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Dibujo a punta seca de Lizandro Chávez Alfaro

Por Ángela Saballos

Su escritura es vivo retrato de su fisonomía, un dibujo a punta seca de sí mismo: profundo, duro, irónico, cortante, severo, oscuro, apasionado, difícil, obsesionado, realista, sólido, soberbio, ambicioso, inteligente, culto, brillante, perfeccionista, orgulloso, Lizandro Chávez Alfaro trabajó con voluntad de hierro y delicadeza de orfebre cada palabra de sus once libros en muchos de los que campeaba la vibración de su mítica Costa Caribe de Nicaragua.

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Lizandro Chávez Alfaro

Cuando entraba a un sitio, lo primero que destacaba era un bigote, luego el copioso y oscuro cabello, un evidente esternocleidomastoideo, venas, tendones y se miraba un cuerpo  más que delgado a pesar de los años. Luego se notaba su caballerosidad y se escuchaba su voz profunda de locutor. Era moreno, intenso, tenso y con su guayabera blanca Lizandro Chávez Alfaro podría fácilmente confundirse con un estricto pastor moravo. Ante los amigos la severidad se disipaba y era capaz de sonreír y hasta de carcajearse. Íntimo, estudioso, dedicado, este escritor admirado y querido por mí, era un tipo del cual podía dependerse y esperar cumplimiento de su palabra, o de su deber. Era un perfecto exponente de su educación y de su medioambiente inicial en Bluefields, Zelaya, Nicaragua, sus estudios y convivencia en México, así como de su confabulación astral como Escorpión en el horóscopo occidental y Serpiente en el horóscopo chino.

Chávez Alfaro se conocía a sí mismo  tan profundamente que fue capaz de abandonar la pintura estudiada en Academia de San Carlos de la Universidad Nacional Autónoma de México, que era su vocación inicial, para escribir poesía y abandonar la poesía para escribir narrativa, su pasión final, convencido como estaba que no se podía servir bien a dos señoras y debió escoger la que le permitía expresar mejor sus delirios, aunque para dedicarse a ella debiera “comprarse el tiempo libre para escribir.

 

De esta manera trabajó en publicidad, en radio, traducción; durante el proceso revolucionario en Nicaragua fue diplomático y dirigió la Biblioteca Nacional. Después fue catedrático en la Universidad Centroamericana y en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

Era estricto como profesor y no permitía ni el más mínimo taconeo nervioso de alguna estudiante, que como yo iniciaba mis lecciones de narrativa con él. Corregía a mano y a lápiz los textos entregados, igual como él mismo escribía sus cuentos y novelas: a mano y en lápiz de grafito.

Lizandro Chávez Alfaro (BluefieldsZelaya25.10.1929 - Managua, 6.4.2006)  apareció en mi imaginario personal a través de Los Monos de San Telmo, su libro de cuentos que ganó el premio Casa de las Américas en 1963. Era el primero que publicaba. Después vinieron los cuentos de Trece veces nunca, y sus novelas Trágame tierra y Balsa de serpientes, la primera de ellas finalista del Premio Seix Barral, en Barcelona, España. Son títulos fuertes en correspondencia a los contenidos fuertes. Vino a Nicaragua y ya se encarnó como persona. Fuimos amigos de parejas  y  vecinos de barrio junto a mi esposo pintor y a su esposa la bailarina mexicana Evangelina Villalón. Vimos crecer a su hijo Adolfo, amigo de mi hija Ximena y los acompañamos a llorar la muerte accidental de su hijito menor. Fueron tiempos tristes y duros para ellos en medio de la guerra que campeaba en Nicaragua.

Narrador, poeta y ensayista, dueño de las técnicas del boom literario latinoamericano, pintor, Lizandro Chávez Alfaro hablaba desde la perspectiva del habitante abandonado del caribe nicaragüense. Como escritor consideraba que la poesía era el camino correcto para iniciarse como escritor, porque se lograba profundizar en el lenguaje. Él  publicó dos poemarios en México: Hay una selva en mi voz y Arquitectura inútil.

Chávez Alfaro consideraba  que había que leer mucho y que era sumamente importante leer historia universal y de Nicaragua para percibir las realidades del momento y del país. En 1993 escribió otro libro de cuentos, Vino de carne y hierro,  el ensayo Apología de Malinztin,  el libro de cuentos Hechos y prodigios, en 1998 y su última novela, Columpio al aire, en Managua, en 1999. Pocos meses antes de su muerte fue incorporado a la Academia Nicaragüense de la Lengua.

 

En su atestada biblioteca Lizandro escribe a máquina. Acabamos de revisar esta entrevista realizada hace tres años en mi hogar de hijos y esposo y un almuerzo cocinado por mí según menú aceptado por él. Fue en una de sus venidas de Hungría donde era Embajador de Nicaragua.

Ahora estamos sentados en la terraza que he visto construir en su casa de Pancasán. Nos rodea el color mandarina que precisamente la mandarina Lilliam, su pareja, ha pintado en diversas paredes del reducto familiar. Vemos viejas fotos, mientras Adolfo, el hijo de Lizandro con la artista mexicana Evangelina Villalón, su esposa, conversa telefónicamente con algún amigo.

Los recortes de periódicos son muchos; son años de triunfo y en ellos se habla con especialidad de Lizandro. En algunos aparece de veinte años, o menos y lo llaman “una promesa”. La promesa cumplió entonces hasta convertirse en uno de los mejores novelistas del país.

Lizandro es premio Casa de las Américas y recibió una de las primeras y bien merecidas Órdenes de la Independencia Cultural Rubén Darío en Nicaragua. Nacido en Bluefields, Zelaya, Costa Caribe, Lizandro irrumpe en nuestro escenario cultural criollo tras su regreso de México donde se desarrolló como intelectual.  Alguna vez tentado a dedicarse a la pintura-que estudió en México- y que lo encantó desde niño, Chávez Alfaro ahora se enfrasca en diversos planes que quiere desarrollar en su Patria, Nicaragua. Aquí se queda, dice, mientras releemos una reedición de Balsa de Serpientes editada por la Editorial Nueva Nicaragua

-¿Cuándo se dio cuenta que quería ser escritor?

-Siempre estuve en el dilema de pintar o escribir. Fui a México con una beca para estudiar pintura en la Academia de San Carlos. Fue ahí donde tomé la decisión de ser escritor y abandonar la pintura. Tengo la convicción de que ambas son compañeras muy absorbentes que se sirve a la una o se sirve a la otra.  Yo tenía que decidir entre pintar o escribir. Lo decidí en 1950.

- ¿Escribió, entonces, algo que lo decidiera?

-Escribí y publiqué Hay una selva en mi voz. Era de hecho una autobiografía en verso libre, tal vez con algunos atisbos, algunos aciertos. Un libro escrito a los 18, 19 años. Pero a partir de él tomé la decisión de ser escritor. Escribí todavía otros dos libros de poemas. Uno que fue publicado en 1954, Arquitectura Inútil, y un tercero que destruí finalmente, Calendario sin domingos

-¿Cómo se convenció de dedicarse a la prosa?

-A partir de la misma poesía que escribí. Yo, como todo ser humano, tengo un sólo proyecto de vida. Cualquiera que se tome la molestia de ahondar un poco en lo que escribo, vería que en aquellos poemas, reposaban las semillas, las imágenes, que luego se expandirían en los cuentos y estos también está el gérmen de las novelas. Disponemos de muy poco tiempo, a fin de cuentas. El tiempo que nos es dado de estar aquí, gozando de las delicias terrenales es relativamente poco con respecto a las tremendas ambiciones que nos acosan. Por eso, uno debe concentrarse en esa elección que hace desde la juventud, desde la primera obra y desde el primer momento en que uno entra a la realización de un proyecto creativo. Después le llaman obsesión, mística, vocación. Podrá llamarse como quieran, pero para mí no es más que obediencia a las propias limitaciones. No hay tiempo para dispersarse.

-Usted parece tener mucha disciplina, ¿en cuánto infiere ésta en lo que usted escribe?

-Quisiera ser realmente disciplinado. No soy tanto como quisiera. Cuando he emprendido un trabajo, una novela, o un libro de cuentos, soy riguroso, generalmente. En realidad sé perfectamente que el trabajo de escritor, de narrador debe ser sistemático, o no es nada.

-¿Cuál es el significado de esta oración?

-Disponer del tiempo necesario para dedicarle toda esa energía a escribir. A eso se opone la realidad socio-económica que vivimos en América Latina y seguidamente en todo el Tercer Mundo. Aquí ningún escritor puede ser profesional, según la concepción de los países industrializados, capitalistas, consumidores y de altísimos niveles de ingreso. En estos países nuestros todos necesitamos llevar una doble o triple vida, y la excepción es disponer del tiempo necesario, del tiempo completo. En mi caso, yo he dispuesto de mi tiempo casi completo cuando he escrito una novela. Por supuesto que son muy pocas. Las he escrito cuando he dispuesto  al menos de la mejor mitad de mi día.   

-¿Cuál es?

-La primera mitad del día. Me levanto muy temprano. Mi primera novela fue escrita con el tiempo que pude comprar para mí mismo con el producto monetario del premio Casa de las Américas. Eran mil dólares. Esos fondos me permitieron irme a un pequeño puerto y dedicar mi día al pleno trabajo, a escribir muy disciplinadamente. Levantarme a las cinco; leer la primera hora.

-¿Qué leía entonces?

-Cosas que me preparaban  como cuando un músico recurre a un diapasón, para conocer o reconocer el tono del instrumento en que va a ejecutar.

-¿Qué escritor le ayudaba en el tono?

-Faulkner, William Faulkner. Leía una novela que me gusta infinitamente. Una novela que se llama Luz de Agosto, o Alumbramiento en Agosto. Tenía entonces un plan de trabajo para el día. Escribía hasta la una de la tarde. Descansaba un rato después de almorzar, y por la tarde trabajaba unas dos o tres horas más, revisando  las cuartillas escritas por la mañana. Después, ya más tarde, iba a una playa salvaje, solitaria, donde podía correr, o bañarme.

-¿Qué novela salió de ahí?

-Trágame tierra. Al escribir la segunda novela trabajaba yo en una agencia de publicidad y renuncié a la mitad de mi sueldo para dedicarme por la mañana a escribir. La tarde era para la publicidad.  

-¿Pero no le acosaba en la tarde el deseo de continuar lo que había dejado en la mañana? ¿O ya estaba el pozo vacío?

-Sí, claro, vacío. Ya había disfrutado la mejor parte de mi día. Por la tarde tenía que ganarme un sueldo con qué pagarme mi tiempo de escritor.

-¿Para usted escribir es disfrutar?

-No en el estricto sentido tradicional. Para mí como para tanta otra gente es angustioso verse ante la página en blanco. Ese reto, ese campo de prueba en el que uno tiene que convertir en palabra toda la representación de la vida que se propone formular. Todo eso tiene que consumarse en una hoja de papel.

-¿Se sienta ante una hoja de papel en blanco cuando aún no tiene hilado, formulado lo que escribirá?

-Siempre tengo un plan de trabajo. Al iniciar una novela, tengo el esquema listo. Naturalmente que sobre ese esquema van surgiendo las infalibles sorpresas, los personajes van tomando su propio peso, su propia fuerza, su propio carácter. ¡Y de repente ya hasta se mandan solos! Aparte de estas sorpresas, siempre hay un plan de trabajo, un esquema general. El trabajo del día está sujeto a las metas que debe alcanzar un capítulo para lograr su objetivo.  

-Si usted tiene un capítulo a medio camino, ¿insiste hasta terminarlo? ¿Cómo opera ese plan?

-Puedo llegar a una de las metas y continuar hasta el próximo día, porque en el  esquema de un capítulo de novela hay distintas metas progresivas, ascendentes, hasta llegar al clímax propuesto. 

-A propósito de estos personajes que toman su propia vida y sorprenden, ¿cuál de ellos en su obra le ha sorprendido más?

-Si hablamos de Trágame tierra, una de las partes más difíciles que tuve como autor es un capítulo en que hay un choque, un encuentro de dos personajes, que pertenecen a una misma generación, pero que obedecen a proyectos de vida completamente distintos. Uno llega a ser oficial de la guardia nacional y el otro, que es su prisionero, llega a ser guerrillero. Ese capítulo fue particularmente difícil porque tenía que ser creíble, debía de haber algo creíble en ese choque donde uno sabe todo y al otro le falta información, porque el uno tiene toda la razón y el otro tiene el poder.

-Valorando, sopesando el encuentro.

-Cada uno posesionado de sus argumentos. Cada uno con su propia causa, positiva, negativa, pero nunca en términos absolutos. El que está poseído por una obsesión no es necesariamente una simple caricatura de la razón simple.   

-Refería usted que sus poemas eran autobiográficos y que eran los gérmenes de sus cuentos y estos de sus novelas.

 

¿Hay esa tendencia autobiográfica en su creación siempre? ¿Cómo siente de cerca a sus personajes, o por lo menos a algunos de ellos?

-No existe narración que no pase por una experiencia personal y quizás directa. No hay narración que no parta de un modelo humano. Uno puede transformar de muchas maneras ese modelo. Muchas veces hay un aspecto de uno mismo que sirve de modelo para determinada acción, o reflexión. Uno contribuye con su propia experiencia; aporta elementos que pueden alimentar  a un personaje. Así mismo, absorbe también de otras fuentes. Creo que un escritor se alimenta de todo cuanto necesita para nutrirse y crear lo que se propone.

-Decía usted que se ha retirado para escribir, ¿qué rutina, qué situación especial lo lanza a escribir? ¿Qué lo dispara?

-Ante todo un enorme esfuerzo de voluntad para vencer todos los miedos, después de trazado un plan de trabajo. Escribo a mano, a lápiz muchas veces. Sobre ese borrador manuscrito voy elaborando y reelaborando. De eso hago otra versión mecanográfica, donde por supuesto hay otra etapa de pulimento, y así se va agregando el trabajo de un día tras otro.  En la revisión supuestamente final, se hacen nuevas correcciones. Mi rutina tiene tres pasos físicos: hacer el borrador en una hoja suelta, trasegar esto a un cuaderno lo que sirve para advertir algún vacío, o para suprimir sobrantes. Finalmente, paso a máquina lo escrito en el cuaderno, lo que significa otra fase de pulimento.

-He  visto bastante muerte en lo que escribe, ¿qué significa?

-Siempre me ha llenado de escalofríos, de repugnancia, de  horror, de asco, la crueldad de la que es capaz el ser humano. Como es lo que más me horroriza es lo que más capto del ser humano. Trato de plantar un espejo que refleje la crueldad. Y la crueldad, generalmente, casi fatalmente, produce muerte. Esa sería una razón para que haya muerte en mis cuentos y novelas.    

-¿Y para que hubiese  vida, ¿qué sería necesario?

-Me pongo moralista. La vida debería darse en mayor justicia. Creo que ésa es la suprema aspiración de todo individuo y de toda sociedad  bien plantada: vivir en justicia. Tal vez por una tendencia romántica aspiramos a que la justicia elimine la crueldad, aunque nunca sería de modo automático. Estamos tan penetrados de egoísmo, de la horrenda inclinación a destruir al prójimo como última forma de afirmar nuestra naturaleza predatoria.

-¿Entonces habría risa, alegría? ¿Qué es esto para usted?

-¿Risa? Yo celebro mucho el ingenio de otros. Claro que me cansa, me agota la gente que por fuerza quiere ser graciosa. Celebro el auténtico ingenio, el buen humor. Aún el humor negro, aunque yo no sea capaz de generarlo. Tal vez tenga un sentido trágico de la vida. Esto no me impide disfrutar de numerosos placeres, incluyendo la alegría que otros generan con su optimismo, o su simple buen humor.

-Ese sentido trágico de la vida indudablemente se refleja en lo que escribe. ¿Será un mecanismo? ¿Herencia hispánica?

-Sería imposible precisar una sola causa. Quizás entre ellas está cierta tendencia de percepción. Recuerdo yo que era muy niño cuando hice lo que no sabía que era un autorretrato. Lo que más me sorprendió después de dibujarlo fue que había percibido todo el sistema venoso de mi cara, de mi cuello, mi propia tensión ante el espejo. Creo que eso ya marcaba la tendencia a percibir ciertos detalles más que otros. Esta es una vaga ilustración, porque el sentido trágico está mucho más allá del detalle: es un tinte que todo lo invade. El problema consiste en creer que esa percepción particularmente nuestra, sea la última verdad.       

-¿Logra usted, entonces, dar a las verdades de los otros el mismo peso que a las suyas?

-Yo padezco los mismos defectos de todos, pero trato de conocer el punto de vista ajeno. Entre otras cosas porque no se puede escribir prosa narrativa si no se aprende a asumir puntos de vistas distintos de una misma realidad.

-¿Si la narrativa lo hace ampliarse, la poesía lo cerca, lo mete en sí mismo?

-Así es. A otras personas les acontece todo lo contrario.

-¿Cómo ve el mundo?

-Como una imperfección. A veces como un divino error.

-¿Es creyente?

-No. A veces soy supersticioso.

-¿Y qué es la superstición?

-Pequeñas representaciones que uno se hace para poder manejar la vida diaria. Son instrumentos necesarios para ejecutar la vida.

-¿Qué ambiente necesita para escribir?

-Estar solo. Tener un espacio donde no haya perturbaciones. Pido siquiera un cubículo donde poder estar. No podría jamás hacer un trabajo como es escribir, en un espacio colectivo.

-¿Y el amor?

-El tema más difícil y más ambiguo que se pueda tocar. Cuando menos puedo decir que he recibido más amor de lo que he dado. He tenido más allá del que merecía.

-¿Y de la mujer?

-Es  la contraparte necesaria. La vida sin esta contraparte para danzarla sería tan inútil como la escritura sin un lector y viceversa.

-¿Y la amistad?

-He tenido pocos, pero excelentes amigos.

-Además de Faulkner, ¿cuáles otros son sus escritores?

-Rulfo, Onetti, Guimaraes Rosa, pero siempre vuelvo a Faulkner. Es un autor de enorme influencia en todo un período mundial y particularmente en América Latina. La ejerció sobre nosotros porque es un escritor del Caribe. Para algunos, esto sería una herejía, pero corro el riesgo de creer que ese sur norteamericano que vive en su saga, es parte del Caribe.

-¿Es usted  gran conversador?

-Soy mejor escucha que conversador. Eso depende también de los estímulos que reciba. Hay gente que me cae como una lápida y me silencia. Hay gente que me estimula y propicia la conversación, me lleva a decir lo que no diría ante otras personas. Usted, por ejemplo, me ha hecho hablar.

-Usted ha hecho guiones cinematográficos, ¿cómo se inserta en el cine?

-Es un  lenguaje en sí mismo. No es literatura, ni artes plásticas. Tiene su propia razón de ser. Siempre me ha interesado como lenguaje. Siempre he percibido el fracaso que representa llevar la literatura al cine. Esto es más evidente con obras literarias como Ulises de James Joyce, como Pedro Páramo de Juan Rulfo. Recuerdo solamente dos cosas que correspondían en esencia, en espíritu, a la obra literaria. Es un cuento de Chevoj, La dama del perrito, película que hizo el cine soviético.

 

Y otra película del cine italiano a partir de una novela, Crónica familiar de Vasco Pralolin. Son muy pocos los éxitos en este intento de transvasar lenguajes.

-¿Cómo hace con los guiones?

-Parto siempre de que se trata de expresar con imágenes en movimiento.

-¿Qué son las palabras en este caso?

-El diálogo es solamente un apoyo en momentos estrictamente necesarios. La imagen debe expresarse por sí misma. El cine no debe estar falsamente apoyado en una enorme cantidad de palabras, de diálogos. Claro que también existen excepciones. Cuando uno lee los guiones de Ingmar Bergman, puede leerlos sin necesidad de estar viéndolos en pantalla porque Bergman tiene la capacidad, el genio para hacer cine a partir  de las obras literarias que son sus propios guiones.  

-¿Y la locución?

-Me interesó cuando estuve dirigiendo una radiofusora universitaria en Veracruz, México. Era otro de mis tantos ejercicios en la pobreza; ésta vez la de una pequeña radiofusora en la que tenía que hacer todo: guionista, locutor, director, sonidista, etc. 

-Decía que Faulkner es parte del Caribe, ¿es parte entonces de su Costa Atlántica?

-Claro. Por eso nos interesa a todos los caribeños, que somos muchos más de los que  admitimos nuestra condición caribeña. Faulkner habla desde nuestra común imaginación, desde nuestra común historia. Para nosotros es mucho más fácil entender su lenguaje en una saga como la de Faulkner, que por ejemplo, en la de Fitzgerald, que atraviesa otras experiencias. No se produce entonces la espontánea identificación.

-¿Cuál es su música?

-Tengo la mala costumbre de oír eso que llaman música clásica, pero particularmente me gusta la música coral. Creo que es el más extraordinario instrumento del que dispone el ser humano es su propia voz. Y cuando esta voz suena unida a otras, es para mí la más alta expresión de la música. Esto incluye los spirituals que reamente me conmueven. Aparte, tengo otros favoritos como Vivaldi, Mozart, Teleman. Pasé muchos años sin escuchar más que ese tipo de música y sentía un gran rechazo por lo que llaman música romántica. Me costaba mucho asimilarla, aceptarla, pero llegó un momento en que pensé que si la rechazaba era porque no la entendía y si no la entendía era porque no la había oído lo suficiente. Principié a oír música popular. Ahora hay mucha de esa música que me gusta.  

-¿Cómo cuál, la caribeña?

-Sí. La música que tiene toda esa esencia representativa de las fusiones que produce el Caribe, el reggae y toda la música jamaiquina, la música del Caribe francés, hispano, ¡de todo el Caribe nuestro!

-Me dijo una vez que el amor verdadero lo siente por sus hijos, esto de amar lo naciente, lo tierno se expresa también más ampliamente hacia la juventud, los

 

jóvenes escritores? ¿Tiene algún tipo de relación con ellos?

-Siempre admiré mucho a Julio Cortázar por su obra y por su capacidad de permitir que los jóvenes se acercaran a él. Era capaz de prestar la más grande atención al joven que se le acercaba a preguntar de su obra literaria, o a contarle sus propias cosas. Siempre prestaba la más sonriente atención. Yo quisiera ser así también.

-¿Y lo logra?

-Me cuesta inmensidades. No tengo esa capacidad de prefigurar la apertura para que la gente pueda acercarse a mí. Me sucede todo lo contrario, Sé que tengo una apariencia hosca y hermética que no facilita el acercamiento. Esto es lamentable, sobre todo cuando se trata de gente que podría darme y a la vez permitirme darles todo lo que uno aprende a través de los años, con la edad, con la vejez.

A todos los jóvenes que tienen esa inquietud por la literatura les digo que lectura y escritura es lo mismo, dos partes de un todo y que para aprender a escribir, hay que ejercer la lectura severamente. Debemos situarnos más allá de esa figura que tanto daño ha causado, que entre más ignorancia literaria se posea, mayor pureza podremos lograr en lo escrito. Creo que debemos situarnos más allá de esa estafa. Es crucial que los jóvenes tengan todas las facilidades, que no han podido darse, pero llegará el día en que Nicaragua pueda ofrecer a sus jóvenes, la gama entera de lectura.  

-¿En qué mes nació?

-En octubre. Soy Escorpión.

-Tremendo signo. ¿Cómo definiría en un par de oraciones a Lizandro Chávez Alfaro?

-Es un ser egoísta, muy vulnerable a la acción agresiva de otros. Un hombre que ha hecho mucho menos de lo que debería haber hecho y está obligado a hacer. Siempre tiene muchas excusas, muchos pretextos, pero se debe a sí mismo muchísimo más de lo que ha hecho.

Managua, mayo 1990.

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Ángela Saballos (Managua, Nicaragua) periodista y narradora nicaragüense, ha escrito nueve libros, entre ellos seis de ensayo y entrevistas políticas siendo el primero Mis preguntas, elecciones 90 y el más reciente Mis preguntas, jóvenes 2016; así como dos libros de entrevistas a famosos escritores y  un libro de cuentos, El triángulo de la chela cuya edición está agotada. Saballos irrumpió en 1969 en Nicaragua como la primera reportera incluida en el equipo de redacción del diario La Prensa en la que fue llamada Operación Eva por su Director, Mártir de las Libertades Públicas, Pedro Joaquín Chamorro, asesinado por la dictadura somocista en 1978. Saballos se inició en ese período de alta peligrosidad y mística para los periodistas en Nicaragua, y se destacó de tal manera que ganó el Monje de Oro en su primer año como reportera, pues era la primera en lanzarse a cumplir las misiones más difíciles a las que sus colegas hombres no se atrevían. Saballos fue diplomática ante la Casa Blanca en Washington y la ONU en Nueva York  durante la revolución sandinista. Ha trabajado en imagen  y relaciones Públicas; es Secretaria de Junta Directiva del Instituto de Promoción Humana y del PEN Internacional/Nicaragua y ex directiva de la Asociación Nicaragüense de Escritoras y del Centro Nicaragüense de Escritores. Entre otros honores, recibió la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío en Nicaragua. Abanderada de la autoestima nacional, derechos de la mujer,  infancia y el equilibrio ecológico, ciudadana comprometida con la anticorrupción, la libertad de expresión, el derecho a obtener información pública, Ángela Saballos es una infatigable luchadora social y promotora de temas que ubican a la persona como el centro de la discusión.

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