Pequeña recopilación de poemas
Por Eduardo Javier Rappaccioli
Sobre lo real
o cuatro respuestas desconsoladas
¿Real?
—Reales son los químicos.
¿Y la alquimia?
—Los sueños son capaces
de mutilarse para así mutar
devorándose a sí mismos.
¿Qué es de los humanos?
—Son neuróticos árboles
inalámbricos padecientes
de la palabra ilusión y de
la sudoración provocada
por el veneno cuando pega
un alarido la palabra
realidad.
¿Y si el alma es la sombra
de la enfermedad?
¿Y si Dios es un caníbal
y la cultura un cadáver?
—Sólo sé que hay
quienes le llaman tristeza al azar.
Una imagen torpe
Ahorita mismo, sentado y dispuesto,
con la noche abierta
como testigo y colaboradora,
y el plenilunio sediento de versos,
vuelvo, retorno, lo intento nuevamente;
dar con una forma acertada, coincidir
sin fatiga con el orden ontológico
de las instancias, pero, ante todo,
desahogarme; hacer un triste inventario
de las soledades y duelos que arrastro,
de los rostros que la memoria diluye,
de las conversaciones inconclusas
que reverberan en mi mente, y probar
torpemente con un imagen que quizás
logre retratar el malestar del cosmos
o la incomunicación que nos devora:
Un vidrio o una muralla transparente
que separa a todos los interlocutores
de diálogos ciegos y perdidos, cual
realidad holográfica donde sólo
existe el dolor y el malentendido.
Un vidrio de aquí al cielo o estalactita
de preciso y monolítico filo
que atraviesa devastadoramente
el mundo conocido. Un vidrio que
imposibilita todo contacto, un vidrio
que posibilita todo reflejo. Una
imagen torpe y traslúcida que
lamenta lo insular de la vida y de
sus tentáculos tan rojos y marchitos.
Un vidrio gigantesco y omnipotente,
de colosal y delgada arquitectura,
que trastoca las certezas de Narciso
y las profundidades del arquetipo.
Un vitral y cada una de sus cualidades
sacro-lumínicas, el rayo fulminante
de alocadas luces crepusculares
que prefiguran el eclipse de ánimos
caldeados por el sol y el infortunio.
Un vidrio cual pantalla etérea que
sintoniza la tragedia virtual de Morel
enamorado silencioso del irreal
pañuelo de Faustina la inexistente.
Finalmente desdibujado el calor
caleidoscópico que trasciende mi turbio
vidrio, procedo a cuadros más inexactos
que emergen de ásperas cotidianidades
y no tanto de dolencias metafísicas:
Las intuiciones literarias en función
de las conversaciones ajenas, el
malestar matutino de ardientes llagas
estomacales, el insomnio y sus
fantasmas radioactivos de macabras
sonrisas e intenciones, las tardes llanas
prendidas en fuego indomable, o bien,
los caprichos que aquí me mal sostienen
pretendiendo sublimar los destrozos
del pasado. Lo irónico es atesorar
la miseria como un recuerdo invaluable,
lo pretencioso es minimizar tal tesoro
como algún destrozo apenas evaluable.
Dos himnos bipolares
y nocturnos, a la
manera de Novalis
I
Al amor
A América Lainez
¿Y qué con la oscuridad?
Si vos, con incontables
y tiernos artificios,
me haces ver la luz que
no poseo, la luz que en
mí se posa tras la
dispersión de la
exasperación y la
tormenta provocadas
por cualquier otra cosa
—y en cualquier instante.
¡Cuánto poder mutante
el tuyo, ciego amor!
Cuánto poder hay en
tu milagro, la alquimia
esencial de dotar a
toda agua de embriaguez,
y de fecundidad a todo
vino. El milagro es
realmente que amar yo pueda
y que amarme puedan.
Bendito sea el amor que
así es, amén, amén, amén (¡!)
...Y bendita sea la tarde
amarillenta, en
la que comprendí que
esta era la más
importante entre todas
las cosas, la más bella entre todas.
II
A la ambición
“La inteligencia sin
ambición es como un
pájaro sin alas”,
rezaba prepotente
la imagen de Dalí
en una pared de
de Managua, pixelada
y en inglés.
Ser para el azul cielo
y no poderlo surcar;
ser para esta opaca vida
y no poderla enfrentar.
¿Qué sabrá la ambición
de su enfermedad en
reversa disfunción,
la enajenación o
la melancolía?
Sabrá tal vez de envidias,
rebajamientos, rencores
o adulaciones, más
no conocerá
la genuina certeza
de esto que llamamos derrota.
Nosotros, los pájaros
mutilados, sin alas y sin cielo;
nosotros, los pájaros
derrotados, sin criptas
ni flores que en ellas nos adornen.
Consejos a un poeta del siglo veintiuno.
I
Si usted, contemporáneo mío,
finalmente
opta por la literatura, muy
probablemente empezará
por la poesía.
La creerá fácil, sin suspensión de
incredulidades ni polifonías,
pero, sobre todo, la creerá inmediata
y personal, y aún más probablemente,
como consecuencia tácita de todo
esto, usted, cual bardo irresponsable
y firmando ya con nombre de poeta,
elegirá para su pronta obra el verso libre.
II
Sin embargo, compañero, pese
a que no haya nada de malo en
ello, un verso no es
una-bella-idea-cualquiera
—mal cortada y a la mitad,
ni un capricho estético
relativo y personal.
Un verso es música
y por lo tanto una encriptación numérica.
Un verso es
heráldica y al menos tres lecturas,
un juego mortal y una revelación fatal.
Un verso es la intuición
de una estructura, y la necesidad
de expresión en algún oculto esplendor
de una vaga iluminación interior.
Entonces, una vez ya entendido esto,
proceda sin escrúpulos
de ningún tipo a contar cada una
de sus sílabas, a brincar con cada una
de sus tónicas, a saborear, cuál
Kerouac tropical, cada una de sus palabras
relamiéndose los labios
con sus etílicos fantasmas; pero
ante todo y en tanto a forma,
no mal corte su prosa, ya no presione
tanto Enter.
Entonces luego se podrá
hablar de lo inefable y lo
contingente, de la ausencia de
la ausencia y de la muerte de la
muerte. Se podrá hablar de la posteridad
y de las post-estructuras de la
postmodernidad.
III
Y en tanto a fondo:
Lo de siempre. No haga de su flores
artificiales vanos panfletos ni
temerarios ladridos al vacío,
mucho menos reclame lo inasible
a un Dios esencialmente ciego y
sordo. No mienta, no plagie, no
reniegue de lo inexorable. Captúrelo
absolutamente todo. Encomiéndese
a las más profundas imágenes del
sueño y a la económica certeza de
que al escribir se está en el ápice
de un fenómeno tan extraño como lo es el presente.
Abra bien los ojos y los oídos,
no tarde más en conciliar las
causas y los efectos, en perdonar
todo el agotamiento de la carrera
tras la misteriosa forma y todas
las torpezas de los primeros intentos.
No persista más en no escuchar los
movimientos de la naturaleza,
ni insista en imitar lo que no
existe o en fecundar lo que está muerto. Eso.
IV
Lo más importante: Láncese de una vez con alado cuerpo
a la búsqueda de otros cielos u otros infiernos.
Láncese de una vez, sin importar
la suerte de la caída o el ascenso,
sin importar que las palabras pierdan
al decirse su significado o el
mensaje carezca de pretexto. Láncese
de una vez y conviértase ya en viento. Descubra su elemento.
En Nicaragua, Costa Rica
O cualquier otro sitio
(Reacción tardía a En Chile de
Rubén Darío, y a Oda a urna griega de John Keats)
I
Tal como un Darío
o un Keats, yo me dí
a la tarea de también buscar
el necio concepto platónico,
el tal ideal; o la presunta belleza
que supuestamente habita
donde mora la verdad.
Sin embargo, prescindí de urnas griegas
o plintos latinos. He decidido prescindir
de acuarela y carboncillos,
de sonatas y sonatinas,
de himnos a psicóticos dioses,
sospechosos favores hádicos,
y demás artilugios antiguos.
He decidido prescindir de todo artificio externo,
mas no de la forma ni de las formas.
Mi nombre es sólo uno más
en la lista de sus perseguidores.
¿Qué tan cuerdo sería proponer
Un retrato exacto de mi locura?,
¿Qué tan naturalista sería capturar su ritmo,
su cadencia asimétrica, sus reflexivos estruendos?
A ella, la efímera, pretendo encontrarla
en alguna extraña ecuación
que multiplique la vibración poética
del mundo que nos tocó,
en alguna extraña química
que contenga el enrarecido
aire de la época, que contenga
las mutaciones de nuestras mentes,
los microtonos de sus sonoros
paisajes apocalípticos
y las imágenes absurdas
de sus futuristas visiones.
A la forma pretendo encontrarla en los hechos, los míos.
En el drama personal que a su vez contiene
los elementos del drama colectivo:
La vieja tesis de no ser más que un médium.
No ser más que el psíquico estadio
donde duermen los más lascivos monstruos
de esta rara temporada
de vida consciente sobre
la tierra siempre ebria.
Degenerar en una urbana mística
que atrape las pesadillas
de las ciudades y los sueños
de mujeres y hombres,
pero siempre pretendiendo
y siempre persiguiendo
alguna modesta forma que lo sintetice todo,
que mimetice la velocidad
de los tejidos del pensamiento
y rompa la opresión de sus barrotes.
Poseer, al fín, el retrato vivo de la madrugada
y el estremecimiento.
II
Son tantos los fantasmas nocturnos
y tantos los moradores de los escombros;
son miles los tubos que arden a esas horas
y tantísimas las figuras sin rostro;
son coches impersonales
y botellas quebrándose al caer;
son luces de neón y vestidos de lentejuelas;
es una muchacha tambaleándose
y dos manos intercambiándose
elementos no difíciles de imaginar;
son mundos chocando al coexistir
y cigarrillos al menudeo;
es el vértigo de esperar
entre sombras y sospechosos
transeúntes. Estas son las fotografías
que a la noche le arrebato,
este es el cannábico beso,
fresco aún, por el que me expongo
a arrancarle tan tétricos retratos a la oscuridad;
estos son mis paisajes y este
el universo que ellos recrean:
Un cielo negro de rojas nubes,
un falso Lear y un mendigo verdadero,
vestigios de eras fundacionales
entre no innúmeras, pero sí
altas torres despobladas:
La siempre fría madrugada.
Y es así porque, conforme
a la función del teatro del mundo
que me tocó asistir, mis referentes
no son las gradaciones de la luz
ni el hipertexto de los caracteres
—o tal vez sí,
pero en movimiento. Que el poema sea
una captura tal cual sin mayor intervención
que la que la luna le dicte
al fotógrafo-poeta,
una coqueta idea sin mayor
discurso que el de los algoritmos mentales
de quien al capturar se captura.
Que sea la economía
de mis formas y mis fondos
la brevedad instantánea
del flashazo y los bienaventurados
accidentes de la rima y el revelado.
Que sea, sobretodo, la madrugada misma.
Este es mi ideal de lo bello,
el lugar donde lo pienso encontrar.
III
“Ser, al desmentir el equilibrio,
la belleza y la verdad
y desidealizar la materia
al materializar el ideal.
Preservarles intactos al destruirlos
y liberarlos al poseerles.
Revertir toda alquimia y vaciar todo símbolo.”
Ese es el etéreo canto
del inconsciente, el triste
murmullo industrial que escucharon
todo tipo de ninfas
en sus pesadillas prehistóricas,
la voz que todos escuchamos,
pero de la que nadie habla.
La misma que nos dicta:
“Sé vos el equilibrio,
la belleza y la verdad;
atrapá eso que siempre se te escapa;
sé la reconciliación misma
del universo con el caos;
sé lo que yo soy, todo o nada;
hacé del equilibrio vértigo,
de la verdad, duda y tormento
de la belleza; transmutalo
todo y no intentés escapar,
pues si al dormir soñás con arañas
es porque aún me temés, porque aún te temés
y para registrar las flexiones del ser
hay que hacer todo menos temer.”
Ese es el dictado que transcribieron
aquellos dos hombres que no temieron enloquecer
al oír sus nombres. El dictado que aún
brota como diabólica flor
de la voz, de la boca de Psique,
el ánima, el alma o el espíritu
—la psicosis, según los psiquiatras.
La voz que escuchó aquel cuyo nombre
fue escrito en el agua o aquel otro
que estalló su cráneo para
liberar a su azul pájaro;
la voz magnética a la que Darío llamaba Ideal;
la voz sinestésica en
la que Keats creyó ver a la verdad;
la voz que a mí me habla de madrugada
y me pide que registre todas
y cada una de sus palabras,
que transubstancie todo el miedo
en determinado número de versos
y que traduzca cuanto antes su lenguaje en movimiento.
Eduardo Javier Rappaccioli. Nació el 8 de julio de 1996 en San José, Costa Rica. De madre nicaragüense y padre costarricense, se marcha tempranamente con su madre a Nicaragua. Creció en la ciudad de Diriamba, Carazo, donde permaneció hasta la edad de 22 años, regresando a Costa Rica en agosto del 2018, debido a la crisis acontecida en el país. Cursó Humanidades y Filosofía en la Universidad Centroamericana (UCA). Ha organizado y participado en diversas actividades culturales e interdisciplinarias, entre ellas el Festival Diriamba Libre. Fue miembro fundador del Colectivo Artístico CUCÚS. Fue incluido en la antología Imprecisa imagen de los noventa publicada por la Revista Abril. Se encuentra trabajando en la composición de su primer poemario.