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  NARRATIVA  

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Con el giro de una llave
Por Ana Yilian Giroud

Elena cerró la ventana con cuidado, incluso se sorprendió de haberla dejado abierta en su momento. Con cuidado cerró cada una de las puertas de la casa también. Eran las once de la mañana. 

La sala estaba vacía, no quedaba ningún mueble, todos habían sido vendidos, incluso la lámpara verde con cristales y pequeñas incrustaciones doradas que le regaló su madre al comprar esta casa. Ahora, todo quedaba atrás: Ella se iría a un nuevo país mañana. Esa tarde se chequearía en un hotel cercano para de ahí salir al aeropuerto.

Elena suspiró cuando las gotas de lluvia comenzaron a sonar. Una, luego otra. Ella estrujó sus dedos. Quiso por un momento sentarse al sofá, sacar una botella y copa y disfrutar una noche de paz al observar el jardín como hiciera por tantos años. Era una sala abierta que daba al comedor, a la cocina, una terraza trasera, por el otro lado un arco iniciaba el camino hacia las habitaciones. Tres y una oficina donde no quedaba escritorio ni libro alguno.

El tintineo de la lluvia contra el techo era apenas un murmullo al tiempo que la mujer recorría la casa revisando cada habitación. Sus tacones iban sonando contra la madera. Kung-kung. Vacía. Kung-kung. Vacía. Kung-kung. Ah, hay una ventana abierta. La comida del refrigerador la tengo en el coche para el comedor comunitario. Un aire frío recorrió la casa, Elena ya estaba de vuelta en la sala, así que regresó a las habitaciones buscando cerrar esa ventisca. La tela de sus guantes le molestaba al tacto, se percató. El cloro será, por limpiar el baño esa mañana. Quería dejar todo limpio. 

El viento helado salía de una habitación con paredes rosa y nubes en ellas, por contradictorio que esto sonara. Elena apretó sus labios al cruzar la estancia, sus manos se cerraron una sobre otra, apretando los guantes en ellas. Elena tenía dolor corriendo por su cuerpo, un nudo en su garganta y el llanto atorado en su mirada. El corazón de la mujer se hizo una pequeña pasa con los recuerdos. Salió del cuarto para huir de ellos, pero estaban en cada esquina, en cada recoveco.

Entonces, se detuvo y observó todo a su alrededor. Elena estaba de pie en la sala, mirando la estancia vacía, viendo a los recuerdos tomar cuerpo y alma, tomar la suya y llevarla hasta momentos pasados. Podía ver a Elenita correr por la casa, Ernesto la seguía, quizás peleaban. La niña le sacó la lengua al hermano antes de lanzarse en la carrera hacia su cuarto y cerrar la puerta con cerrojo, risas la acompañaron, mientras una lágrima cruzó el rostro de Elena. Ernesto se giró a ella, a su madre, hubo silencio, fue como si el recuerdo tomara vida, se hiciera corpóreo frente a ella. Sus rasgos tomaron forma, más forma hasta ser totalmente visibles, ella pudo ver los ojos. Extrañaba esos ojos marrones que ahora la miraban a través del recuerdo con, un halo cristalino, quizás por ser una evocación.

El joven la siguió mirando fijamente, había dolor en la forma de hacerlo. Ella, por un momento, sintió que realmente el recuerdo la podía ver. Sintió que la podía ver, lo sintió ahí, junto a ella, como hace tiempo no estaba. Lo extraño. Elena suspiró, guardando para ella el dolor. Al abrir los ojos, el recuerdo no estaba, ni se escuchaba la risa del recuerdo de su hija. La extrañaba, también. Le faltó el calor de sus abrazos y, de igual forma, el calor de él. Pronto los vería, era su alivio. Pronto les abrazaría.

Con ese pensamiento en mente, caminó hasta donde la esperaban sus maletas. Con la mirada en alto se puso los guantes, su mente quedó lejos, imaginando el reencuentro que esperaba hacía tiempo. Una sonrisa cruzó sus labios, sin que se soltase el nudo en su garganta.

En la puerta miró la estancia. No había sol, solo tenía el tintinear de la lluvia por compañía. Había silencio en esa casa solitaria ese martes, los vecinos no estaban cerca. Elena miró los recuerdos una última vez.

A esta hora mañana, ella estaría lejos, llegando a otro país. Un país donde nadie la conocía. En silencio, se despidió de los recuerdos, se despidió de la casa, del silencio y de Elena.

Elena quedaba en la casa, aunque salió por la puerta, aunque cerró con llave, se subió al carro y fue al hotel. Aunque se subió al avión, Elena se quedó en la casa, junto a tres cuerpos enterrados en el patio.

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Ana Yilian Giroud (Cuba, 1997). Escritora, licenciada en Comunicación y copywriter. Asistió al Taller de Escritura Creativa de Cultura UCA y al curso Laboratorio de novela. Ha publicado sus cuentos en La Prensa (2014) y en las antologías Mujeres de miedo que cuentan (2019) y Mujeres que cuentan secretos (2020).

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