el primer momento hacer dinero vendiendo a los indios como esclavos, contra la opinión y las órdenes de los Reyes Católicos “españoles”.

 

Pero abandonemos el pasado y retornemos al presente. España ha sido mucho tiempo el primer inversor europeo en Latinoamérica, sigue siendo uno de los que más aporta en ayuda al desarrollo en la zona (a pesar de China) y continúa financiando a veces casi en solitario experiencias de cooperación, como las Cumbres Iberoamericanas, donde también participan Brasil y Portugal. Todo ello con un PIB muy inferior al de otros Estados. En concreto, casi iguala la contribución de los Estados Unidos a organizaciones de base americana, como “La Unión Postal de las Américas, España y Portugal”. ¿Ha ganado con ello el respeto y el cariño de Hispanoamérica? Por el contrario, si hubieran sido los españoles tan malos como se dice, tal vez les habría ido bastante mejor (“a los malos les va mejor”, se afirma en el Libro de Job de la Biblia). Porque los malvados de verdad son aquellos que son capaces de pasar por buenos, y echar la culpa siempre a otro de sus barrabasadas. De esos conocemos todavía hoy unos cuantos y suelen mandar en el mundo. Los españoles no están entre ellos ¿Por qué será?

 

Lo cierto es que tanto españoles como sus descendientes y hermanos hispanoamericanos harían bien en aprender de lo que hacen otros: reconocer su herencia común, destacando lo que fue valioso y merece ser recuperado, evitando buscar en el pasado (a menudo además exagerado e inventado) el chivo expiatorio de sus actuales problemas. Si superamos el estado de ingenuidad y quijotismo que corre por nuestras venas, tal vez todos juntos podamos volver a asombrar al mundo y mostrar que otro modelo de desarrollo es posible. La grandeza del Imperio español nos pertenece a los ciudadanos de ambos lados del Atlántico. No la despreciemos. Aprendamos de ella.

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[1] Citado por Joseph Pérez, La España del siglo XVI, ed. Espasa Calpe (colección austral), Madrid, 2002 (2ª edición), p. 138).

[2] Ramiro de Maeztu, Defensa de la Hispanidad, Gráficas González, 1946 (5ª edición), Madrid, p. 31.

[3] Hay que reconocer, no obstante, que existe un aspecto en el que las excolonias españolas quedan peor paradas que otras: el grado de violencia social. De las cincuenta ciudades más violentas del mundo (porcentaje de homicidios por cien mil habitantes) veinticinco son hispanoamericanas (cfr. Informe 2013 del Consejo ciudadano de México para la seguridad pública y justicia penal) destacando Honduras (que contiene la ciudad más violenta del mundo), Venezuela, Guatemala, San Salvador y México. Sin embargo, otras veinticinco ciudades pertenecen a Brasil (16), Estados Unidos (4), Sudáfrica (3) y Jamaica (1). Por tanto procedentes de metrópolis portuguesas y británicas. En todo caso, es difícil llegar a conclusiones definitivas en este asunto, porque influyen varios factores (incluida, aunque moleste a algunos, la cultura autóctona) y porque según adoptemos uno u otro enfoque el panorama cambia. Por ejemplo, podría afirmarse que tomando el número de ciudades implicadas el país más violento del mundo sería Brasil y el más violento de África uno de influencia anglosajona (Sudáfrica).

[4] Los romanos desembarcaron en Ampurias en el 218 a.C., y los suevos cruzaron los Pirineos en el 419, y en 476 ya dominaban junto a los visigodos la península ibérica salvo en la parte menos romanizada que continuó en manos de cántabros, astures y vascones. No obstante, los romanos tardaron unos 200 años en acabar su conquista de la Península, hasta el 19 a.C., con el emperador Augusto. Los árabes tardaron quince años, del 711 al 716 en conquistar el reino visigodo, mientras fueron expulsados en 1492 de Granada.

[5]Citada por Ángel del Río, en “Introducción” a Jovellanos, Obras Escogidas, I, ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1965 p. CXIV.

[6] Itinerario de Hernán Cortés, Guía de la exposición, 3 diciembre 2014-3 de mayo de 2015, Centro de Exposiciones Arte Canal, ed. Canal de Isabel II Gestión, 2014, Madrid, pp. 84-85.

[7] Cfr. Tomas Campanella, La monarquía hispánica, ed. Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982.

[8] La excusa “racista” aunque hoy nos sorprenda, fue sostenida por uno de los mayores antropólogos de fines del siglo XIX, Luis Agassiz, catedrático de Harvard. Según él, la mezcla de razas producida en América había ocasionado poblaciones gravemente discapacitadas para desarrollarse y aun para reproducirse (citado por F. Fernández-Armesto, “Revoluciones atlánticas: consecuencias en los ámbitos anglosajón e hispano” en. Gonzalo Anes y Eduardo Garrigues (coord.), La Ilustración española en la independencia de los Estados Unidos: Benjamin Franklin, ed. Marcial Pons, Madrid, 2007 pp. 181-197, en p. 182)

[9] En total los árabes estuvieron en España bastante más tiempo que los romanos, pero no transmitieron ni su lengua, ni su religión, salvo en algunos aspectos. En el aspecto cultural su contribución fue notable ciertamente, pero probablemente lo más relevante fue la aportación de la traducción árabe de textos griegos, es decir occidentales. 

[10] Santiago Muñoz Machado, Hablamos la misma lengua, ed. Planeta, Barcelona, 2017.

[11] Julián Marías, España inteligible. Razón histórica de las Españas, ed. Alianza, Madrid, 2010, p. 178.

[12] Salvador de Madariaga, España. Ensayo de historia contemporánea, ed. Espasa-Calpe, Madrid, 1979 (14ª edición), p. 59.

[13] Ver el artículo de Remigio Vela Navarrete, catedrático de urología, “Cortés, más que un conquistador” en el periódico ABC, 25/04/2015, p. 17.

[14] Joseph Pérez, op. cit. p. 100

[15] Ver Fernando Castillo Opazo, “El impacto de la conquista española en las formas de trabajo indígena durante el siglo XVI en el cono sur” en María Cristina Mineiro Scatamacchia y Francisco Enriquez Solano (eds.), América: contacto e independencia, ed. Centro Nacional de Información Geográfica, 2008, Madrid, pp. 144-153.

 

[16] Cfr. Leoncio López-Ocón “La organización del territorio americano” en Jaime Vilchis y Victoria Arias (eds.) Ciencia y Técnica entre viejo y nuevo mundo: siglos XV-XVIII, ed. Ministerio de Cultura y Lunwerg editores, Madrid/Barcelona, 1992, pp. 197, 198.

[17] Citado por G. Anes, “Benjamin Franklin en la Europa de las luces”, en G. Anes y E. Garrigues, op. cit., pp. 34-65, pp. 35 y 35.

[18] Citado por John H. Elliott, Imperios del mundo atlántico. España y Gran Bretaña en América (1492-1830), ed. Santillana, Madrid, 2006, p. 107.

[19] Hugh Thomas, El imperio español. De Colón a Magallanes, ed. Planeta, Barcelona, 2003, pp. 120, 160, 161.

[20] Marvin Harris, Antropología cultural, ed. Alianza, Madrid, 2005, p. 367

[21] Ibid, pp. 369, 370.

[22] Ramón Menéndez Pidal, El Padre Las Casas: su doble personalidad, ed. Real Academia de la Historia, Madrid, 2012, p. 3.

Alberto Gil Ibañez (Madrid, 1963) es escritor y ensayista. Doctor en Derecho por el Instituto Universitario de Florencia (Italia), Doctor (premio extraordinario) en Ciencias de las Religiones por el Instituto Universitario de Ciencias de las Religiones (Universidad Complutense), miembro del Cuerpo Superior de Administradores Civiles del Estado y Diplomado de Altos Estudios de la Defensa Nacional (CESEDEN). Trabajó durante cinco años en Holanda e Italia, donde pudo comprobar el peso de ciertos estereotipos y la vigencia de parte de la leyenda negra antiespañola. Desde hace más de seis años ha enfocado su trabajo en el estudio de la Historia de España, descubriendo los numerosos bulos y patrañas que la empañan. Ha publicado dos novelas, numerosos artículos y varios libros que abarcan desde la reforma institucional, hasta el Derecho y la Ciencia Política, pasando por la Historia de las religiones. De ellos cabe destacar el que coordinó junto a Ramón Marcos: A favor de España: el coste de la ruptura (2014), que contó con la participación, entre otros, de Fernando Savater y Mario Vargas Llosa; La Conjura silenciada contra España (2016); y La Leyenda negra: Historia del odio contra España (2018). Es miembro del Grupo de Reflexión del Instituto Universitario de Estudios Europeos y de la Asociación Española de Ciencias de las Religiones. En España, colabora con los periódicos ABC, El Español, El Confidencial y Vozpopuli, así como el blog “El Asterisco”.

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