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Sobre el derrame de los virus y la degradación ambiental

 


Por Helder Pérez

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Entre los múltiples enemigos históricos de la humanidad se encuentran los virus, entidades que, según muchos expertos, deambulan en el umbral de la vida y la muerte. De hecho, muchos no les consideran organismos vivos puesto que ellos no nacen, no se desarrollan, no reproducen ni mueren como el resto de las especies que habitan el planeta, sino que simplemente se replican valiéndose de una cadena corta de material genético.

Ahora bien, en vez de ahondar en la replicación de los virus, su taxonomía y el fascinante comportamiento social que algunos de ellos exhiben, el cual ha dado paso a una nueva ciencia llamada ‘socio-virología’, considero importante hacer una pausa y preguntarnos ¿por qué existen los virus?

Para responder la pregunta es necesario revisar los cuadernos de la teoría evolutiva propuesta por el científico Charles Darwin, específicamente el capítulo concerniente a la selección natural y los mecanismos de control poblacional.  Según el biólogo Ernst Mayr, quien años más tarde nos facilitó La lógica de la teoría de la selección natural estableciendo que:

Dado que se producen más individuos de los que pueden mantenerse con los recursos disponibles, pero el tamaño de la población permanece estable, significa que debe haber una lucha feroz por la existencia entre los individuos de una población, lo que resulta en la supervivencia de una parte, a menudo una parte muy pequeña, de la progenie de cada generación.

Dicho de otra manera, en la naturaleza existen mecanismos de control poblacional cuyo objetivo es asegurar el equilibrio entre los recursos de la biósfera y la existencia de las especies.

La naturaleza es un campo de batalla donde sobreviven los más aptos, cuyas características innatas, dicho sea de paso, les permiten sobrevivir a lo que la ecología de poblaciones denomina «factores independientes de la población» (como fenómenos climáticos extremos, erupciones volcánicas y el uso de plaguicidas); y factores «dependientes de la población», como la depredación, competencia por recursos y la ocurrencia de enfermedades infecciosas provocadas por la acción de agentes patógenos como bacterias, hongos y los virus.

Aunque no lo parezca, los factores mencionados anteriormente contribuyen de una manera u otra a la homeostasis ecológica. Lo que para nosotros un virus representa difiere significativamente de la función que la naturaleza le ha conferido: mantener el delicado balance entre la disponibilidad de los recursos y la curva poblacional. No obstante, a veces este balance puede romperse y ocasionar lo que Mayr llamó «fluctuaciones ocasionales importantes», las cuales producen efectos catastróficos en la sociedad.

En condiciones normales, y considerando lo expuesto en los párrafos anteriores, los virus tienen un rol ecológico fuertemente ligado a la salud de los ecosistemas. Aunque pueda considerarse un tanto despiadados, ellos contribuyen a mantener el equilibrio natural al eliminar a los organismos menos aptos y aquellos que ya han cumplido su función para dar paso a las nuevas generaciones, quienes llevan consigo la semilla de la esperanza en forma de mutaciones beneficiosas que les confieren una capacidad de adaptación a los eternos cambios en el ambiente. No obstante, este delicado balance entre virus-hospedero puede romperse. Y a menudo el responsable es el ser humano.

El derrame o desbordamiento viral se refiere al paso de un virus desde su portador natural hacia otra especie, la cual en años recientes ha incluido al ser humano con mayor frecuencia. Esta transferencia viral, sin embargo, no es una casualidad, sino que es un efecto colateral de la colonización indiscriminada de los espacios silvestres. Tomemos como ejemplo el caso del ebolavirus, el cual debutó en 1976 en la República Democrática del Congo en África. Después de un gran esfuerzo multinacional para frenar la ola de muertes causada por esta enfermedad, el ébola volvió a inundar los espacios televisivos décadas después cuando otro brote surgió en Guinea. De acuerdo con estudios científicos recientes, este nuevo evento ocurrió como resultado de la destrucción de la selva tropical por el avance de la frontera agrícola ocasionado por los refugiados que escapaban de la guerra civil entre la Sierra Leona, Liberia y Guinea.  

  

El caso del ebolavirus podría considerarse como un episodio aislado en la historia natural de nuestra especie, sin embargo, no es el único. De acuerdo con un reporte de la OMS/FAO/OIE, y estudios independientes posteriores, 70% de las enfermedades infecciosas en los últimos 30 años son de naturaleza zoonótica, es decir, originada por el contacto con fauna silvestre, entre ellas, el SARS, MERS, la gripe aviar, el West-Nile Virus, y más recientemente, el SARS-CoV-2 causante de la enfermedad COVID-19, la cual ahora es considerada como una «sindemia», ya que representa la sinergia de otras enfermedades y factores socio-económicos que exacerban la vulnerabilidad de nuestra salud.

Ciertamente los virus no son los villanos de la película. Ellos han existido durante millones de años, y probablemente continúen existiendo aún después que el Homo sapiens se baje del podio. Aunque lo queramos o no, el virus es un agente natural con una función necesaria para la biósfera, no obstante, a medida que el ser humano interrumpa violentamente los espacios naturales se expone ante el contacto con especies portadoras de nuevos virus, ocasionando mayores derrames virales que producirán nuevas pandemias y sindemias, y que seguramente desencadenarán olas de sufrimiento y pérdidas económicas significativas. La pregunta entonces es la siguiente, en vez de invertir tanto dinero y esfuerzo en la búsqueda frenética de una vacuna que nos permita continuar con un estilo de vida incompatible con nuestro futuro y la salud del planeta, ¿por qué no invertimos en prevención y respetamos a la naturaleza?

 

Tegucigalpa, 17 de noviembre 2020

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Helder I. Pérez es profesional de biología dedicado al estudio y conservación de la naturaleza por más de 20 años. Además, es mediador de conflictos profesionales, al recibir un diplomado auspiciado por la embajada de los EEUU y realizado por el Instituto Universitario de Democracia Paz y Seguridad (IUDPAS) de la UNAH. Helder es ex-becario del prestigioso Climate Change Professional Fellows Program del Departamento de Estado de los EEUU y Laspau-Harvard y buzo profesional (Divemaster). Al cuminar su beca, Helder lideró proyectos de adaptación al cambio climático con indígenas Miskity en la moskitia hondureña, pobladores de las Islas de La Bahía, y garífunas en la bahía de Tela dando como resultado el fortalecimiento de las capacidades de alrededor de miles de ciudadanos en Honduras. Además de este proyecto, descubrió una nueva especie de mangle, Pelliciera rhizophorae, en Honduras que es considerada entre las especies más raras y menos estudiadas del mundo. Por otro lado, Helder es miembro fundador de la Red Nacional de Voluntariado: Honduras Voluntaria, la Fundación Islas de la Bahía, la Red de Mediadores de Conflictos de Honduras, la Asociación de ex becarios de Honduras y más recientemente de la Fundación Camina Conmigo; organizaciones civiles dedicadas a generar cambios positivos para la sociedad y el ambiente. Es socio de la fundación Honduras Global, la cual es presidida por Sir Salvador Moncada, y miembro de la Sociedad Mesoamericana para la Biología y Conservación, la Asociación de Ornitología de Honduras y la Red Nacional de Buzos Científicos. Actualmente Helder se desempeña como docente de biología. Recientemente fue nombrado como "Catracho de Éxito" por la Embajada Americana en Tegucigalpa por sus contribuciones a la conservación de la naturaleza en Honduras. Helder habla cuatro idiomas y una lengua indígena.
 

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