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El racismo en la era

de Trump

 

Por Liz Rebecca Alarcón

Este país cambió desde que Trump llegó a la Casa Blanca. El ambiente está tenso, los ánimos, volátiles. En el tiempo que llevamos bajo esta administración ha incrementado la ansiedad, especialmente entre nuestra comunidad latina, ante la creciente amenaza de peligro e incertidumbre para los nuestros.

En este año y medio, en vez de apaciguarse y adoptar un tono unificador, la retórica del presidente ha tomado la vía contraria; Trump no ha escatimado cuando de insultos se trata. Ya es de esperarse que utilice lenguaje y exprese sentimientos racistas y xenófobos, desde sugerir que México está enviando violadores y criminales hacia acá, tildar a los migrantes como personas peligrosas que abusan de las instituciones y de los programas sociales estadounidenses, argumentar que la violencia supremacista blanca en Charlottesville era un asunto de "ambos lados," y los tantos apodos denigrantes que le designa a todo aquel que le lleve la contraria a diario. Esto es sin incluir las barrabasadas que dijo durante su campaña como cuando remedó a las personas con discapacidades, se enorgulleció de haber acosado sexualmente a una mujer que intentaba conquistar, o cuando sostuvo por meses que el presidente Barack Obama no nació aquí. Su veneno verbal contra los hispanos, los afroamericanos, los musulmanes y otros grupos étnicos ya es de esperarse.

 

Si estos ejemplos fueran solo palabras que se las lleva el viento, no merecerían estar plasmadas en esta página. Pero este presidente, un demagogo populista casi que una maqueta exacta de los políticos dañinos de Latinoamérica, incita al odio no solo con lo que dice, si no con lo que hace. Trump ha prometido deportar a millones de personas, eliminó el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) para los hondureños, nicaragüenses y salvadoreños, intenta prohibir la entrada a los Estados Unidos a ciudadanos de algunos países de mayoría musulmán, y la crisis más reciente son los más de 2,000 niños que fueron separados de sus padres, quienes intentaban cruzar la frontera ilegalmente, y cuyo paradero es incierto.  

 

Esta nueva realidad que no podemos evadir ha hecho que los norteamericanos estén más divididos de lo que han estado en la historia reciente. CNN reportó que una nueva encuesta de la Universidad de Quinnipiac afirma que el 49% de las personas dijo creer que el presidente Donald Trump es racista, mientras que el 47% cree que no.

Esa cifra demuestra la polarización tan demarcada que estamos viviendo. Pero más allá de eso, la pequeña pero poderosa facción de americanos anglosajones partidarios de Trump que son intolerantes a la diversidad y a un país multicultural han provocado incidentes de violencia y crímenes de odio, en especial contra los latinos.

 

En las cuentas más populares dirigidas por latinos en las redes sociales ahora abundan las advertencias sobre el incremento de redadas por Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, en inglés) en lugares corrientes como los autobuses, restaurantes, y centros comerciales. Un reciente informe divulgado por la Oficina de Estadísticas de Justicia indicó que la comunidad hispana es la que más sufre de los llamados crímenes de odio en Estados Unidos, y un estudio llevado a cabo por el Centro de Estudios de Odio y Extremismo de la Universidad del Estado de California en San Bernardino, ha demostrado que el índice de odio en Estados Unidos ha incrementado en un 5% desde el año 2015, es decir, desde el inicio de la campaña presidencial que dio como ganador a Donald Trump.


Para acompañar estas cifras alarmantes es apropiado citar el nuevo libro Fascismo: una advertencia, de la exsecretaria de Estado de Estados Unidos, Madeleine Albright. Según ella, Trump es “el primer presidente antidemocrático en la historia moderna de Estados Unidos. Desde los inicios de su campaña hasta su llegada al Salón Oval, Trump ha criticado duramente las instituciones y los principios que forman la fundación de un gobierno abierto”, escribe. “En el proceso ha degradado sistemáticamente el discurso político en Estados Unidos, mostrando un asombroso desdén por los hechos concretos, difamando a su predecesor, amenazando con encarcelar a sus rivales políticos, acosando a miembros de su propia administración, refiriéndose a la prensa como ‘la enemiga del pueblo estadounidense’, esparciendo falsedades respecto a la integridad del proceso electoral estadounidense, presentando programas económicos y políticas de intercambio nacionalista, y alimentando un prejuicio paranoico hacia los seguidores de una de las religiones más importantes del mundo.”

 

Si bien es cierto que no lo llama fascista directamente, advierte que la erosión de nuestra democracia bajo este presidente no es un asunto que se debe tomar a la ligera, y que sus tácticas xenofóbicas, discriminantes y autoritarias pueden ser solo el comienzo de un futuro peligroso para el país.

 

Pero todo esto que está fomentando el presidente Trump atenta no solo contra nuestra seguridad, sino también contra nuestra humanidad. A veces me siento en Venezuela, donde familias y amigos se han dejado de hablar por la polarización política. Aquí vamos por el mismo camino. Allegados se han bloqueado en Facebook, dejamos de compartir con amistades del otro lado del espectro política en nuestros encuentros cotidianos y ya no es cortesía común escuchar y respetar al prójimo. La división política no solo ha endurecido nuestras políticas, si no también nuestros corazones.

 

Dentro de todo este agobio, hay esperanza. La elección de la joven Latina Alexandria Ocasio-Cortez en las primarias del Distrito 14 de Nueva York a la Cámara Baja del congreso demuestra que cuando nos organizamos, cuando le damos respaldo a personas que representan nuestros valores y buscan unir en vez de dividir, sí se puede. Revertir el daño que ha causado esta presidencia será labor de todos, pero si nos comprometemos a reconectarnos con los ideales y principios que nos unieron bajo el sueño americano, podremos lograrlo.

Liz Rebecca Alarcón (Miami, Florida). Licenciada en Relaciones Internacionales y Sociología de la Universidad de Miami con maestría en Democracia y Gobernanza en América Latina otorgada por la Universidad de Georgetown. Analista con especialidad en cultura y política latinoamericana. Ha sido invitada como panelista en medios locales del sur de la Florida como Mega TV y CGTN América. Sus artículos han sido publicados en The Miami Herald, el Nuevo Herald, HuffPost, Caracas Chronicles, y el blog del Foro Económico Mundial, entre otros. En el 2011 recibió la beca Fulbright para desarrollar una investigación sobre el efecto de los micro-préstamos otorgados a una cooperativa de mujeres en Upala, Costa Rica. Actualmente es directora de Pulso, un emprendimiento social que impulsa a los votantes Latinos en Estados Unidos hacia la participación cívica. 

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