Juan Ramón Jiménez
Pequeña antología
Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1981-San Juan, Puerto Rico, 1958). Poeta de intenso tono lírico cuya obra resulta difícil de catalogar en la producción literaria de la primera mitad del siglo XX. Su poesía joven recoge las enseñanzas del Modernismo de Rubén Darío, del Simbolismo francés y también de los escritores españoles de la Generación del 98. Aunque en su obra más popular, Platero y yo (1917), Jiménez desestimó la influencia de la Generación del 98, lo cierto es que su visión de la gente y el paisaje andaluces –encontrados a su paso por el asno Platero y su dueño- todavía rememora la nostalgia con que el 98 describió la empobrecida, ruda y estoica tierra española de finales del siglo XIX.
Sin embargo, por la misma fecha en que escribía Platero y yo, Jiménez llevó a cabo un movimiento de renovación de la lírica española cuyas influencias se dejarían notar profundamente en los escritores españoles más jóvenes, los de la llamada Generación del 27, y también de muchos latinoamericanos de vanguardia, entre ellos Octavio Paz.
En su extensa obra, que cuenta con 36 libros de poemas se advierte una extraordinaria experimentación nunca vista, al menos en poeta en lengua española, y no muchas veces exaltada debido a la sutileza con que Juan Ramón la insertaba en el mundo hipersensible y místico que siempre caracterizó a sus poemas. Por sus páginas un atento lector escucha, como melodías refundidas unas y las otras de adquisición más reciente, la poesía del Siglo de Oro, y en particular la de San Juan de La Cruz, escucha al 98 y al realismo decimonónico, con su rigidez verbal, desenvuelto ahora, en un espacio abierto, transitivo y lleno de luces; también se oyen insistentes ensayos sobre el soneto y el alejandrino, y el constante trabajo de acunar nuevas palabras.
Como el gran heredero que fue del Modernismo, Juan Ramón veía claramente que la lengua era un sistema, es decir, un mecanismo cuya extraordinaria flexibilidad debía aprovecharse al máximo en la comunicación artística. De ahí la inmensa cantidad de neologismos y la noción de que en la comunicación, al igual que en el arte, existen significaciones «esenciales», por eso su concepto de «poesia pura», que se opone a mucho del ropaje utilizado en cualquier época en la poesía, incluso al ropaje vanguardista que le fue contemporáneo.
Y dice, seguramente evocando un famoso poema de Neruda: «La poesía no se renueva gritando a las señoras asustadas o crédulas que la sangre es verde; sino sorprendiendo las ideas esenciales que esa sangre, más verde o más roja, riega, fecunda y exalta». En otro comentario, dice: «Poesía pura no es poesía casta, sino poesía esencial.
Por extraño que parezca, de su poesía no sólo se alimentó la lírica pura posterior, sino el imaginario ultraísta de Garcia Lorca y de Miguel Hernández, tanto verbal como espacial, y los tonos conversacionales que poco a poco emergieron a ambos lados del Atlántico.
Se dice que, por lo influyente, uno de sus mejores libros es Eternidades (1917), aunque Diario de poeta y mar, publicado un año antes con el título Diario de un poeta recién casado (1916), debe también considerarse un libro fundamental en la estética de Jiménez. Escrito durante su primer viaje a los Estados Unidos, en compañía de su esposa, este poemario introduce la imagen poética del mar, cuyo simbolismo se hará cada vez más profundo a medida que el poeta se adentre en la madurez.
En su última época, la del exilio en los Estados Unidos, Jiménez desarrolló una poesía mística sumamente compleja. Sus Romances de Coral Gables (1939-1942) y el poema «Espacio» (1941) registran el encuentro con una divinidad que posteriormente será desarrollada en Animal de fondo (1949) y Dios deseado y deseante (1957), sus dos últimos poemarios. Ambos hablan de un dios «deseante» del poeta, un dios que lo busca y reclama aun cuando es «inmanente», es decir, habita en la conciencia del hombre, el «animal de fondo». A través de este dios, que no es creador, ni redentor, ni padre, sino mera conciencia o estado de alerta, Juan Ramón consigue en sus últimos poemarios, en un espacio marino, iluminado y gozoso, su identificación y unión espiritual con todo lo existente.
LA CARBONERILLA QUEMADA
EN la siesta de julio, ascua violenta y ciega,
prendió el horno las ropas de la niña. La arena
quemaba cual con fiebre; dolían las cigarras;
el cielo era igual que de plata calcinada.
...Con la tarde, volvió –¡anda, potro!– la madre.
El pinar se reía. El cielo era de esmalte
violeta. La brisa renovaba la vida...
La niña, rosa y negra, moría en carne viva.
Todo le lastimaba. El roce de los besos,
el roce de los ojos, el aire alegre y bello:
— «Mare, me jeché arena zobre la quemaura.
Te yamé, te yamé dejde er camino... ¡Nunca
ejtubo ejto tan zolo! Laj yama me comían,
mare, y yo te yamaba, y tú nunca benía!»
Por el camino –¡largo! –, sobre el potrillo rojo,
murió la niña. Abiertos, espantados, sus ojos
eran como raíces secas de estrellas.
La brisa jugueteaba, ensombrecida y fresca.
Corría el agua por el lado del camino.
Ondulaba la yerba. Trotaban los pollinos,
oyendo ya los gritos de los niños del pueblo…
Dios estaba bañándose en su azul de luceros.
Historias (1909 – 1912)
AMOR
TEN cuidado,
cuando besas el pan…
¡Que te besas la mano!
Bonanza (1911 – 1912)
TU rostro bello, tras mi llanto,
¡qué bueno se puso!
¡Cómo, una sola lágrima,
deforma todo el mundo!
Idilios (1912 – 1913)
SACO mi esperanza, igual
que una deslumbrante joya,
de mi corazón —su caja—,
la paseo entre las rosas,
la mimo, como a una hija,
una hermana, o una novia,
la miro infinitamente,
...y la guardo, otra vez, sola.
Estío (1915)
MAR
PARECE, mar, que luchas
—¡Oh desorden sin fin, hierro incesante!—
por encontrarte o porque yo te encuentre.
¡Qué inmenso demostrarte,
en tu desnudez sola
—sin compañera… o sin compañero
según te diga el mar o la mar—, creando
el espectáculo completo
de nuestro mundo de hoy!
Estás, como en un parto,
dándote a luz —¡con qué fatiga!—
a ti mismo, ¡mar único!,
a ti mismo, a ti sólo y en tu misma
y sola plenitud de plenitudes,
…¡por encontrarte o porque yo te encuentre!
TE tenía olvidado,
cielo, y no eras
más que un vago existir de luz,
visto ─sin nombre─
por mis cansados ojos indolentes.
Y aparecías entre las palabras
perezosas y desesperanzadas del viajero,
como en breves lagunas repetidas
de un paisaje de agua visto en sueños…
Hoy te he mirado lentamente,
y te has ido elevando hasta tu nombre.
Diario de un poeta recién casado (1916)
INTELIJENCIA, dame
el nombre exacto de las cosas!
Que mi palabra sea
la cosa misma,
creada por mi alma nuevamente.
Que por mí vayan todos
los que no las conocen, a las cosas;
que por mí vayan todos
los que ya las olvidan, a las cosas;
que por mí vayan todos
los mismos que las aman, a las cosas...
¡Intelijencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
YO no soy yo.
Soy este
que va a mi lado sin yo verlo,
que, a veces, voy a ver,
y que, a veces olvido.
El que calla, sereno, cuando hablo,
el que perdona, dulce, cuando odio,
el que pasea por donde no estoy,
el que quedará en pie cuando yo muera.
Eternidades (1916 – 1917)
¡NO estás en ti, belleza innúmera,
que con tu fin me tientas, infinita,
a un sinfín de deleites!
¡Estás en mí, que te penetro
hasta el fondo, anhelando, cada instante,
traspasar los nadires más ocultos!
¡Estás en mí, que tengo
en mi pecho la aurora
y en mi espalda el poniente
—quemándome, trasparentándome
en una sola llama—; estás en mí, que te entro
en tu cuerpo mi alma
insaciable y eterna!
Piedra y cielo (1919)
PATRIA
¿DE dónde es una hoja
transparente de sol?
—¿De dónde es una frente
que piensa, un corazón que ansía?—
¿De dónde es un raudal
que canta?
Poesía (en verso, 1917 – 1923)
ÁRBOLES HOMBRES
AYER tarde
volvía yo con, las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.
La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.
Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.
Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.
Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla
con la luna ya en el aire.
Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme,
se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.
Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?
¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.
Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
En el otro costado (1936 – 1942)
LA TRANSPARENCIA, DIOS,
LA TRANSPARENCIA
DIOS del venir, te siento entre mis manos,
aquí estás enredado conmigo, en lucha hermosa
de amor, lo mismo
que un fuego con su aire.
No eres mi redentor, ni eres mi ejemplo,
ni mi padre, ni mi hijo, ni mi hermano;
eres igual y uno, eres distinto y todo;
eres dios de lo hermoso conseguido,
conciencia mía de lo hermoso.
Yo nada tengo que purgar.
Toda mi impedimenta
no es sino fundación para este hoy
en que, al fin, te deseo;
porque estás ya a mi lado
en mi eléctrica zona,
como está en el amor el amor lleno.
Tú, esencia, eres conciencia; mi conciencia
y la de otros, la de todos
con la forma suma de conciencia;
que la esencia es lo sumo,
es la forma suprema conseguible,
y tu esencia está en mí, como mi forma.
Todos mis moldes, llenos
estuvieron de ti; pero tú, ahora,
no tienes molde, estás sin molde; eres la gracia
que no admite sostén,
que no admite corona,
que corona y sostiene siendo ingrave.
Eres la gracia libre,
la gloria del gustar, la eterna simpatía,
el gozo del temblor, la luminaria
del clariver, el fondo del amor,
el horizonte que no quita nada;
la transparencia, dios la transparencia,
el uno al fin, dios ahora sólito en el uno mío,
en el mundo que yo por ti y para ti he creado.
SOY EL ANIMAL DE FONDO
«EN fondo de aire» (dije) «estoy»,
(dije) «soy animal de fondo de aire» (sobre tierra),
ahora sobre mar; pasado, como el aire, por un sol
que es carbón allá arriba, mi fuera, y me ilumina
con su carbón el ámbito segundo destinado.
Pero tú, dios, también estás en este fondo
y a esta luz ves, venida de otro astro;
tú estás y eres
lo grande y lo pequeño que yo soy,
en una proporción que es ésta mía,
infinita hacia un fondo
que es el pozo sagrado de mí mismo.
Y en este pozo estabas antes tú
con la flor, con la golondrina, el toro
y el agua; con la aurora
en un llegar carmín de vida renovada;
con el poniente, en un huir de oro de gloria.
En este pozo diario estabas tú conmigo,
conmigo niño, joven, mayor, y yo me ahogaba
sin saberte, me ahogaba sin pensar en ti.
Este pozo que era, sólo y nada más ni menos,
que el centro de la tierra y de su vida.
Y tú eras en el pozo májico el destino
de todos los destinos de la sensualidad hermosa
que sabe que el gozar en plenitud
de conciencia amadora,
es la virtud mayor que nos trasciende.
Lo eras para hacerme pensar que tú eras tú,
para hacerme sentir que yo era tú,
para hacerme gozar que tú eras yo,
para hacerme gritar que yo era yo
en el fondo de aire en donde estoy,
donde soy animal de fondo de aire,
con alas que no vuelan en el aire,
que vuelan en la luz de la conciencia
mayor que todo el sueño
de eternidades e infinitos
que están después, sin más que ahora yo, del aire.
Dios deseado y deseante (1949)
Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva, 1981-San Juan, Puerto Rico, 1958). Poeta de intenso tono lírico cuya obra resulta difícil de catalogar en la producción literaria de la primera mitad del siglo XX. Su poesía joven recoge las enseñanzas del Modernismo de Rubén Darío, del Simbolismo francés y también de los escritores españoles de la Generación del 98. Aunque en su obra más popular, Platero y yo (1917), Jiménez desestimó la influencia de la Generación del 98, lo cierto es que su visión de la gente y el paisaje andaluces –encontrados a su paso por el asno Platero y su dueño- todavía rememora la nostalgia con que el 98 describió la empobrecida, ruda y estoica tierra española de finales del siglo XIX.