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Eterno, luminoso José Emilio

Por Hernán Sánchez Martínez de Pinillos

Esas frondas también dicen adiós.

Las estremece un viento que llega ileso

Desde el pasado en este mismo instante

 

(“College Park, Maryland”, Contraelegia, 337)

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José Emilio Pacheco

En literatura el encanto es un elemento esencial. Hay grandes poetas escasos de encanto, casi antipáticos, y hay poetas con encanto (Garcilaso, Bécquer, Darío, Machado, López Velarde). José Emilio Pacheco era –y lo es ya para siempre en la memoria y en sus escritos– una persona llena de encanto, con aura, y cuya sola presencia producía ilusión, alegría.

 

A diferencia de otros artistas y escritores, José Emilio como persona estaba a la altura de su obra. Desde que conocí a JE me pareció estar ante un artista total, que traía consigo un universo propio, un mundo mágico de las miserias y bellezas de las vidas de los poetas, de la intra-historia antigua y moderna, que, por el agrado de su conversación se convertía no en patrimonio de eruditos, sino de todos.

 

Un crítico angloamericano y excelente lector de la obra de JE ha escrito que el humor en la poesía de JE por “lo general es oscuro y sombrío, o irónico y amargo” (Michael J. Doudoroff, 153). En persona no era tal: JE poseía un singular sentido del humor, más cerca de Cervantes que de Quevedo, vuelto contra sí e indulgente con el prójimo, un humor abierto al absurdo, con una actitud vital de desconcierto solidario, reflejada en el tono de sus escritos, “mezcla de maravilla y fatalidad, de sabiduría e inocencia” (Agnes M. Gullón, 123).

 

JE era un poeta de libros y vida, pero su inmensa cultura servía no de intimidación o de barrera sino de acogida, y con su rostro alargado bajo una hermosa frente, su mirada inteligente y a la vez hospitalaria, llena de ironía bondadosa, JE poseía una cortesía y finura, que junto a su cultura universal hacían de él –tan al día en política– un hombre de otra época, tal vez del XIX como se describe la voz que habla por él en uno de sus poemas , “A través de los siglos”.

 

Con JE de colega, o mejor dicho de compañero y amigo, en el deleite de su graciosísima conversación uno se sentía liberado, en fin, de los aspectos menos gratos de la vida académica. En compañía de JE, en la Universidad uno se sentía siempre mejor; una reunión cualquiera, estando presente JE se transformaba en una ocasión de humor, alta cultura y felicidad.

 

I. Poesía de pensamiento

 

Mi primera impresión de la poesía de JEP fue la de la potencia de su pensamiento crítico, la claridad de una constante indagación intelectual; su condición no de poeta intelectual (el intelecto no canta decía Machado) sino de poeta del pensamiento. Cuestiones morales nunca tratadas con tanta naturalidad y profundidad en la poesía contemporánea asomaban con nitidez expresiva en sus páginas: el problema del mal y el alumbramiento de la conciencia –ligada, en el poema “Caín”, al fratricidio primero; la iniquidad y la crueldad del hombre con el hombre; la mercantilización y cosificación de las relaciones personales; la absolutización del yo; la destrucción de la naturaleza y del hábitat humano.  

 

Según Schiller, el poeta o es naturaleza o busca la naturaleza, y aquello define al poeta ingenuo, nativo o natural, y esto otro al sentimental o intelectual. Como Fray Luis de León, Quevedo, Gorostiza y Borges, JE es, entre otras de sus modalidades expresivas, un poeta sentimental.  Al poeta sentimental la realidad se le aparece como objeto de aversión (sátira) o como objeto de inclinación (elegía). En sus sátiras, JE busca la naturaleza y halla lo que no es: el egoísmo y violencia del hombre, la indiferencia de la naturaleza; en tanto poeta elegíaco, lo efímero de la belleza y la caducidad de todo bien inspira lúcidas meditaciones metafísicas.

 

En su poesía del pensamiento JE ha dado forma dramática al asombro ante la realidad y la relación entre realidad y ficción, el extrañamiento del mundo, para preguntarse en el poema “El silencio”, como Leibniz: “¿Por qué hay algo y no más bien nada?”: “No asco de ser ni pesadumbre de estar vivo: / Extrañeza de hallarse aquí y ahora en esta hora tan muda”.

 

¿Quiénes éramos y en qué nos hemos convertido; dónde estábamos y dónde hemos sido arrojados; hacia qué nos apresuramos y de qué se nos rescata; qué es el nacimiento y qué es el renacimiento? son preguntas sin respuesta en su bellísimo poema “Jardín de niños”. JE revive la embriaguez primera ante el lenguaje, la del niño que, por instinto, experimenta una intimación de eternidad:

Si tienes hambre, si padeces de frío,

si te incomodan los pañales,

existes, te hallas vivo, caes en la cuenta

de que los otros te hacen falta

y no eres

centro de ningún mundo,

rueda apenas

del perpetuo engranaje,

una semilla

entre la cuna eterna que se mece insaciable.

                                                                    (Desde entonces, 1975-1978)

           

Desde el asombro el poeta asume la voz de un cronista o testigo invisible, personaje de un drama que en lugar de contar su drama, es contado: “Yo soy la humanidad y por mí pasa / toda su historia y me contempla.” Son palabras que el poeta pone en labios del pintor en “José Luis Cuevas hace un auto-retrato”, y que definen también la obra de JE.

 

La humanidad toda significa el paradigma perdido: la humanidad olvidada, marginada, desviada y aun monstruosa, una humanidad inmersa en la extrañeza de lo histórico. Porque JE es un gran poeta de la historia, de “… la miseria/ que llamamos historia/ el horror/ que agazapa su insidia en el futuro” (“Idilio”, en Irás y no volverás, 1973-1975).

 

Y es esta estudiada compenetración suya en la historia de la humanidad lo que le ha permitido captar el sentido íntimo de nuestra época, la cual intuye como un tiempo ominoso, preñado de negatividades: desde “Lectura de los “‘Cantares mexicanos: manuscrito de Tlatelolco” y “1968” (I, II, III) sobre la masacre del 2 de octubre de Tlatelolco, pasando por la guerra de Vietnam, las torturas de la dictadura argentina a los atentado terroristas del siglo XXI, historia y duelo se ligan en una predicción mutua, con raíces en la América prehispánica y en la Conquista. Bajo el sentido de “ruina” y catástrofe, Tarde o temprano se configura como un cancionero crónica del último medio siglo de México y del mundo occidental, de la era del átomo a la informática.

 

En una poesía como la de JE, que carga con el peso de la historia, de la Historia de México sobre todo, nuestro autor piensa lo humano a partir de la amenaza de desaparición, en una poesía humanista[1], en diálogo con una perspectiva apocalíptica. En su transcurrir, los diversos avatares de la Historia en marcha en Tarde o temprano van revelando sus obsolescencias, desde la crítica de las instituciones religiosas en piezas como “La secta del bien”, “El Gran Inquisidor” y “Pecado original”, sobre la hipocresía en algunas formas sociales del hecho religioso basadas en la manipulación de la culpa y el miedo, hasta la crítica de la globalización.

 

Contra las ideologías del progreso constante, contra el veredicto de la Historia como única instancia moral, por la que no existe otra verdad que la de la pura facticidad, que es siempre lo que imponen los vencedores y poderosos, la historia semeja para JE un proceso de “des-civilización”(término con que Ernst Cassirer calificó la experiencia nazi), una suerte de “futuro pasado”. Las teodiceas religiosas y seculares, el positivismo, el progresismo y el neodarwinismo son ironizadas en poemas de meditación y denuncia que culminan en la demolición del dios hegeliano de la Historia, y de la glorificación del devenir como agente de liberación: el famoso “Weltgeist”, “el espíritu del mundo” en la Fenomenología del espíritu de Hegel, que santifica la fuerza y el éxito. Contra Hegel, los sujetos históricos de JE parecen hacerse esta pregunta: “¿De qué sirve el convencimiento de que la racionalidad triunfará y que el futuro será bueno y hermoso si el destino me ha condenado a ser testigo del azar, de la sinrazón y de la fuerza brutal?”.

 

Varios poemas de JE se dirigen expresamente contra el presente neoliberalismo y contra una civilización que sólo cree en la inhumana ideología de la eficacia y el triunfo. Y se sitúan en las antípodas de una postura como la de Francis Fukuyama, quien declaraba: “Hoy nos cuesta imaginar un mundo radicalmente mejor que el nuestro”.

 

En discrepancia con Fukuyama, JE expresó sin ambages: “El mundo que produjo el neoliberalismo se parece al mundo de los años 30 y que hizo posible el régimen hitleriano”. Y añadía: “al caos económico, el desempleo, la falta de oportunidades para jóvenes, las desilusiones por falsas promesas de felicidad creadas por el proceso modernizador, se suman factores explosivos como la superpoblación, la inmigración económica y la estetización y trivialización de la violencia a través de los medios masivos de comunicación” (Mendoza).

 

En el poema “Milenio”, la enumeración apocalíptica de los males en el capitalismo postindustrial, la fetichización del afán de lucro y de la competencia como forma de convivencia, y el culto al dinero como símbolo del bien supremo convergen en una pregunta retórica e irónica ante el cajero automático:

 

 

MILENIO

 

Todos esquivan al que intenta darles

las hojitas que anuncian el fin del mundo.

Pero el me cierra el paso y me dice:

“Entre el clochard y el teporocho,

el joven asaltante ansioso de crack con la navaja en la mano,

la mendiga de llagas supurantes,

los niños combatientes en dos mil guerras de ahora,

los leprosos, los viejos abandonados

en hipócritas campos de exterminio;

entre los homeless que huelen a orines y alcohol de muerte

o aquel Gulag atroz en que dejan la vista

las mujeres que cosen vestidos de lujo a diez centavos la hora,

mientras los jefes de la compañía

y los accionistas que exigen más y más lucro sin pausa

tienen ganancias anuales de mil millones de dólares;

entre los adolescentes inhalantes con el cerebro deshecho,

hijos de la violencia que solo están aquí para perpetuarla,

las niñas prostitutas rebosantes de sida y droga a los catorce años,

preñadas de hijos que nacerán enfermos y drogadictos:

entre todo esto y lo demás a la vista

se alza soberbio e insultante y lumínico

el Templo de los Templos,

el santuario electrónico a la deidad de la usura y el oro plástico.

¿No le parece justo que vuelva Cristo

y actúe como dicen los Evangelios?

                                                   (Siglo pasado. Desenlace, 2000)

 

Pero la crítica profética del capitalismo global no aproximó al poeta al pensamiento marxista. Un poema como “Esclavos”, donde los sometidos trabajan para un misterioso gran capataz del mundo, podría leerse como una denuncia del pragmatismo cínico y brutal de Marx, quien ensalzó la esclavitud sin hacer una sola reflexión sobre las víctimas.

 

JE, por el contrario, solo pide un “mundo sin víctimas”, una sociedad sin vencedores ni vencidos, capaz de ser aceptada y compartida por todos. Podría suscribir el pensamiento de Unamuno (en Del sentimiento trágico de la vida) para quien los únicos reaccionarios son los que se encuentran bien en el presente. Contra utopías, dogmas e ideologías, la poesía de JE parece decirnos: sólo humanizaremos el mundo si nos humanizamos antes a nosotros mismos.

 

Pero además de gran cronista lírico de una época, JE es el gran poeta del tiempo íntimo y cósmico, privado del presente de la estabilidad, en una poesía del pensamiento que interioriza el fuego de Heráclito, como centro de una reflexión constante sobre el fluir de las horas:

 

“Soy y no soy aquel que te ha esperado/ en el parque desierto una mañana/ junto al río irrepetible en donde entraba/ (y no lo hará jamás, nunca dos veces)/ la luz de octubre rota en la espesura”, dice en estos versos del poema El reposo del fuego.

 

No hay —con las posibles excepciones de Neruda y Borges— un poeta que haya conversado tan íntimamente con Quevedo. Su conciencia de la muerte y su escritura se entrelazan en versos inolvidables sobre el ahora sin reposo, aplastado entre el pasado y el futuro, sobre el instante melancólico en que el futuro se hará cargo del pasado en cuanto irrevocablemente pasado:

 

“Ni siquiera la muerte permanece. / Todo vuelve a ser polvo”, se lee en El reposo del fuego. El hombre está permanentemente ante la muerte; expresarse no es posible más que a través de Ella. Cargada de sí, la existencia arrastra su propio peso; en “Lavandería”, leemos: “Dentro de poco no sabré quién soy / entre todos los muertos que llevo encima” y en “Nocturno”: “Un día más se ha sepultado en mi cuerpo”, ambos de la colección Desde entonces. En “Conversación romana (1967)” de No me preguntes cómo pasa el tiempo, JE liga la noción de época al esplendor y ruina de la ciudad eterna, y revive en una poesía conversacional y urbana el soneto de Quevedo “Buscas en Roma a Roma, oh peregrino”:

 

 

 

CONVERSACION ROMANA (1967)

 

Oremos por las nuevas generaciones

abrumadas de tedios y decepciones

con ellas en la noche nos hundiremos.

 

Amado Nervo, 1898.

 

En Roma aquel poeta me decía:

-No sabes cuánto me entristece verte

escribir prosa efímera en periódicos.

 

Hay matorrales en el Foro. El viento

Unge de polvo el polen.

 

Ante el gran sol de mármol Roma pasa

del ocre al amarillo el sepia, el bronce.

 

Algo se está quebrando en todas partes.

Se agrita nuestra edad. Es el verano

Y no se puede caminar por Roma.

 

Tanta grandeza avasallada. Cargan

los autos contra gentes y ciudades.

Centurias y falanges y legiones.

proyectiles o féretros, chatarra,

ruinas que serán ruinas.

 

Aire mortal carcome las estatuas.

Barbarie son ahora los deshechos:

plásticos y botellas y aluminio.

 

Círculo del consumo: la abundancia

se mide en el raudal de sus escombros.

Pero hay hierbas, semillas en los mármoles.

 

Hace calor. Seguimos caminando.

No quiero responder ni preguntarme

si algo escrito hoy dejara huellas

más profundas que un casco desechable

o una envoltura plástica arrojada

a las aguas del Tíber.

 

Acaso nuestros versos duren tanto

como un modelo Ford 69

-y muchísimo menos que el Volkswagen.

 

 

La historia, “fábrica” universal de producción de ruinas y cadáveres, vuelve siempre, al cabo de sus ciclos, a un estado de postración y caos. A ojos de JE, tan cercano aquí de los moralistas del Barroco hispano, la civilización e imperio que se estrenaron como grandeza se extinguirán como “vertedero”.

 

En “Ciudad maya comida por la selva” el renacer perpetuo de las flores vence a la vocación de grandeza de la piedra edificada. Pero en ambos poemas, como siempre en la poesía de JE, se habla del hoy, del ahora: el sentimiento de clausura y ocaso del mundo posmoderno descubre en el tiempo pasado de Roma y de la civilización maya su resonancia íntima.

 

En el extraordinario poema “Entre paréntesis” de El silencio de la luna, JE compara  los paréntesis que enmarcan las fechas de nacimiento y defunción de todo varón y mujer con unas “astas de hierro, / fauces abiertas (-) /”, y en una ingeniosa concreción tipográfica expresa JE la filosofía del tratado La cuna y la sepultura de Quevedo: “parecen  los contornos de nuestra cuna, / su balanceo, el vaivén /de la incesante humanidad que va y viene / y nunca deja de nacer y morir.”

 

Con todo, y en la mejor tradición de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, las correspondencias no tienen por objeto un lucimiento del ingenio, sino la denuncia lírica del dolor y el sinsentido del mundo. Con su especial sensibilidad para el lenguaje popular y las frases hechas, JE ahonda en el doble sentido de la expresión “entre paréntesis”; la vida humana, toda vida, queda finalmente reducida a espacio en blanco, aniquilada ausencia, para siempre, “entre paréntesis”.

 

En el presente de una anécdota mínima, en la mirada del joven sobre el viejo, en la del viejo sobre el joven, JE desarrolla una fenomenología de las edades y una metafísica del deseo a través de las generaciones que revela lo demodé, lo cursi, los clisés. Asimismo, la reflexión sobre la fugacidad conduce a una meditación intermitente sobre la fotografía como misterio metafísico. En “Contra la Kodak” de Irás y no volverás, tan actual hoy en la apoteosis narcisista de los “selfies”, la cámara capta rostros de un instante vivo, irrevocablemente ido, “de 1959”. Dice así:

Cosa terrible es la fotografía.

Pensar que en estos objetos cuadrangulares

yace un instante de 1959.

Rostros que ya no son,

aire que ya no existe.

Porque el tiempo se venga

de quienes rompen el orden natural deteniéndolo,

las fotos se resquebrajan, amarillean.

No son la música del pasado:

son el estruendo

de las ruinas internas que se desploman.

No son el verso sino el crujido

de nuestra irremediable cacofonía.

 

 

A pesar del deseo de parar el tiempo, la fotografía se convierte, como el poema mismo, en una “micro versión” de la muerte, cómo lo expresó Roland Barthes en el ensayo Cámara lúcida. Según Barthes, existe una música “del pasado” que suena solamente a una distancia contemplativa respecto a la imagen; enmudece, en cambio, cuando un contacto inmediato provoca el cortocircuito del ojo con la imagen; por ello, la foto debe ser silenciosa, pues solo en el esfuerzo por el silencio revela su virtud propia, como un lugar de silencio, que hace posible un demorar contemplativo. A diferencia de Barthes, “Contra la Kodak” nos sorprende al asociar la foto como lugar del pasado con el fragor del tiempo: en las fotos se escucha sólo el “estruendo” de las horas, congeladas en vano, en imágenes pobladas por fantasmas.

 

II. Poesía natural

 

Según Schiller y según las convenciones hay poetas del pensamiento y poetas naturales, ingenuos. Pero JE, además de poesía del pensamiento metafísico y de denuncia social ha escrito una poesía de los elementos y de la sabiduría en el reconocimiento de la fuerza de las cosas, una poesía de celebración del mundo que logra en la página lo que pedía el Fausto de Goethe: “detente, instante”. Junto a estados de lucidez, en que se transparenta la injusticia del mundo y la indiferencia de la naturaleza, hay otros poemas que dan fe de estados de gracia inmanente, de gozo y plenitud anteriores al hombre. Si la modernidad ha sido pensada como la erosión de lo sagrado y su reemplazo por un historicismo secular que pierde el contacto con lo que era originalmente esencial, en los haikús de JE volvemos a ver y sentir, en una suerte de misticismo de lo fugaz, instantes de plenitud trans-verbales en un mundo fugazmente re-encantado. Contra el desencanto del mundo posmoderno, la poesía natural, esencial de JE no juzga, no significa: se dirige, más allá de todos los discursos, hacia la inmediatez del ser sensible que las imágenes televisivas y el bombardeo electrónico y publicitario nos oculta.

 

Como querían los clásicos, Tarde o temprano se vuelve microcosmos del universo cambiante y de sus elementos: hoguera, trabajado mar, montaña, desierto, gota de agua, arena errante, aire oscuro y tierra baldía se funden y confunden en Los elementos de la noche, El reposo del fuego, Miro a la tierra y Como la lluvia. Pero el poemario también es micro-caos, según se lee en “Las ruinas de México”, la “Elegía del retorno” dedicada a las víctimas del terremoto de México de 1985: de la noche-fuego a la noche-tierra, el cosmos se disuelve en la noche de aire y polvo, atributos de la desintegración, que desemboca –en los poemas “Muelle de Orleans” y “Comerse el mundo” – en la noche-agua de la imagen del río Mississippi, el gran río del mundo cuyas aguas de la muerte nunca reposan en su afán por socavar la tierra firme. Tarde o temprano es río y travesía cruzados por metáforas de naufragio, éxodo, exilio y apartheid, y por búsquedas inútiles de paraísos perdidos y una inexistente Ítaca.  En su pureza, las imágenes elementales del fuego, la nieve, el mar y la lluvia contrastan con la naturaleza corrosiva del tiempo, y con la industria del desarrollo basada en la inmundicia y el desperdicio. 

 

III. La dilatación de la materia lírica

           

A su condición hondamente lograda de poesía sentimental y natural, de poesía del pensamiento y de los elementos, añade la obra de JE una cualidad, un mérito que por sí solo le daría un lugar de honor en la historia de la poesía en lengua española: la capacidad para ampliar los límites expresivos y temáticos del hecho poético.

 

En una historia de la poesía desde el punto de vista de la ampliación de la materia lírica, Pacheco habría transfigurado en sustancia poética el pulpo y la babosa, las moscas azules y las frases hechas, la conjunción copulativa y la teoría de la deconstrucción, el telediario y la lavandería, el pensamiento de Hobbes y las termitas, la bomba de Hiroshima y el interior de la ballena. La historia de la poesía consigna el devenir de la sensibilidad, el argumento de la obra no tiene otro límite que la capacidad del poeta de mirar y escuchar.

 

En el poemario calidoscópico de JEP, en el Aleph que es Tarde o temprano, en la página sin márgenes de una historia que se lee a sí misma, todo permite leer todo: mundo sucesivo y diverso, en permanente metamorfosis, donde la realidad y cada elemento están conectados, en dependencia, en poemas inclasificables: simultáneamente, por medio de contrapuntos inesperados y de borgianas inversiones de la temporalidad y de la perspectiva biográfica (por ejemplo, “Retrato de familia”, “El castillo de los Cárpatos”, “Edades” de La arena errante; “Otredad” de Siglo pasado), en poemas alegóricos y satíricos, metafísicos y coloquiales, eróticos y elegíacos.

 

En un tiempo que la teoría literaria ahonda en la distancia que separa la palabra de lo que designa, JE sugiere el impulso de las palabras hacia las cosas, y el deseo de las cosas de ser palabras, de existir como palabras: las frases hechas (“sepultados en vida”) de “Las ruinas de México (Elegía del retorno)” o “Comerse el mundo” (de las termitas) cobran vida; así también en la experiencia “entrañable” de Prometeo:

 

PROMETEO

Solo nos es dada la esperanza por

aquellos que no tienen esperanza.

                          

 

WALTER BENJAMIN

 

-No lo olvides jamás: hay otros temas.

¿Por qué obstinarse

en la fugacidad y el sufrimiento?

-me dijo Prometeo. Sus cadenas

resonaron de nuevo cuando el buitre

reanudó su tarea entrañable.

                                              (Irás y no volverás, 1969-1972)

 

           

A través del extrañamiento de la palabra en desuso en un contexto que no es el suyo, revive JE una emoción primigenia, mítica, revelación de la violencia en el origen del lenguaje.

           

Y, sobre todo, los versos de JE poseen la cualidad de memorables: los temas, las situaciones dramáticas, las correspondencias e imágenes, las analogías perduran grabadas en la conciencia: el vecino airado que es Segismundo, la lata de Coca-Cola en medio de las ruinas de Roma, la cama y su promesa de ataúd, la agonía del pulpo, el humor de “El fornicador”, la evocación nostálgica del bar del espejo, los ojos abiertos de los peces, o la mar como el caudal de la sangre en el poema “Volver al mar” de Los trabajos del mar: “Y cuando pienso en mar/ dentro de mí se forma esta imagen. / Quiero decir: /lo llevo tan dentro / que su rumor es como el caudal de la sangre”.

 

IV. Poesía gnóstica

           

          

Escribió Octavio Paz que “… la poesía de José Emilio Pacheco se inscribe no en el mundo de la naturaleza sino en el de la cultura, y dentro de éste en su mitad de sombra. Cada poema de Pacheco es un homenaje al No; para José Emilio el tiempo es el agente de la destrucción universal y la historia es un paisaje en ruinas. Podría suponerse que este parti pris lo convierte en un Doctor Pangloss al revés, empeñado en demostrar que vivimos en el peor de los mundos posibles.” Pero añade: “Por fortuna no siempre es así. Puesto que todos somos dobles, una y otra vez irrumpe en sus poemas la voz del Sí”. En el mundo y en la poesía de JE, hay bien y mal, dolor y gozo, negación y afirmación del mundo: la realidad es “anversidad”, neologismo de JE que da título a un poema sobre la coexistencia sin verse del sí y del no. Veamos brevemente estas dos dimensiones, la voz del no y la voz del sí.

La Elegía del retorno dedicada a las víctimas del terremoto de México de 1985, cuando la desgracia golpea a todos y la historia personal se vuelve colectiva, propone una escritura del desastre (evocadora del ensayo de Blanchot, L´Écriture du désastre). El sustantivo “desastre” revive su sentido etimológico, arraigado en el cosmos: desastre significa más que muerte e infortunio: algo así como si la vida en México se hubiese descoyuntado del ser que le es propio, de su referencia a una estrella que ha marcado su pasado y que debía marcar su destino: el terremoto literalmente ha hecho del hombre un des-astro, despojándolo de su norte cósmico y de su existencia histórica, lo ha dejado en el vacío, suspendido de la nada.

José Emilio Pacheco, en 1968, le confesaba a Elena Poniatowska estar dominado por “un pesimismo muy profundo, casi visceral, contra el que he tratado de luchar en vano por medios racionales; pero, por desgracia, es algo con lo que se nace y que la realidad –y la explosión de la información– te confirman y ahondan cada día.” (Poniatowska, 32).

Las bases ideológicas de este visceral pesimismo antropológico se encuentran en la doctrina de la caída, sin teología ni trascendencia: “El polvo / que nos mancha la cara / es el vestigio / de un insaciable crimen”, se lee en “Tierra” (No me preguntes cómo pasa el tiempo); en el libro de Eclesiastés, el predicador bíblico para quien todo es vanidad y dolor, y en los mitos griegos de Prometeo y Sísifo; en Gracián, en Quevedo y en Schopenhauer, quien coincide además en la sensibilidad –cercana al budismo– por el dolor de los animales; y, por último, en El malestar en la cultura de Freud, para quien, contra una interpretación rousseauniana o apologética de lo humano, la evolución cultural se produce siempre a costa de una opresión de los instintos primarios.

 

Pero una de las mayores originalidades de la “lógica de lo peor” (Clement Rousset, Lógica de lo peor) que atraviesa la poesía de JE es, creo, haber dado voz a una visión personal y gnóstica del mundo, repleta de signos barrocos.

 

En la Grecia clásica, el cosmos físico era celebrado como un todo ordenado y armónico, autosuficiente y perpetuo. Sin embargo, a finales de la época clásica, la valoración de la naturaleza cambió radicalmente con el gnosticismo. A contrapelo de la actitud de afirmación y confianza en el mundo que caracterizaba la mirada helena, el mundo empezó a ser percibido como una realidad maligna y temible, un lugar perecedero y corruptible: cambio de perspectiva que quedaría cifrado en la frase-mundus senescit. El hombre tendrá la sensación de haber sido olvidado en tierra extraña, condenado a sufrir las pruebas del desamparo, el temor o la nostalgia. El espanto gnóstico que impone la impresión de ser arrojado a un mundo extraño está presente en muchos momentos de la poesía de JE, pero sin caer en el fatalismo que exime al hombre de responsabilidad: “La tierra es nuestro paraíso y la hemos vuelto infierno” escribe en “Altar barroco”, un poema de crítica de arte en la tradición de A la pintura de Rafael Alberti, y donde JE nos revela el Barroco hispano como un paradigma desviado, una “otredad” inabordable, malogro sublime de una progresiva razón occidental.

           

El miedo y el dolor, que salva y salta por encima de las épocas, constituye el cabo suelto por donde se deshilvanan los hilos de la historia en Tarde o temprano, que se deja así ser contada como la crónica del sufrimiento de la humanidad. Al frente de El silencio de la luna, JE cita estos versos de Erich Fried: “De quien te dice tengo miedo, / no dudes. / De quien te dice que no duda, / ten miedo.” La poesía de José Emilio lleva el sello de Kafka, quien confesaba “mi ser es miedo, y probablemente lo mejor de mí mismo”, desde Ms. Tlatelolco a “El erizo”: “El erizo tiene miedo de todo y quiere dar miedo / en el fondo del agua o entre las piedras”.

El miedo es inseparable de la indiferencia de la naturaleza por el dolor de sus criaturas, en un universo donde “La tierra no tiene piedad” y “El mar no tiene dioses”, lemas de la Elegía del retorno y de la sección de Como la lluvia, marcada por el tsunami del 2004 en el océano indico.

           

Hay pocos poemas de sensibilidad gnóstica en español. Es propio de la teología gnóstica la concepción de un Dios ontológicamente a-cósmico, radicalmente “otro” y profundamente “ajeno” a este mundo. Tarde o temprano está pautado por visiones gnósticas del dolor del mundo: de “Retorno de Sísifo” a la vergüenza de ser hombre en “Minas antipersonales”, que mutilan niños como negocio, hasta arribar al “Pabellón de incurables” en Como la lluvia, y su “Sombrío” “teatro de dolor” donde la “ vida” es “cruel, absurda, inexplicable”; a “Tierra incógnita” que se adentra en la mente de un enfermo de Alzhéimer, los “Cuadros del manicomio de Sansueña” y “El viento en los metales” sobre un niño que padece autismo. 

           

En “El Sol”, poema también de Como la lluvia, un “ominoso silencio” rodea al poeta quien, arrojado a un universo indispuesto para su acogida, exclama: “Cuánta mudez / Del universo que me desampara”. El terror nocturno de Pascal ante el silencio del gran infinito del cielo estrellado es en el poema de JE una imagen poderosa en su sencillez, de desamparo y desolación a plena luz del día.

           

JE ahonda en el mismo principio que anima el teatro de Calderón: “el delito mayor del hombre es haber nacido”, de la vida como realidad soñada e infierno: en “Por desgracia” leemos: “Y sin embargo está lo que no cambia/ El mapamundi actual es como el de antes / Una mancha feroz de fuego y sangre.”

           

Ninguna criatura escapa al sufrimiento: “Si Dios existe ¿por qué sufre este cerdo?” se pregunta el hablante de “Cerdo ante Dios”, (en Desde entonces, 1975-1978), un poema de rebelión contra el paradigma biológico que proclama que no se puede vivir sin matar, y que toda especie vive a expensas de otra.

           

El demiurgo gnóstico en la poesía de JE es un capataz en la pieza titulada “Galeotes”, tras el episodio cervantino– o, en “Microscopio” (Como la lluvia), un científico que estudia el micro-mundo, imagen duplicada de la tierra: “El microscopio me engrandece. Veo / Multitudes, batallas, grandes éxodos. / La vida que se mueve siempre en combate. / Y en todas partes el dolor y el miedo.” Y concluye: “Desde otro microscopio alguien observa / Nuestra afrentosa pequeñez y ficha / A tan ínfima especie con un nombre / Científico entre tantos: Humanidad doliente”. 

           

“La gota” es microcosmos donde, en la tradición de Job, Segismundo, y el K de El proceso, los seres que pueblan la gota de agua:

 

“Preguntan como todos:

¿de qué se trata,

hasta cuando,

qué mal hicimos

para estar prisioneros de nuestra gota?

 

Y como el salmista, “Eli, Eli, sabachtani”:

Y nadie escucha.

Sombra y silencio en torno de la gota,

brizna de luz entre la noche cósmica

en donde no hay respuesta.

           

La visión gnóstica y barroca del mundo inspira espléndidas variaciones sobre la metáfora calderoniana del theatrum mundi; en la “Compañía teatral española de Enrique Rambal, padre e hijo”, el escenario es más real que la vida; el mundo es un gran teatro en el poema en prosa de ese título (“El gran teatro del mundo”), un gran quirófano en “Anfiteatro (Lamentaciones, 12)”; un cruel circo del mundo en “Payasos” y telenovela grotesca en “El culebrón” de El silencio de la luna, donde el guionista-demiurgo gnóstico no puede evitar la gran objeción al género, muy cercana al pensamiento de Pascal: “Por muy bello que haya sido el resto de la comedia, el último acto es siempre sangriento”.

 

V. La carga y la gracia de ser mortal

           

           

Pero hay en la poesía de JE un alba de claridad en medio del dolor: la poesía de alabanza de lo existente, del instante en el que las cosas aparecen por sí mismas, y en el que en lugar de ser arrastradas por la fatalidad, la dominan.

           

JE da voz al sentimiento ambivalente de la presencia simultánea del sí y del no en varios poemas; por ejemplo, en “La extrañeza” de Como la lluvia dice: “Consideramos algo natural / La extrañeza del mundo, su misterio, / El castigo y alivio de ser mortales, / El terrible milagro de estar vivos”. Celebración y angustia, las perspectivas del Guillén de Cántico y de la poesía metafísica de Quevedo, se abrazan en este poema para proclamar “la carga y la gracia de ser mortal”.

           

En “Elogio de la fugacidad”, poema clave en el pensamiento de JE, se expresan dos ideas esenciales y complementarias instaladas en el sentimiento trágico: la idea del movimiento y la idea de la súbita inmovilidad, fundidas en una única intuición: en lugar del tiempo móvil al que estamos acostumbrados, JE reflexiona sobre la idea de un tiempo detenido, revelación de un tiempo trágico: la vida no debe la intensidad de su resplandor más que a su conflicto con la muerte. Sin conocer lo más trágico no es posible conquistar el gozo de vivir.

           

Por último, en “Live Bait”, en cinco discursos dramáticos en los cuales la persona poética se va transformando, JE “(re)crea el tema de la vida cuya grandeza radica en su condición efímera” (María Rosa Olivera Williams) para acabar en el nietzscheano “gran decir sí a la vida”. Tras describir la existencia como “carnada viviente”, “Live Bait” (Ciudad de la memoria) se cierra con unos versos de trágica afirmación vital: “Y a pesar de todo esto aún creo en ti, / enigma de lo que existe: / horrible, absurda, gloriosa vida / que no cambiamos (ni en el anzuelo) por nada.”  

           

Tras la poesía del despojamiento de sí a manos de lo efímero, hay en la obra de JE una poesía de celebración de lo real, reverso trágicamente dichoso de la poesía gnóstica de la indiferencia y crueldad de la naturaleza. Al desencantamiento absoluto sucede, como una epifanía, la poesía del encantamiento del mundo.

           

Primero en el gozo ante el tiempo fugaz, en la celebración y alabanza de las cosas, de los que brotan memorables haikús, antes comentados; después en la mirada ética y el afán de salvación del otro.  Si en el elogio de la fugacidad y la alabanza de lo real encontramos una respuesta a una tierra carente de piedad y al mar sin dioses, en el advenimiento ético del otro la poesía de JE trasciende el pesimismo antropológico basado en concepciones naturalistas.

 

VI. Una metafísica del otro    

           

Tensada entre la introspección metafísica y una ética de la responsabilidad que necesita la integración del sujeto social, en el fondo de la poesía de JE hay un afán de salvación de voces, discursos, valores y mundos naturales amenazados de extinción. Podría decirse que JE realiza una poética metafísica del otro (Sánchez Martínez de Pinillos, 9), próxima al pensamiento de Martin Buber, Yo y tú (1923), y de Emmanuel Lévinas en Le Temps et l´Autre  (1948) y Éthique et infini (1982) donde Lévinas presentaba la subjetividad como hospitalidad hacia el Otro, en cuyo seno se acrisola la idea de lo infinito. Si gran parte de la poesía de posguerra descansa en la noción heideggeriana de autenticidad, JE está cerca de Lévinas al proponer la responsabilidad para con el otro, para con todos, como la estructura esencial, primera, de la subjetividad; así lo afirma el empresario del Circo en “Las jaulas” (El silencio de la luna): “El heroísmo auténtico sería / entender las razones diferentes / respetar la otredad insalvable”.

           

No se trata ya de ideología política, sino de un cambio de estatuto del yo. Las voces de las víctimas no son distintas del hablante. Ya desde No me preguntes cómo pasa el tiempo hay “una voz que habla desde la marginalidad voluntariamente escogida a través de la traducción y de personajes y máscaras que sustituyen al yo lírico” (Bas, 35): el otro, el marginal, el tercero excluido de los poemas “Minorías” e “Indeseable”, encarnación de la repulsa que inspira en los demás; el desarraigado de “Ley de extranjería” en El silencio de la luna, detestado en todas partes y que se lamenta “en todas partes soy extranjero”, llevan al lector a preguntarse: “¿Por qué existe el mal? ¿Cómo hacer para que lo que es estalle en Bien?”.

           

La poesía del otro se dirige a perturbar la mismidad del lector, a sacudirlo éticamente. En el poema dedicado al cuadro del Bosco, “Cristo con la Cruz”, al mismo tiempo ensayo sobre pintura y reflexión de antropología religiosa, la mirada ética se introduce en el corazón mismo de lo subjetivo, abordado como rostro y como mortalidad. Dice así: “El tema del rostro / es el eje de este siniestro cuadro hermosísimo”. En su desamparo, el rostro de la víctima, de todas las víctimas, ya no es un espectáculo que se ofrece, ni siquiera un enigma que exige ser elucidado, sino un mandato que prohíbe matar en nombre de Dios. La moral no se postula como un bien absoluto y soberano sino como un acontecimiento: en el poema titulado “El otro” de La arena errante (1992-1998) la otredad se modela como una marca en la carne y la conciencia, la marca del abismo de violencia que separa al hombre de su semejante:

 

El OTRO

Entrará con sangre la eme de muerte

en los marcados a fuego,

no para el Día del Juicio

sino para los fusilamientos en masa,

la Limpieza Étnica, el campo de exterminio,

la Solución Final que de una vez por todas resuelva

el problema del Otro.

 

           

La poesía de la otredad de JE activa la sensibilidad moral del hombre, le revela sus instintos más bajos y mezquinos, la conversión de nuestro yo en un valor absoluto y desligado de todo aquello que no nos afecte directamente. Los símbolos de JE encarnan la apertura a la otredad, la relación con lo otro de sí. A diferencia de la tradición alegórica de los fabulistas de Esopo a Samaniego y Animal Farm de Orwell, la crítica en la poesía de JE va más allá de lo social: empieza por ensayar una crítica radical del antropomorfismo. Frente al metalenguaje abstracto, propone sentidos nuevos ligados a una imagen-de-sentido (y no como abstracción u obstrucción del sentido interhumano) desde la mirada del niño (en Jardín de infancia) y desde los ojos del animal (sobre todo desde Los trabajos del mar, 1983), que contrastan con la violencia indecible del hombre.      

                                                                                                                   

Tras presentar el lado oscuro del corazón y describir al sujeto (sea dictador, inquisidor, empresario de circo u hombre corriente) obsesionado por el afán de encumbrarse humillando a los demás, algo sucede al Yo del poema y del lector para que abandone su intolerancia innata y deje de ser un sujeto de egoísmo, un “Yo, con mayúsculas”, como en el poema de ese título sobre el impulso ciego de aniquilación del otro. Por ello, muchos poemas son dramáticos: el golpe de efecto es el encuentro con el otro; en suma, la revelación del sufrimiento del otro.

 

VII. Poética

           

Para concluir unas palabras sobre la poética de JE, de la que impresiona la coherencia con su ética y su visión del mundo. Hemos comprobado que la vida es como un río, siempre en transición; la poesía y el libro mismo, Tarde o temprano, se asemejan también a un río cuyas aguas están en permanente tránsito y mutación: “Todos somos poetas de transición: / la poesía jamás se queda inmóvil” se dice en “Manifiesto” de Irás y no volverás. Tarde o temprano consiste en la transición, el intervalo en blanco, de un libro a otro: de Los elementos de la noche y El reposo del fuego a Miro la tierra y Como la lluvia asistimos a un permanente intercambio de imágenes, una remitiendo a la otra, en cuya transición se sitúa la escritura de JE, que evitó siempre el riesgo que supone la idea de la palabra fijada en el interior “concluso” de una obra.

          

La coherencia entre la poética de JE y su obra comprende también la ajustada correspondencia entre a la filosofía del otro y una escritura dialógica que vincula fraternalmente poema y lector, y nivela a éste con el autor. A través de la colaboración con el lector la poesía de JE se encuentra en un constante estado de creación: el “lector ´hace el poema` al leerlo” (Mestre, 277); el otro, el lector, es otro yo: “Yo (que soy tú si te has enganchado a esta línea)… le dice en “Live Bait”. El lector ya no es solo receptor, un ente separado, sino co-creador del poema: “lo único que cuenta (es) /aquel / diálogo silencioso que un lector / establece con cada libro, su libro”, leemos en “El centenario de Gustave Flaubert” de Los trabajos del mar. Lector y poema son los dos polos de la invención lírica en un diálogo de otredades que se encuentran, cada uno desde su experiencia, mágicamente en el texto.

           

En “Carta a George B. Moore en defensa del anonimato”, también de Los trabajos del mar (1983), la poesía equivalía para JE a “una forma de amor que sólo existe en silencio, / en pacto secreto entre dos personas, / de dos desconocidos casi siempre”: “Llamo poesía a ese lugar del encuentro / con la experiencia ajena.” Y en “Para ti” de Ciudad de la memoria (1989) leemos: “Más que botella al mar o vuelo del vampiro / roto papel que va hacia ti en la calle, el poema”. Tiene pleno sentido así que en el poema de El silencio de la luna, “La deconstrucción de Sor Juana Inés de la Cruz”, se burlase JE expresamente de una teoría de la literatura que concibe ésta en términos puramente lingüísticos y textuales, y que “omite” la biografía y la historia y toda forma de intersubjetividad.

           

La coherencia entre poética y ética configura en la obra de JE un sistema de pensamiento; y así por ejemplo, a la crítica del egocentrismo, y a la condena de la ideología neoliberal basada en el social-darwinismo corresponde también una disposición estética afín, “una poética de la reciprocidad” (Docter): en 1968 le confesaba JE a Elena Poniatowska: “Estoy en contra de la idea de competencia, lo que llaman en inglés “the rat race”. Un escritor sólo compite consigo mismo. Si ve las cosas de otra manera, no le interesa la literatura sino el poder literario” (Poniatowska, 32).

           

En suma, la teoría y la poesía de JE manifiestan que al escritor debe moverle una estética y una ética de la recepción; frente a la ilusión de autonomía, individualismo y adanismo, el verdadero poeta se siente siempre un sucesor o descendiente, miembro de una cofradía: el “club” de los poetas siempre vivos.

 *                                                                                                   

           

Terminemos con tres breves textos meta-poéticos: primero el maravilloso haikú “Poesía” de Siglo pasado: Desenlace (1999-2000):

 

Contra la noche oscura

una pantalla que arde

y una página en blanco.

           

“La página blanca” de Rubén Darío arde contra “La noche oscura” de San Juan: la poesía surge como promesa, ligada a un retorno al origen, a un espacio en blanco, a la blancura inicial donde se ilumina esencial y libre la palabra.

 

En el último libro que publicara en el siglo XX, Siglo pasado, JE escribía un breve poema titulado “Despedida”. Dice así:

Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco.

Pero en manera alguna pido perdón o indulgencia:

Eso me pasa por intentar lo imposible.

           

La despedida, la mirada atrás y el adiós no están dichos con amargura, sino con lucidez: en el combate por plasmar el dolor y la belleza del mundo en el libro, el fracaso es inevitable y forma parte de la ética y de la poética –cervantina, quijotesca– de JE.  A la poesía corresponde además una naturaleza contradictoria, ambivalente, ligada a una noción de nobleza en el fracaso, anunciada ya en No me preguntes cómo pasa el tiempo (1964-1968):

(La perra infecta, la sarnosa poesía,

risible variedad de la neurosis,

precio que algunos pagan por no saber vivir.

La dulce, eterna, luminosa poesía).

(“Crítica de la poesía”)

 

           

Se ha repetido que con buenos sentimientos se hace mala literatura. Tal vez sea más cierto decir que con malos sentimientos (odio, resentimiento, envidia, desprecio, mezquindad) se escribe mala literatura; probablemente no haya “obra literaria grande que no esté inspirada y cuyo contenido, e incluso su forma, no se puedan radicar en los buenos sentimientos” (Sobejano, 166). Por fidelidad y amistad escribió Garcilaso, Fray Luis por pasión de saber y de justicia, Cervantes por valor y compasión, César Vallejo por la solidaridad y la humildad y aún la humillación propia.

 

En la poesía de JE la humildad, el humor, la solidaridad y la compasión iluminan intensamente la noche oscura. Y al menos en España hay que ir muy atrás, hasta Miguel Hernández y los mejores del 27 para encontrar a un poeta de tan profunda humanidad y capacidad expresiva, a una voz de tal universalidad y hondura. El mundo es por ello un poco menos inhóspito después de JE. Contra el tiempo que todo lo destruye, contra toda la barbarie del mundo: Eterno, luminoso José Emilio.

 

 

 

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Obras citadas

 

Bas Albertos, María José. La poesía mexicana contemporánea. Valencia: Instituto de Cultura “Juan Gil-Albert”, 1996.

Docter, Mary. “José Emilio Pacheco: A Poetics of Reciprocity”, Hispanic Review. 70. 3 (verano del 2002): 373-392.

Duodoroff, Michael. “José Emilio Pacheco: recuento de la poesía, 1963-86”, La hoguera y el viento. José Emilio ante la crítica, 145-169. México, Ediciones Era, 1993.

Gullón, Agnes M., “Sueños y distancia en la poesía de José Emilio Pacheco”, en La hoguera y el viento. José Emilio ante la crítica, pp. 118-125.

Mendoza, Arturo. “Se alzan nuevas formas de nazismo. Pacheco”. Reforma, 21 de septiembre de 1995, página 9.

Mestre, Antonio. “Ironía, civilización y posmodernidad en la poesía de José Emilio Pacheco”, en Poéticas mexicanas del siglo XX. Edición e introducción Samuel Gordon, México: Ediciones Eón, 2004, 253-301.

Olivera-Williams, María Rosa, “La muerte como fuerza creadora en la poesía de José Emilio Pacheco”, en La hoguera y el viento. José Emilio ante la crítica, pp. 134-144.

Pacheco,  José Emilio, Tarde o temprano: Poemas 1958-2009. Barcelona, Tusquets Editores, 2010.

----------------------------, Contraelegía. Introducción, selección y edición Francisca Noguerol Jiménez, Salamanca, Universidad de Salamanca, 2009.

Paz, Octavio. “Cultura y natura” en La hoguera y el viento. José Emilio ante la crítica,  p. 16-17.

Poniatowska, Elena. “José Emilio Pacheco: naufragio en el desierto”, La hoguera y el viento. José Emilio ante la crítica, 18-34.

Sánchez Martínez de Pinillos, Hernán. “Prólogo” a José Emilio Pacheco, En resumidas cuentas. Antología. Madrid, Visor, 2004.

Sobejano, Gonzalo. Delibes, Miguel. Miguel Delibes/ Gonzalo Sobejano. Correspondencia, 1960-2009. Valladolid, Universidad de Valladolid, Fundación Miguel Delibes. Edición Amparo Medina-Bocos, 2014.

Villena, Luis Antonio de, José Emilio Pacheco. Madrid: Júcar, 1986.

 

[1] Como observó Luis Antonio de Villena (1986)

Hernán Sánchez Martínez de Pinillos es Profesor Titular en la Universidad de Maryland, Doctor en Literatura Medieval por la Universidad Complutense de Madrid, Doctor en Literatura Española del Siglo de Oro por la Universidad de Columbia en Nueva York y miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia (RAH). Hernán Sánchez ha publicado Castigos y dotrinas que dava un sabio a sus hijas. Edición y comentario  (Fundación Universitaria Española, 2000),  Poemes en ondes herztianas de Joan Salvat Papasseit. Una lectura iniciática (Iberoamericana/Vervuert, 2020), una antología de la poesía de José Emilio Pacheco (En resumidas cuentas, Visor, 2004) y numerosos artículos sobre literatura española e hispanoamericana. Hernán Sánchez tiene en prensa los libros Quevedo en el origen y el fin de la modernidad (Iberoamericana/ Vervuert, 2020) y Cervantes y Poe en contrapunto (Casasola, 2020).

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