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Desconstrucción del yo en los poemas «El despertar» y «A la espera de la oscuridad» de Alejandra Pizarnik

Por Eneida Milagros A. Incer

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Alejandra Pizarnik

La poesía como acto de composición literaria, es comunicación, admiración y canto. El poeta festeja el lenguaje a través del artificio verbal para irrumpir en lo esencial de la palabra, para celebrar la alquimia de ese verbo que es magia, acción sagrada y evocación ritual de la aprehensión del mundo.

La poesía como acto mágico es purificación, catarsis. Un conjunto de imágenes que revelan la posesión de otra realidad; pero además, toda poesía es balbuceo existencial que agita y reconstruye la otredad. Así pues, el poeta es –como lo decía Alejandra Pizarnik- “el gran terapeuta”, el mago que se sumerge en la profundidad de los vocablos para subvertir el lenguaje.

Desde este enfoque y a la luz del método estilístico propuesto por Vilma Vargas en Una semiología del Texto Poético (1989) y por Luján Atienza (2000) en Cómo se comenta un poema se desarrolla el tema de la desconstrucción del yo a través de los símbolos presentes en la obra de Alejandra Pizarnik. Para tal efecto se han seleccionado dos poemas. El primero, “El despertar” que pertenece a su tercer obra publicada: Las Aventuras Perdidas (1958) cuya temática gira en torno a la juventud dolorida, el exilio de sí misma, la ausencia, la noche y la niñez aterrada. El segundo, “A la espera de la oscuridad”, que pertenece a La Última Inocencia (1956)y fue dedicado a Leon Ostrov. El título está tomado del cuarto apartado de “Mala Sangre” perteneciente a Una temporada en el infierno (1873) de Rimbaud. Aquí los temas centrales son la noche, la muerte, el silencio, las palabras y el desamor.

  1. Un paso por la tradición
     

La poética de Alejandra Pizarnik gira en torno a varios temas que han sido denominados acertadamente por los críticos como signos emblemáticos. El ámbito de mayor influencia sobre Alejandra se gestó durante los años 40 y 50 en un movimiento literario heterogéneo conocido como la galaxia poética latinoamericana donde “las voces fueron dispersas, fragmentarias y descentradas”.(Rodríguez, 2010, p. 91). Además la galaxia poética, se caracterizó por crear una poesía de arraigo existencial donde el yo estaba fracturado. De ahí que el poema muchas veces se construyera en tono balbuceante, casi en el silencio.

La relación del sujeto poético con la ética aparece también descentrada en cuanto ya nos se considera la subjetividad una esencia, sino una construcción sujeta a una verdadera tecnología del yo (…) pareciera que la idea es: destruye tu yo fijo, molar, para conseguir lo único estimable: identidades oscilantes, pasajeras, yoes en fuga. Caso ejemplar fue el de la argentina Alejandra Pizarnik, oscilación, fuga y muerte.  (Rodríguez, 2010, p.92).

Silencio y balbuceo sin embargo, no significan ausencia de la fuerza verbal. Tampoco el uso recurrente y casi obsesivo de tropos como la muerte, la tristeza y la melancolía implican desconocimiento de la tradición poética. Por el contrario, hay en Alejandra todo un mundo simbólico y emblemático que recuerdan –incluso- a los universos oníricos de Charles Budelaire y Arthur Rimbaud.  “En el despertad”, por ejemplo, a través de la línea isotópica de la muertes teje un mundo alucinado. (Versos18, 19, 23,24 y 25).

Señor

El aire me castiga el ser

Detrás del aire hay monstruos

Que beben mi sangre.

Es el desastre

Es la hora del vacío no vacío

Es el instante de poner cerrojo a los labios

Oír a los condenados gritar

Contemplar cada uno de mis nombres

Ahorcados en la nada.

Cuando Alejandra habla de los monstruos que beben su sangre, lo que está presentando es una imagen de terror, de espanto. Deja sentado que existe un dominio de algo o de alguien sobre ella, una fuerza superior en sentido absoluto sobre la cual no se ejerce voluntad.  Esta visión alucinante desemboca en un delirio onírico donde surgen combinaciones complejas que envuelven varios sentidos a la vez (en este caso, vista, audición y tacto). De ahí que la imagen aterradora que presenta Pizarnik se extienda hasta lograr una disolución casi completa de la realidad. El yo lírico siente impuesta la pena de oír a los condenados gritar y ejerce sobre sí, una mirada contemplativa de pavor y miedo porque como una rea, está obligada a ser espectadora de su propia desintegración.

De la tradición neorromántica rescata el tono melancólico y triste o “sonsonete elegiaco” a como lo llamaba Leónidas Lamborghini (Piña, 1996, p. 16).  Ese tono propio de Pizarnik viene marcado muchas veces por el paralelismo fónico construido a partir de las aliteraciones que le dan ritmo y le imponen cierta musicalidad al texto. A manera de ejemplo cito un fragmento del poema “A la espera de la oscuridad”:

Ese instante que no se olvida

Tan vacío devuelto por las sombras

Tan vacío rechazado por los relojes…

Esta aliteración se  presenta como una figura retórica que hace que dentro del poema se produzca un efecto sonoro a partir de la reiteración consecutiva del fonema (S) y de construcciones lingüísticas parecidas entre sí que logra tocar la imaginación pues crean como consecuencia la imagen del silbido del viento. Evidentemente, este recurso es utilizado por Pizarnik para embellecer el texto a través de la evocación del sonido.

Por otro lado, con un lirismo existencial que reorienta las tensiones románticas, el tiempo es volcado al pasado: hasta la infancia, “hacia un mundo interior puramente subjetivo, siendo este un recurso de formas poéticas tradicionales”. (Venti, Patricia, 2007,P. 6). En el poema el Despertar Alejandra dirá:

Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana

Las flores morían en mis manos

Porque la danza salvaje de la alegría

Les destruía el corazón.

Recuerdo las negras mañana de sol

Cuando era niña

Es decir ayer

Es decir hace siglos

Existe en estos versos, una evidente inversión del tiempo. Esto se logra a través del paralelismo por oposición entre niñez y ancianidad. Este ludum tempore es posible por el afán de la autora de recuperar el pasado que es el lugar la infancia perdida. El yo lírico es pues, una pequeña extraviada que vuelve a su niñez gracias a la reminiscencia. Frances A. Yates (1974) en El arte de la memoria dice que:

La memoria pertenece a la misma parte del alma. La imaginación es un archivo de diseños mentales procedentes de las impresiones sensoriales con la añadidura del elemento temporal, pues las imágenes mentales de la memoria no arrancan de la percepción las cosas presentes, sino pasadas. (p.54).

De este modo, la niñez se convierte en un mundo donde el yo puede habitar por momentos; la retrospección que hace la voz poética, permite penetrar en esa zona bloqueada por la adultez y llegar al recuerdo donde posiblemente sólo queden jirones confusos de un pretérito infantil, tal como sucede con Marcel Prust que recrea a partir de una taza de té y una magdalena ese lugar perdido. Alejandra igual que Prust rescata el recuerdo desde la proyección del adulto que busca recuperar el pasado y que al hacerlo, lo inventa de nuevo.

Lo infantil tiende a morir ahora, pero no por ello entro en la adultez definitiva. El miedo es demasiado fuerte, sin duda. Me miro en el espejo y parezco una niña. Muchas penas serian ahorradas si aceptara la verdad. (Pizarnik, Diarios de 1960-1968, p.277).

En el poema “A la espera de la oscuridad”, la infancia aparece cargada con rasgos negativos. En primer lugar, la niña es desposeída de su condición humana y convertida en una estatua de terror. El adjetivo pequeña que acompaña al sustantivo estatua, hace referencia a esa infanta inmóvil, petrificada e indefensa, convulsionada ante la muerte.

Ampárala niña ciega del alma

Ponle tus cabellos escarchados por el fuego

Abrázalo pequeña estatua de terror

Lo que Pizarnik quiere mostrar a través del juego de la memoria es a una niña sin vida, cuyos pensamientos son iluminados por el dolor; de ahí que la denomine como una ciega del alma con cabellos escarchados por el fuego, pues tal imagen le permite mostrar su infancia dolorida y este tópico se remarcará a lo largo de su obra pues, en el poema el Despertar la infancia aparece con el mismo matiz negativo y de sufrimiento.

Otra línea de la tradición que se visualiza en Alejandra es el surrealismo. Este  llega a Pizarnik por las colaboraciones que hace con Bajarlía para traducir los grandes textos surrealistas de europeos de la talla de Paul Elaurd y André Breton, incluso por las traducciones a cuenta propia que hizo de Antonin Artaud; también por codearse con los surrealistas más prominentes de la época como Molina y Pellegrini. Esta influencia formará parte de su obra y justificará “la imagen del poeta que funde su vida con la poesía, sin dejar de buscar un espacio y una voz personal”. (Piñas, 1996, p. 15).

Es preciso dejar en claro que a diferencia de los románticos y posteriormente de los surrealistas, la poética de Alejandra no propone otro discurso alternativo para trascender la barrera del lenguaje. La de Pizarnik es una poesía de carácter convocatorio que toca el silencio, pero este silencio no implica anulación de la palabra, sino búsqueda permanente y  extrañamiento.

2. Hacia una construcción de la identidad

“A la espera de la oscuridad” es una puerta al mundo auto flagelante e introvertido de Alejandra Pizarnik. Imprime en él su arraigada obsesión por la muerte.  Este poema es un canto elevado hacia la noche, es un descubrimiento de que ella no es de este mundo. No es un despertar alegre. Es un tomar conciencia de que la libertad en sí es un engaño, que la vida es una constante tortura,  de este modo, convierte el poema en una plegaria, en un transitar de la vida, en una evocación de llegar a la otra orilla.

2.1 La jaula: la prisión del alma

A manera de letanía inicia la voz poética diciendo Señor la jaula se ha vuelto pájaro y lo repite con insistencia impetuosa.  Es interesante como el sujeto (pájaro) aparece unido al objeto (jaula) simbolizando la metáfora del alma. El vuelo del pájaro le permite tener una visión privilegiada de sí misma y esta nueva mirada le permite auto observarse y proyectarse desde la altura.

La jaula como símbolo de la prisión se ha convertido en libertad y la libertad aterra al sujeto lírico que se siente a la intemperie fuera de su cárcel. La jaula entonces cumple una doble función: atrapa y protege, pero al convertirse en un elemento emancipador y hacerse uno con el pájaro vuela fuera de los barrotes donde la autonomía es monstruosa. El yo lírico no sabe qué hacer fuera de su prisión. Siente miedo, pavor y horror. “La verdad es que aquí muero de miedo” le escribió a Ostrov desde Paris (Pizarnik, 1998, Correspondencia, p.36). Los monstruos constantemente la están acechando, desde la luz, desde la oscuridad, en el aire y en el ser. Afuera todo es caos, confusión, dolor, angustia, luctuosidad, muerte.

Con el símbolo de la jaula y el pájaro, Pizarnik  evoca al Garín de Rubén Darío (1888) que “en plena primavera, dejó abierta la jaula del pájaro azul” (p.45) pero a diferencia del personaje de Rubén que parte de este mundo acabando con su existencia, el de Pizarnik empieza a recorrer el camino de la caída que conduce inexorablemente hacia la muerte, es decir hacia el Ab-grund del que nunca más volverá.

2.2 El viento: generador del desasosiego

Alejandra fue una eterna enamorada del viento, pero dentro de su obra, este se convierte en un símbolo negativo que conduce al desamparo y la locura. Como dice Cirlot (1997):

El viento lejos de ser un aliento divino que insufla vida a los seres o un símbolo del intelecto, es más bien un aspecto violento (p.466).

Y en el caso de Pizarnik es un símbolo elementalmente destructivo. Así lo evidencia la línea isotópica de la tribulación identificada en “El despertar” donde el sujeto lírico oye a los condenados gritar, contempla sus nombres ahorcados en la nada, quiere huir al otro lado de la noche, aúlla a la muerte porque el aire le ha castigado el ser y en el aire surge el desvarío que le construye la herida.

El viento al connotarse de forma negativa provoca angustia y desasosiego. El miedo es una constante en el poema pero también en su vida. En  1955 le escribe a Ostrov:

No tengo miedo de morir, tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva, tengo miedo del viento, tengo miedo de los árboles salvajes nacidos, nacidos porque sí y para nada. (p.28)

En sus Diarios (1954) escribirá:

El viento es un trozo de oxigeno disfrazado de fantasma, que vaga silbando una canción que nunca pasa de moda. (p.245).

En una carta al pintor Antonio Beneyto escribirá:

… pero aquí me asalta y me invade muchas veces la evidencia de mi enfermedad, de mi herida. Una noche fría fue tan fuerte mi temor a enloquecer, fue tan terrible, que me arrodillé y recé y pedí que no me exiliaran de este mundo que odio, que no me cegaran a lo que no quiero ver, que no me lleven donde siempre quise ir. (Correspondencia P. 12).

De aquí que en “El despertar” insista en cuestionarse qué hará con el miedo, pero al no tener una respuesta entra en un mutismo que irremediablemente la conduce a la caída. Será el instante de ponerle cerrojos a los labios, de asumir la herida como una ausencia, como un vacío.  Acogerse al abismo será la salvación.

Heidegger (1979) dirá:

Con esta falta, el mundo queda privado de causa que sea fundamento. Abismo (Ab-grund) significa originalmente terreno y fondo hacia el cual, por estar más abajo, algo se precipita. Pero entendemos “Ab-“como suelo para arraigarse y quedarse. La era del mundo a la que le falta el fundamento cuelga del abismo (…) en la edad de la noche del mundo hay que experimentar y soportar el abismo del mundo. Para eso es necesario que haya algunos que lleguen hasta el fondo del abismo. (p.222-223).

De ahí el resto del poema es una justificación para el suicidio. Sus demonios internos le causan dolor –hay monstruos que beben mi sangre, dice el poema- todo lo que la ata a este mundo es hostil: “ya no baila la luz en mi sonrisa” porque “mis nombres han sido ahorcados en la nada”-continuará diciendo. Es decir, ella, su espíritu, su alma, la palabra, la viajera errante, el ser escindido ha muerto en la nada, en el no ser.

Aquí hay dos cosas que llaman poderosamente la atención. El primero es que esa multiplicidad de yoes a la que remiten sus nombres han muerto, y esto implica desnudez existencial: mis manos se han desnudado/ y se han ido donde la muerte/ enseña a vivir a los muertos –dirá en “El despertar”-. La segunda, es la nada como negación del ser. Para Parménides el no ser, no puede hablar, pues ontológicamente se concibe la nada como un ente nulo que sólo es posible designarlo mediante símbolos. Para Heidegger en la nada se revelan los temples anímicos, el profundo aburrimiento y la angustia existencial.

En el poema “A la espera de la oscuridad”, Alejandra escribe de ese  sobre la nulidad existencial que experimenta:

Ese instante que no se olvida

Tan vacío devuelto por las sombras

Tan vacío rechazado por los relojes

Existe en este texto, un recuerdo permanente de algo que en apariencia es temporal (paralelismo sintáctico observable en los versos dos y tres) pero ese algo, no contiene nada, es una nulidad general elidida por el recuerdo connotado en las sombras como símbolo del subconsciente. En este caso el vacío está ligado a la concepción del tiempo y la reminiscencia, ambos elementos que conducen a la nada son trastocado por la voz poética que ansía dotar de vida algo que está muerto o simplemente no existe, de ahí que la línea isotópica del cuerpo diga que ese instante está: desnudo, sin ojos, sin labios.

2.3. La muerte y la vida: dos paradojas constantes

La muerte, es el eje este poema y de casi toda su obra. O mejor dicho, el suicidio como un medio para alcanzar esa otra orilla. Así lo evidencian los paralelismos semánticos sobre este tópico y lo remarca la isotopía de la muerte: beber la sangre, extraer las venas, suicidio, morir, destruir, solo son ejemplos de un lenguaje accidentado que vislumbra la partida.

El 8 de marzo de 1962 Alejandra escribirá en sus diarios:

Si pudiera tomar nota de mí todos los días sería una manera de no perderme, de enlazarme, porque es indudable que me huyo, no me escucho. El más grande misterio de mi vida es este: ¿por qué no me suicido? En vano alegar mi pereza, mi miedo, mi distracción. Tal vez por eso siento cada noche, que me he olvidado de algo. (p.284).

El 16 de marzo de ese mismo año dice:

…Canté muchas canciones y no recuerdo cuáles fueron. Sólo que hubo algo así como los primeros pasos de la que decide bailar, la paralítica despidiéndose de su inercia, la tan sentada, la siempre sentada, en su sillón con espinas, yéndose por fin, al paso de sí misma, yéndose por fin y cayendo dentro de su propio espacio.(p.284).

Y el 28 de marzo de 1962 finalmente escribe:

Cuando me muera muy pronto, si alguna vez muero, no recordarán el olor a tristeza del río, no recordarán el gusto del vino atado a la lengua, no recordarán el color de la noche en los ojos de los ahogados sino que recordarán mi voz, mis palabras que flotan como máscaras, como cáscaras vacías que nunca contuvieron nada, y recordarán mis ojos verdes que pagaron al amor el más alto tributo, y recordarán mi nombre que significó mucho para quien lo llevó como un arma en la noche de los grandes reconocimientos y del dolor sin desenlace. (p.310).

En “El despertar” el yo lírico también desea morir.  Desde el inicio del poema el tema de la muerte surge con fuerza. Una vez que el yo poético se ha hecho uno con la jaula y es libre, surge el miedo y con el medio el deseo de sucumbir, por eso dirá: “mi corazón está loco/ porque aúlla a la muerte/ y sonríe detrás del viento/ a mis delirios”. Su centro vital llama a la muerte, a la locura, a lo volátil, a lo efímero del viento, al vaivén del aire, ese viento feroz que es castigo y  lastima para convertirse en una tragedia que habita su ser.

Cuando el corazón aúlla a la muerte, se metamorfosea. Aquí el corazón es el lobo y la muerte es la luna que atorada entre las ramas de un árbol fue rescatada por la alimaña a quien el satélite le robó su sombra para que el salvaje animal la reclame cada noche de luna llena.

Alejandra dirá: “ya no baila la luz en mi sonrisa/ ni las estaciones queman palomas en mis/ ideas”. La muerte es entonces un palpitar latente que surge en el mundo de las ideas, es decir, en el lugar donde la conciencia es dualidad de la realidad intangible y de la realidad sensible o mundo visible del que habla Platón en el Fedon, pues lo permanente e inmutable se encuentra en el mundo de las ideas del cual el mundo de los sentidos es copia o imitación.

Desde este estado de la conciencia, el yo líricos e interroga sobre la muerte que está regido por un paralelismo sintáctico presente en el primer verso de la estrofa número ocho y el primer verso de la estrofa número nueve. La sucesión de sentencias interrogativas oficia un proceso de extrañamiento que permite manifestar todo estado de desposesión tal y como se muestra en el siguiente extracto del poema “A la espera de la oscuridad”:

¿Cómo no me suicido frente a un espejo

Y desaparezco para reaparecer en el mar

Donde un gran barco me esperaría

Con las luces encendidas?

¿Cómo no me extraigo las venas

Y hago con ellas una escala

Para huir al otro lado de la noche?

La idea de la muerte aparece en este poema ligada al símbolo del pájaro y la jaula. Al final del texto, la voz poética vuelve a esos elementos y retorna su plegaria a ese ser superior en un intento de obtener auxilio, pero la suerte está echada y para entonces es demasiado tarde. Ambos símbolos –jaula y pájaro- fueron gradándose al punto de devorar toda posibilidad de vivir:

La jaula se ha vuelto pájaro

La jaula se ha volado

La jaula ha devorado mis esperanzas.

Existe sin embargo –entre las tantas paradojas que presenta el texto- una que llama fuertemente la atención y es la oposición entre muerte y vida. Si bien es cierto, la voz poética insiste en el suicidio, también es cierto que quiere aferrarse al cosmos: pero mis manos insisten en abrazar al mundo -dice- y en ese intento de ceñirse la vida suplica, en un movimiento interno, a un ser superior que la salve.

Desde el punto de vista discursivo la plegaria evoca una acción que debe ser realizada por otro. La acción que se le pide al sujeto anunciado –Señor- está orientada a modificar la condición del sujeto que la evoca, pero además implica la voluntad del sujeto enunciador por establecer un acto comunicativo con ese interlocutor de orden privilegiado. De esta manera la poeta reclama la restitución de un vínculo perdido porque siente que cada vez está más cerca de la caída, de ahí que le suplique al Señor que destierre de su ser la idea del suicidio.

Un apunte del diario escrito en 1961 atestigua todo:

En medio de mi terror estaba el pequeño miedo a perder la intensidad de mi sufrimiento. Si mi angustia me deja, pensé, estoy perdida. (p.225).

El día de su muerte escribió en el pizarrón que tenía en su habitación: “quiero ir nada más que hasta el fondo”. Así Alejandra despertó en un mundo desconocido que no tiene que ver nada con esta tierra tan ajena.

Ahora bien, en el poema “A la espera de la oscuridad” la muerte aparece tejida a través de una línea isotópica donde las palabras muerte, niños muertos y convulsión son las más relevantes. Así el instante que no se olvida, inexorablemente está unido a la idea de lo fatídico.

Señálale el mundo convulsionado a tus pies

A tus pies donde mueren las golondrinas

Tiritantes de pavor frente al futuro

Esta imagen de la golondrina muriendo a los pies de la estatua de terror, recuerda al ave –golondrina- del príncipe feliz de Oscar Wilde y también a las oscuras golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer. Alejandra hace un intertexto del Príncipe Feliz. De acuerdo al relato de Wilde “la avecita besó al príncipe y cayó muerta a sus pies”. (Wilde, 2012,16). En los tres casos, la golondrina es símbolo de la fugacidad del tiempo. Por el lado de Pizarnik, ese tiempo se refleja en el miedo ante el futuro porque este es incierto; en el caso de Wilde, es el encadenamiento de un periodo que acaba –muere o termina- y se convierte en pasado; en cuanto a Bécquer, este desde el presente predice el  futuro, evocando para ello el pretérito.

2.4 El espejo: el lugar de la otra realidad​

El yo poético igual que Alicia frente al espejo de Lewis Carroll quiere iniciar un viaje para arrojarse al vacío. Es la hora de buscar, de crear el vértigo, el deliro, la necesidad de inmolarse sin garantía de preservar el yo. ¿Cómo no me suicido frente al espejo? –Dirá- y es que el espejo para Pizarnik es un símbolo que permite ver la otra realidad, pero también reduplicarse. El espejo es el portal que la conduce a ese otro espacio donde el doble escindido reaparece como otra persona. En su libro Extracción de la piedra de la locura (1968) dirá: “He tenido muchos amores –dije- pero el más hermoso fue mi amor por los espejos”  (p.54)

La visión a través del espejo, provoca un extrañamiento que aparece precedido a menudo por el lema je est un autre, -el otro yo- de Rimbaud.  Ya Ada Salas (2005) había afirmado en el libro Alguien Aquí. Notas acerca de la escritura poética que “solo a través de la búsqueda, la espera y el alumbramiento poéticos puede llegarse a esa otra realidad propia, a ese yo, a ese otro de Rimbaud” (p.16). De esta manera el viaje a través del espejo permite una contemplación omnisciente, una mirada nueva al ser que se gesta en la otra realidad.

Detrás del espejo se esconde el mar. La voz poética quiere alcanzar esas aguas donde un gran barco la espera con las luces encendidas pues anhela el regreso al origen, la necesidad de alcanzar la otra orilla (una idea, por cierto, muy Artaudiana), pero en su lucha interna, intenta aferrarse a algo, alcanzar un lugar donde puede sentirse segura, donde puede ver a esa otra que es.

El barco será la tabla de salvación ante el suicidio que es asumido por la voz poética como sinónimo de destierro y el destierro es inexorablemente un viaje hacia el naufragio. El sujeto lírico, como una sombra errante, quiere ser conducido por Caronte, el barquero de Hades, al otro lado a otro del lago Aqueronte, porque igual que Alfonsina desea adentrarse en las aguas profundas y vestirse de sal para  ir hasta el fondo del que nunca más podrá volver.

Al otro lado del espejo está también la noche que es el territorio del peregrinaje, el espacio poético donde el yo se siente a salvo.  Poco se de la noche/ pero la noche parece saber de mi / y más aún, me asiste como si me quisiera/ que me cubre la conciencia con sus estrellas dirá en otro poema, porque la noche es el lugar del reconocimiento existencial.

Sobre la noche y el naufragio, el 18 de diciembre de 1961, escribirá en sus diarios:

Noche crucial. Noche en su noche. Mi noche. Mi importancia. Mi misma. La asfixiada ama la ausencia del aire. Memorias de una náufraga. Que puede soñar una náufraga sino que acaricia las arenas de la otra orilla. (p.210).

La idea de alcanzar la otra orilla es el objetivo final del sujeto lírico. El yo se siente desamparado, no tiene amor porque le muestran un amor falso-las gesticulaciones que remedan  amor-  dice. No hay felicidad.

Octavio Paz en El Arco y la Lira habla del salto mortal. Ese salto mortal es también la otra  orilla porque “implica un cambio de naturaleza: es un morir y nacer”.  (Paz, 1999, p.162). Desde esta óptica el desprendimiento del mundo subjetivo será esa otra orilla que ineludiblemente conduce hacia la muerte.

En suma, el “salto mortal” la experiencia de la “otra orilla” implica un cambio de naturaleza: es un morir y un nacer. Más la “otra orilla” está en nosotros mismos. Sin movernos, quietos, nos sentimos arrastrados, movidos por un gran viento que nos echa fuera de nosotros. Nos echa fuera y, al mismo tiempo, nos empuja hacia dentro de nosotros. (Paz. 1999, p.162).

3. La fragmentación del yo: el juego del doble

Cada acercamiento a la poesía de Alejandra Pizarnik impone la angustia insoslayable de la condición de la poeta de ser dos, sin embargo no ha sido Alejandra quien primigeniamente haya trabajado la figura del doble. Este es un tema poético universal que ha sido tratado con anterioridad por otros escritores como Borges en El otro (1975); Robert Louis Stevenson con El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), en el mito de Narciso, en las Mil y una noches y en los heterónimos de Pessoa, por señalar algunos ejemplos; pero en Pizarnik a diferencia de los autores mencionados, el doble atiende a un principio de construcción donde el yo se fragmenta y se fuga en pequeñas partículas del ser. 

En el poema “A la espera de la oscuridad”, la desconstrucción se logra gracias al monólogo dramático que usa la autora como recurso dentro de su texto. Este recurso - monólogo dramático- permite conseguir la despersonalización que se enmascara a través del apóstrofe lírico. De ahí, que la voz poética se dirija a un tú que identitariamente ha sido desdoblado. 

Los yoes en fuga –sujeto, apóstrofe  y autor- se despliegan y desarticulan para ser una pluralidad de sí mismo. Pero esta despersonalización no es una simple fuga de la identidad, es más que eso. Es una búsqueda constante del ser dentro de la dialéctica de los contrarios y de ahí que el símbolo y el emblema poético sirvan como un elemento rizomático para crear un punto fijo en el devenir del yo.

Este juego del doble poético es una concepción adoptada por Antonin Artaud, que influenció la estética de Alejandra.  Para Artaud el doble de la vida era el teatro, para Alejandra el doble de la realidad es la poesía. La realidad de la mujer adulta es tan insoportable que es necesario crear dobles para sus poemas, dobles que sean capaces de viajar hasta la infancia, dobles que al igual que ella tampoco puedan superar sus miedos.

Un ejemplo de esto se identifica en el poema “A la espera de la oscuridad” donde se observa como la voz poética recuerda un instante asido a su ser, un instante que no puede olvidar porque es una memoria perenne. Un instante construido a través del recurso de la personificación que corporiza algo que es intangible. A esa parcela de tiempo se le provee de ojos, labios, ternura, de sangre y de alas para unirse dolorosamente a la niñez, desde donde la voz poética conmina al apóstrofe lírico desdoblado que abrace ese tiempo. De esta manera el tú acepta implícitamente el estado de vida angustiada que define al yo lírico:

Ese pobre instante adoptado por mi ternura

Desnudo desnudo de sangre sin alas

Sin ojos para recordar angustias de antaño

Sin labios para recoger el zumo de las violencias

Perdidas en los helados campanarios.

Pese a todo, la voz poética ha querido elidir el tiempo cuando dice que el instante ha sido rechazado por los relojes, pero al ser adoptado la ternura del yo salta a la luz el anhelo de convertir en algo positivo un tiempo muerto, que carece de vida, que no tiene libertad, que es solo una imagen grabada en la memoria angustiada y dolorida que conduce al silencio.

La insistencia imperativa de la voz poética bordea el delirio cuando por medio de la línea isotópica de la inducción, conmina al apóstrofe lírico a realizar una serie de acciones para proteger el instante. Así con voz imperativa le dice:

Ampáralo niña ciega del alma

Ponle tus cabellos escarchados por el fuego

Abrázalo pequeña estatua de terror

Señálale el mundo convulsionado a tus pies

Y más adelante continuara con esta voz de mando:

Dile que los suspiros del mar

Humedecen las únicas palabras por las que vale la pina vivir

De esta forma, Alejandra produce el Split y por medio de esa otra voz evoca su anhelante deseo de unir la poesía y la vida como querían  los surrealistas.

Conclusiones:

Se ha observado a lo largo del análisis que la poética de Pizarnik es una profunda reflexión sobre la infancia, la muerte, el dolor y la locura, elementos que son identificados como leit motiv propios de la tradición romántica, surrealista y de los denominados poetas malditos presentes en los dos poemas estudiados.

Es interesante denotar como el rasgo de la fragmentación del yo, propio de la galaxia poética latinoamericana se convierte en un verdadero tecnicismo y principio de construcción en la estética literaria de Alejandra, logrando insertar dentro de sus textos voces foráneas que son verdaderos yoes en fuga que ponen en escena el desdoblamiento y la desconstrucción del ser, cuestión que es lograda también al erigir símbolos como parte de su ejercicio de escritura por medio de los cuales el yo se dispersa y teje los temas recurrentes propios de la autora.

Este resquebrajamiento del yo es quizá lo que hoy por hoy es más admire en Alejandra porque pone en escena la mirada interna del sujeto que se cuestiona, que se afirma, que va y viene, que está en crisis.

Por otro lado, al ser la poesía subversión del lenguaje y conexión con la experiencia subjetiva puede reconocerse en Alejandra una estética desprovista de miramientos rimbombantes. Su vocación por lo existencial, por lo trágico, por su ritmo, por los balbuceos y por el silencio, hace la poética de Pizarnik una puesta en escena que en la actualidad toca sensibilidades.

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Referencias Bibliográficas

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Eneida Incer A. Incer (Granada, 1982). Licenciada en Lengua y Literatura Hispanoamericana (UNICA, 2016), ha recibido talleres de poesía (UNAN, 2014-2015). LaRevista Senderos (UNICA, 2016) ha publicado sus poemas y ha escrito para el periódico El Pulso. Ha colaborado para la Revista Lastiri como correctora de estilo y es parte del Consejo Editorial de Casasola Editores. Estudió flauta traversa en la Casa de los Tres Mundos y Canto Lírico en esa misma casa de estudios (2010-2015), y formó parte de la Compañía Artística Coral como soprano lírico. Actualmente cursa la maestría en Filología Hispánica en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

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