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Carta apócrifa de Santa 

Teresa de Jesús
Andariega de amor

Por Gloria Guardia

Al Reverendo Padre Francisco de Borja, Comisario General para las Casas de España de la Compañía de Jesús, en el Hospital de San Gil, en Ávila.

JHS

El Espíritu Santo sea siempre con vuestra reverencia. Amén. A poco de la visita que hiciera a la Encarnación, adonde tuvo la bondad de venir a platicar con esta sierva por pedido de mi confesor el padre Diego Cetina, de la Compañía de Jesús, de la cual vuestra reverencia es Comisionado General, púsoseme en la cabeza que quería enviar a vuestra paternidad unas palabrillas de agradecimiento por el tiempo que dilató confesándome y preguntándome sobre el modo de oración que tengo y, ansí, dejándolo todo en un día como hoy, fiesta de la Asunción de la Virgen María, Reina de todos los Ángeles y Señora nuestra.                       

Santa Teresa de Jesús

Verdad es que habíanme advertido sobre una visita que vuestra reverencia haría a esta ciudad. Acá las paredes oyen y no faltó quien supiera sobre la presencia de vuestra paternidad en Tordesillas, junto al lecho de muerte de la madre del Emperador, la reina Juana. Ansí y todo, dudé un poco cuando volvió a correr el rumor de que andaría vuestra merced en esta época por los colegios y hospicios de Castilla, mas en preguntado a mi confesor sobre este asunto, él contestóme al rompe: cierto, cierto, el Padre Francisco llegará a Ávila en el mes de mayo con el ánimo de fundar una casa y pronunciar unas homilías en la Catedral. Todo esto fue causa de grande júbilo y por eso del cabildo nombraron una comisión para que los señores Arcediano de Olmedo y M. Horcala recibieran a vuestra reverencia. Poco íbame a imaginar entonces que vuestra paternidad habría de retornar a esta ciudad en agosto y que, por petición del padre Diego y el Caballero Santo, habría de visitarme favoreciéndome y consolándome con palabras plenas del espíritu de Dios.

Mas cosa mala sería ocultar a vuestra reverencia que muchas son las cosillas que dándome vueltas y revueltas en la cabeza agora azórenme y atorméntame. Y una de éstas ha sido el modo cómo vuestra paternidad observábame esta mañana cuando, infundida en ese atontamiento en que hállame cuando estoy toda arrobada en Él, pronuncié aquella frase a modo de comparación: paréceme que mi alma es como un asnillo que estuviera ramoneando. Y agora, a guisa de sosegarme repítome y repítome las advertencias que hiciérame vuestra reverencia, una vez húbome oído y examinado en el confesionario: que lo mío es espíritu de Él y que no le parece bien ya resistirlo más, que hasta agora está todo bien hecho y que siempre comience la oración en un paso de la Pasión y que si después el Señor me lleva el espíritu que no lo resista, sino que deje llevarle a Su Majestad, no lo procurando yo.  

                

Vuestra reverencia va muy adelantado en las medicinas desta especie y en los pareceres que ofrece y en esto, como en todo, mucho hace la experiencia y la de vuestra paternidad es grande, santa y amasada con hartas horas y modos de oración. Acaso muy sobrado venga recordarlo, mas ríndenos a todos grande bien repetir que vuestra paternidad anda muy favorecido y regalado de Dios desde aquel instante cuando hubo renunciado por Él a uno de los más altos nombres de España, el de duque de Gandía. Viénenme agora a la mente las veces que mi padre, don Alonso de Cepeda, gentilhombre que Su Majestad tenga en Su Gloria, y mis hermanos, Pedro, Antonio, Hernando, Rodrigo, Lorenzo, Agustín y Jerónimo, mancebos que embarcaran para Ultramar hace ya muchos años, refiriéranse al modo en que vuestra reverencia, después de habérsele concedido el honor de acompañar a los despojos mortales de la Emperatriz Isabel, esposa del magnífico y muy devoto rey Carlos, hasta depositarlos en la capilla de los Reyes Católicos en Granada, negose a prestar juramento frente al señor arzobispo, una vez éste preguntó a vuestra paternidad si reconocía en las carnes putrefactas, en el oro resplandeciente de las vestiduras, el cadáver de doña Isabel. La frase pronunciada por vuestra reverencia, el juramento que pronunciase de nunca más servir a señor que haya de morir, quédesenos a muchos grabada y ha sido causa de grande edificación y alivio para los que andamos con el deseo de olvidar las naderías de este mundo. Y esto no viene a ser sino la voluntad de darnos del todo al Creador y poner la nuestra en la suya y desasirnos de las criaturas. La razón es clara, no se da a Sí del todo, hasta que no nos damos de todo; pues si el palacio henchimos de gente baja y de baratijas, ¿cómo ha de caber el Señor con su corte?

Ha conocido, vuestra reverencia, las muchas maneras de engañarnos que tenemos los de poco seso que presumimos de espirituales. A guisa de ejemplo pongo nuestro hábito de llamar paz a eso que da el mundo y que nos da nuestra misma sensualidad. Mas, eso es un beso de falsa paz, adonde se pacta con los grandes pecados y no se duele de las pequeñas faltas como es la de despreocuparse de los pecados veniales, de concertar vida espiritual con los contentos y gustos del mundo, el apego a la propia honra o estima, no soportar la crítica, la murmuración o la calumnia, la pusilanimidad en sufrir necesidades y exponerse a los riesgos de todos los días. Después de mucho platicar con Él y de consultar con el padre Diego, harto siervo de Dios y muy avisado, repito a vuestra paternidad eso que díjele esta mañana, cuando preguntármelo quiso en el confesionario: que tras reflexionar sobre este asunto con atención y cuidado, creo que todo pecado es una manera de porfiar con pertinacia y necedad de ánimo en nuestra voluntad y ansi declarar con aspavientos guerra campal a la potencia volitiva de nuestro buen Dios y Señor.

Mas volviendo sobre este asunto del beso, esta mañana, a medida que platicábamos y que vuestra paternidad serenábame e invitábame con altísima comprehensión de las delicias de Jesús a explorar y exhibir los secretos de mi vida interior, el trato de amistad entre el Esposo y la Esposa, Su Majestad iluminóme el entendimiento como para declarar a vuestra reverencia la medida de profundidad del texto de las Escrituras donde dice "béseme con el beso de su boca". Antes, parecíame que Él pedía aquel ayuntamiento como medio de buscar nuestra amistad o la amistad del género humano. Mas, en meditando hoy con vuestra reverencia y en algunas otras veces con las Horas en el orasobre este asunto y gracias a las luces y bondades con que Su Majestad dispénsame, he aprehendido, no lo procurando yo, que es menester no confundir nunca lo humano con lo divino. Esos son los juegos y disparates con los que el demonio suele deleitarse para hacernos caer en la más grande tentación. Ansí y verdad, en esto del beso, como en todo, hay que olvidar a toda la grosería del engaste que son nuestros cuerpos y optar por el espíritu; manera siempre de andar con grande aplomo, de suerte de no revolver substancias, tal como solemos hacer con harta frecuencia acá en el mundo.

Nadie hay con mayor celo y sutil ingenio que vuestra reverencia para comprehender que en el trato y desposorio con Su Majestad no existe el apetito sensual, propio del mal amor, que despierta en nosotros el desasosiego. Hay que probarlo para entender que esto es asunto de una paz y un gozo adonde se esconde también el dolor. Todo es muy claro y también muy oscuro. Ansí y todo, cuando Su Majestad dícenos "béseme con el beso de su boca", ésta es manera muy buena y santa para el estado de desposados con el Espíritu.

No sobra avisar a vuestra reverencia que asuntos como éstos y los modos que el Señor me ha procurado de oración como es el de meditación que viene a ser la primera agua, el de recogimiento que llaman de quietud que sería la segunda agua, y el de unión que se da cuando entramos gozosos a la tercera agua, todo esto y mucho más tuve yo el ánimo de conversarlo con el padre Daza, persona muy estricta y letrada. Mas él, confesarme no quiso, clamando harta verdad: que no valía la pena perder el tiempo en ocuparse de una monja a los que los de su propia Orden no dan satisfacción alguna. A poco dejó caer también su sentencia, dando ansí noticia al Caballero Santo que lo mío eran engaños del demonio. Harta aflicción y decepción causóme todo aquello, mas en fin quiso Su Majestad que entendiera que no era por los medios del padre Daza y de otros letrados quienes confundiéronme con las beatas visionarias y las alumbradas que harto daño causan, la vía por donde yo habría de remediarme. Y agora veo que todo fue para mayor bien mío porque yo conociese y tratase a personas sabias y muy andadas por los caminos de la oración mental, como es vuestra paternidad.

Paréceme agora que ando con el alma plenamente reposada puedo platicar más llanamente con vuestra reverencia sobre este y otros asuntos como los grandes dolores que padecí el año pasado en atravesando el oratorio. Entonces vi una imagen de Cristo muy llagada y fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón paréceme se partía y arrojéme sobre Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez, para no ofenderlo más y amarlo como Él merece ser amado. Díjele entonces que no volvería a frecuentar el locutorio, rogándole me fortaleciese con más y más ardor de oración. Porfié y valíome, pues Su Majestad regalóme entonces más y más la de quietud y, muchas veces, la de unión que a veces dura mucho tiempo.

Imposible parece agora que dieciocho años pasé en grandes sequedades por no discurrir. En todos estos años si no era en acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro. Con este remedio andaba consolada y mucho debo por eso a mi confesor, el padre Diego quien también por estas fechas, púsome en las manos Las Confesiones. Parece el Señor ansí ordenó porque yo no las procuré nunca y cuando llegué a la conversión del glorioso santo y leí cómo oyó aquella voz en le huerto, no me parece sino que el Señor me la dio a mí, según sintió mi corazón. Estuve entonces otro gran rato que me deshacía en lágrimas y creo que me valieron, porque como digo, después de estas dos veces, comencé a más darme del todo a Él y a recibir más y más oración y tratar menos en cosas como el locutorio que me dañaban y desviaban de el camino. Ansí y verdad, fue entonces cuando comencé a trabajar en la limpieza de las moradas de mi castillo interior y ansí fueron creciendo en éstas las luces y mercedes de nuestro grande Dios y Señor.

Acaecíome que bastaba ponerme a pensar en Él cuando veníame a deshora un sentimiento de la presencia de Él que en ninguna manera podía dudar que estaba Su Majestad dentro de mí y yo engolfada en Él. Esto es una manera de unión, creo que lo llaman mística teulogía. Suspendedse el alma de suerte que todo parece estar casi perdido, y el entendimiento no discurre, sino está como espantado. Y todo esto es tanto gusto, suavidad y deleite que compararse no puede con lo pasado por lo que agora es un glorioso desatino, una celestial locura, adonde se desprende la verdadera sabiduría y es deleitosísima manera de gozar el alma.

Hecha esta relación de algunas acciones y hechos de mi desbaratada vida y de los modos de oración con que me ha regalado Su Majestad y, agradecida de vuestra paternidad por los grandes favores con que me ha dispensado, conduciéndome a entender mi condición y cómo gobernarme, beso la mano de vuestra reverencia, rogándole a Dios regálele hartas gracias y bondades y hágale grande santo que con su espíritu alumbre a almas miserables como ésta.

Sea bendito por siempre y plega a Dios podamos otra vez encontrarnos, pues he de necesitar sabios consejos. Por ahí inquiétame más y más el gusanillo de hacer un pequeño monasterio como a manera de las Descalzas de San Francisco, reformando la Regla que se guarda agora y haciendo uno a manera de ermitañas, como lo primitivo que se guardaba al principio desta Regla que fundaron nuestros santos padres antiguos.

Mas, cabe a Él, a Su Santa Voluntad, decidir estos asuntos, no sean acaso propios de la imaginación. Pues, ¡válgame, Dios!, de una cosa paréceme estar cierta: que ésta nos daña y nos fatiga por lo que no debemos hacer jamás caso alguno de ella, dejándola con su tema; o mejor, por otros medios: desterrando de muestras moradas una vez y por siempre a la loca de la casa.          

              

Plega a Su Majestad no permita se pierda esta alma poco humilde y mucho atrevida que se ha osado determinar a escribir cosas tan subidas. Espero en Su misericordia nos veremos donde más claramente vuestra paternidad y yo veamos los grandes favores Su Majestad ha hecho con nosotros y para siempre jamás Le alabemos. Amén.

Indigna sierva de vuestra reverencia,

 

Doña Teresa de Ahumada

Hecha en la Encarnación, en Ávila a XV días de agosto, año de DLIV. Fiesta de la Asunción de la Virgen María.

Gloria Guardia nació en San Cristóbal, Venezuela, en 1940. Aunque creció en el extranjero, de adulta adoptó la ciudadanía de sus padres, panameña y nicaragüense. Guardia es autora de varias novelas, entre ellas, El último juego (1977), Libertad en llamas (1999) y El jardín de las cenizas (2011). Sus más importantes distinciones incluyen la Beca del Centro Bellagio, el Premio Nacional de Novela Ricardo Miró, el Premio Nacional de Ensayo Ricardo Miró y el Premio Centroamericano de Novela. Además de su contribución literaria, Guardia es también periodista, siendo corresponsal para la Agencia Latinoamericana (ALA) en Centroamérica por varios años, y para la cadena de noticias ABC News en Panamá. Actualmente, es académica de número de la Academia Panameña de la Lengua, de la Real Academia Española, la Academia Colombiana de la Lengua, y de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Gloria Guardia vive entre Colombia y Panamá.

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