Selección poética
Por Arturo Gutiérrez Plaza
UN PAÍS
Cuando el forastero llegó
ya todos se habían ido.
Cuentan que sólo tuvo entre sus manos
acuarelas de niños que pintaban un país
donde la nieve era apenas un tacto imaginado.
Un lugar amañado por la astucia
y las costumbres de la luz,
que incauta resguardaba escondrijos
para que las sombras perpetuaran traiciones,
desde antes de nacer.

Cuentan sus ingenuos dibujos
(ahora devorados por polillas)
que era una tierra frondosa,
donde junto a la ventura
se forjaban ardorosas proclamas.
Una comarca poblada de fértiles maderas,
aptas para el refugio de hombres, isópteros y orugas.
Y también para el fuego.
HOGAR
Vivo en esta ciudad, en este país despoblado,
avergonzado por sus propios fantasmas,
confinado a cuatro paredes hurañas.
Vivo en cuartos vacíos.
En habitaciones que a ratos se encogen
expulsando todo aquello
que hasta ayer me acompañaba.
Vivo en su centro como viven los moluscos,
babosos e invertebrados, cordializando
con la concha que los protege.
Doy rondas, tanteo su superficie,
hago trampas: intento horadarla
guardando la esperanza de encontrar
respiraderos al otro lado.
Pero soy de acá, este es mi hogar
y aunque me vaya, aunque me escape lejos,
este encierro siempre será mío.
Vivo como el cangrejo ermitaño,
como un decápodo errante,
refugiado en conchas vacías,
atrapado, impenitente, confiado
en la bondad de alguna ola que me arrastre
o termine de ocultarme en la arena.
EL VIAJE
A Alexis Romero
Cuando se inicia el viaje,
cuando verdaderamente comienza,
ya no se tiene memoria de la partida.
Ya no se sabe,
siquiera,
cuál era el destino previsto:
la posible travesía.
Pues todo viaje es también,
secretamente,
un pacto con el olvido.
Una forma de levar anclas,
de alejarse de las súplicas de los náufragos,
de aquellos lentos ahogados
que estuvieron en uno
y ahora yacen
en el fondo
lodoso
de nosotros mismos.
RENUNCIEN A DEFENDER LAS BUENAS COSTUMBRES
Ustedes son los que tienen miedo de morir.
Nosotros no.
Somos hombres bomba.
Estamos en el centro de lo insoluble.
Ustedes, entre el bien y el mal,
se detienen en la única frontera.
Su muerte es un drama cristiano
en una cama, un cáncer, un ataque al corazón.
La nuestra, la comida diaria, la fosa común.
Somos una empresa moderna, rica.
Ustedes, el estado quebrado, una zafra de incompetentes.
Tenemos métodos ágiles de gestión.
Ustedes son lentos, burocráticos.
Luchamos en terreno propio.
Ustedes, en tierra extraña
muriendo de miedo, cada hora.
Estamos bien armados, al ataque.
A ustedes los persigue la manía del humanismo.
Somos crueles, no conversamos con la piedad.
Ustedes nos han transformado en "super stars" del crimen.
Los tenemos de payasos.
Nos llaman “los barones del polvo”,
y por miedo o por amor nos ayudan en el barrio.
A ustedes los odian.
Nuestras armas y mercancías vienen de afuera, somos "globales".
Ustedes, nuestros clientes.
¿Solución? No hay solución, hermano.
Somos el inicio de algo tardío.
Somos hormigas devoradoras,
escondidas en los rincones.
Renuncien a defender las buenas costumbres.
Estamos todos en el centro de lo insoluble.
Como dijo el divino Dante: “Pierdan las esperanzas, estamos en el infierno"[1].
MIENTRAS ÉL LEÍA A SHELLEY
A Charles Simic
Mientras él leía a Shelley,
el otro lo leía a él.
No en un café mugriento
de algún callejón de Manhattan,
ni en un restaurant de rojas cortinas
y hábitos chinos, en cuyo brillo
se asentara la escapadiza
grasa de las cocinas.
Mientras Shelley le hablaba,
le murmuraba -entrelíneas- historias
de multitudes contagiadas por la peste
y reyes enloquecidos, ciegos y moribundos,
el otro lo leía a él;
pero no en algún bar de la calle McDougal
o en algún recoveco de la Cuarta Avenida.
Lo leía desde muy lejos,
desde antes de nacer;
ni en inglés ni en eslavo,
simplemente lo leía
en el único idioma que compartían,
aquél que desde siempre han hablado las rocas.
Desde allí lo leía
y escuchaba también entre susurros.
Le oía decir que la luz de la luna no era de piedra,
pero que se escondía en ellas
para inventar en su interior amaneceres
cruzados por cantos de pájaros
que habitaban allí
mientras aprendían a volar.
Sí, él leía a Shelley,
pero el otro lo leía a él
sin importar si las hojas muertas
eran barridas por fantasmas.
Lo leía escondido tras las pétreas murallas
que custodian la tumba de un emperador niño.
EN UNA ESTACIÓN DEL METRO NO VISTA POR POUND (EN CARACAS NO EN PARÍS)
The apparition of these faces in the crowd;
Petals on a wet, black bough.
Ezra Pound
El hombre de escaso muñón
descendió a los infiernos,
serpenteó entre sombras inválidas
arrastrando sus muletas como un gimnasta.
De un brinco entre tantos
alcanzó la boca de un vagón.
Hablaba de sida y albúmina humana
a las soterradas multitudes.
Sus manos extendidas como reliquias
imploraban a un bosque de húmedos rostros,
pétalos purulentos sobre negras ramas.
LA GENTE INVISIBLE
When you have city eyes you cannot see the invisible people.
Salman Rushdie
Alguien debe recoger los muertos:
los de antes, los de ahora, los de siempre.
Alguien debe hacerlo.
Son urgentes la amnesia,
las calles limpias
y las flores en las aceras.
Tal vez sea la gente invisible
quien se ocupe de ellos.
Gente que al caminar
apenas deje huellas.
Gente sin padres ni abuelos.
Gente que está por nacer,
y vendrá con aguaceros.
La gente invisible sabe cantar
pero prefiere el silencio,
sabe gritar si corresponde
pero no se deja tentar por quimeras.
La gente invisible procura
hacer todo invisible,
lo que vemos y lo que no.
Por eso si alguien se los lleva serán ellos.
Para que las calles queden limpias,
sin sangre ni recuerdos.
POEMA
¿Cómo podría escribirlo?
Tal vez, habría que dejarlo solo.
Sin molestarlo y sin testigos
sin obligarlo a contestar.
Que su franqueza no estuviera en las palabras.
Que los cuerpos en secreta cofradía
ocuparan el centro de la página.
Que lo habitara una escondida sonoridad,
una indócil atadura al deseo.
¿Cómo podría escribirlo?
¿Cómo podría la desnudez sin ti?
EL ARTE DE AMAR
Supones que han de calzar las piezas
(deseas predecibles las reglas del juego).
Comienzas por aquellas de bordes rectos.
Antes, por costumbre, has intentado
el inventario de las esquinas.
Sabes que luego quedará una isla que habitar.
Pieza a pieza reconstruyes
un paisaje que nunca has visto,
un mapa de litigios fronterizos
entre desconocidos países.
Ya muy tarde comprendes.
Ella nunca te dijo que el arte de este juego
nace de mezclar en una misma caja
dos distintos rompecabezas.
ECLIPSE
Ese día cayó una hoja
y se tapó el sol,
hubo un trozo de la tierra
latiendo bajo un inesperado eclipse.
Ese día al hacerse
la sombra
un hombre escribió un poema
que hablaba de una antigua amante.
Ese día el recuerdo de una mujer
cayó como una hoja
en la memoria,
eclipsando la caligrafía del poema.
EL MURO
A Miguel Gomes
Será un sueño largo, eso es todo.
Eso será todo.
El muro donde te apostabas en la infancia
ya no estará, se habrá mudado al patio
de la casa vecina.
Las primeras mentiras,
esas que un día tembloroso confesaste
ya no suplicarán alivio,
pero nuevamente las escucharás
dichas por otros, cuando te encuentres
con sus ecos debajo de los puentes.
Tus hijos volverán a nacer
como hijos de tus enemigos
y las amantes que a lo largo del camino
se despidieron de ti, con promesas susurrantes,
serán las llamadas a bendecirlos una vez más.
Dormirás profundo,
no habrá nadie que entorpezca tu sueño.
Los álbumes de familia serán
los libros escolares de los nietos que no tuviste
y lo poco que hayas escrito esperará su turno,
sin rencores, junto a la carroña,
en el fondo de algún despeñadero.
No sé si los pájaros te acompañarán.
Tal vez hayan enmudecido para entonces
o sean ellos los que sueñen con ser piedras.
Las mismas piedras silenciosas
del muro arrebatado de tu infancia
donde un niño cautivo se ha trepado
a solas para soñar este sueño.
Este sueño profundo
del que nadie te va a despertar.
LAS PIEDRAS
De las piedras se habla con envidia,
quizás, porque ellas no hablan.
No fruncen el ceño
y aparentan desatender
lo que a su alrededor acontece.
Obviamente, todo esto es mentira.
No vuelan, pero enseñan a los pájaros a volar.
Se detienen en los abismos, al pie
de los puentes, al margen de los ríos.
Y desde allí advierten como anónimos vigías
los peligros de sostenerse en el aire.
Cultivan además varias lenguas sin poseer ninguna.
Su arte está en hablar por la boca de otros.
El aire las recuerda cada vez
que los páramos silban en el viento.
Y los ríos, cuando nos adormecen
con su insaciable ronquido.
Si se agrupan lo hacen
como gesto fraterno, pues odian la soledad.
De ellas se escribe siempre
para hablar de otra cosa.
Su aparente mudez
es tan solo una licencia que Dios les da,
pues así nos interroga.
SAUDADE
Me gustan las canciones tristes
en idiomas que desconozco.
Ellas me hacen saber
que la tristeza
es un canto
que serenos escuchamos
sin afán de comprender.
LABOR
Uno lo que hace es vivir,
guiñarle, de vez en cuando, el ojo a la vida
para que se sienta a nuestro lado.
Apilar los periódicos, alineados
como ladrillos, hasta levantar un muro alto
donde el tiempo se reconozca.
Uno no sabe hacer otra cosa
sino vivir,
tomar el café, en lo posible
caliente, y pagar
puntualmente lo que se pueda.
Recordar en las mañanas
–porque dicen que también del “recuerdo se vive”–
buscando entre todas las gavetas
sin encontrar lo buscado.
Uno con el peso de los años
intenta llevarse bien con los vecinos
y aprende a guardar la calma
sin maldecir más que lo imprescindible:
el reloj despertador y los espejos.
Uno, en verdad hace lo que puede.
LOS OFICIOS DE LA CASA
Su madre muerta
ayer apareció a su lado.
Finalmente, todo había sido un mal entendido.
La desenterraron antes de que despertara
y continuaron en silencio
los oficios de la casa.
Su madre había muerto un día
en que amaneció cansada.
Los hijos la acompañaron
para decirle adiós,
la guardaron en un féretro
y la cubrieron de flores.
Agradecida, al principio enmudeció
pero ha vuelto
y lo ha dejado claro:
ya no aguanta esa soledad tan pesada.
Sin necesidad de hablarlo
siempre supieron que volvería.
Tanta tierra apilada encima,
aquejumbra los huesos.
Ahora duerme mientras se repone.
Desde el fondo vino para decirles
que no dejaran de quererla,
para recordarles que estar sola,
allá abajo, le hace daño.
Ellos en silencio la escuchan
y atienden los oficios de la casa.
PALABRAS
Sólo confío en aquellas
palabras que saben dudar,
que nombran las cosas de modo efímero,
como puentes acostumbrados
a temblar tras cada paso.
Aquéllas que viven de la amenaza de caer.
[1] Marcos Camacho, mejor conocido como "Marcola", es el líder de una organización delictiva de Sao Paulo (Brasil) denominada Primer Comando de la Capital (PCC). Este poema se construye a partir de las frases del propio Marcola, recogidas en una entrevista concedida al diario O Globo

Arturo Gutiérrez Plaza (Caracas, 1962). Poeta, ensayista, profesor e investigador universitario. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Al margen de las hojas (Monte Ávila, 1991), De espaldas al río (El pez soluble, 1999), Principios de Contabilidad (México: Conaculta, 2000), Pasado en Limpio (Equinoccio/bid&co, 2006) y Cuidados intensivos (Lugar Común, 2014), Cartas de renuncia (Poeteca, 2020) y El cangrejo ermitaño (Madrid: Visor/Fundación para la Cultura Urbana, 2020). Entre sus libros de ensayos, investigación literaria y antologías, se cuentan: Lecturas desplazadas: Encuentros hispanoamericanos con Cervantes y Góngora (Equinoccio, 2009), Itinerarios de la ciudad en la poesía venezolana: una metáfora del cambio (Fundación para la Cultura Urbana, 2010), Las palabras necesarias. Muestra antológica de poesía venezolana del siglo XX (Santiago de Chile: LOM, 2010) y Formas en fuga. Antología poética de Juan Calzadilla (Biblioteca Ayacucho, 2011). Es Magíster en Literatura Latinoamericana, PhD en Lenguas Romances y Literaturas, y profesor titular de la Universidad Simón Bolívar. Ha obtenido, entre otros: el Premio de Poesía de la Bienal Mariano Picón Salas (1995), el Premio Hispanoamericano de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz (1999) y el Premio Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana (2009).