POESÍA

Selección poética
Por Ana María Rivas
Historia de la canción de fuego.
I
Tú brotabas del aire como un espasmo entre las hojas
brotabas del silencio que origina los ciclones.
Pero tu cuerpo era una canción de fuego:
Ardías en los límites de la tempestad de mis manos.
No llamabas a un huésped del viento,
sino una amante que supiera de la espera,
de mirar por las ventanas y disecar las multitudes
de estrellas y de nombres que asomaban a buscarte
y guardar,
ramos de flores marchitas
para colgar sus cuerpos en la puerta de tus ojos.
II
Hay un cuerpo de metal bajo mi cuerpo
Tú lo forjaste en tu corazón incandescente
Aunque tu lengua era un eterno crepitar
tu corazón era hierro forjado de espinas.
Amabas las espadas nacientes de tus manos
y hundías sus filos en la soledad de mi cuerpo.
III
Un canto de hombre lunar
hace temblar los pilares del tiempo
su voz se multiplica y golpea
las paredes de mis manos de hierro.
Aunque tu origen
era el aire y la escarcha
tu vocación fue siempre el incendio:
peregrinar mujeres y volverlas ceniza.
Ahora encuentro tu epitafio en mis manos,
tu beso es, solamente un despojo,
porque el hierro de mi lengua se ha vuelto una guadaña
y mi voz sólo hiere el aire con tu nombre.
Cómplices
El templo está por arder:
nuestros labios se rozan y encendemos el fuego.
Y qué felices somos,
desnudas, frente al altar de la muerte.
Ven hermana, asómate al espejo:
contempla la belleza con que creció tu semilla
recorre los campos hacia el sur de tu cuerpo,
deslizaré mis dedos sobre tus montes.
Muerdo tu cuello y te escucho crepitar
lamo tus dedos que encontraron otro norte.
yo soy tu viña, tu sed y tu vino
y habré de derramarme en ti.
Cierra los ojos y siente,
cómo nos acercamos al eclipse.
Niña mía, muévete en mis manos,
haz que tu vientre florezca en mi lengua.
Oráculo
Dame unas alas de pájaro para el viaje
sujeta bien mis manos,
y lléname de cera.
No temas,
sé muy bien mi destino:
el sol derretirá mi vuelo
y yo caeré,
incendiada sobre el mar.
Indumentaria
Tomar las palabras,
tenderlas al sol,
exprimir su perfume
a ciudad de insomnio,
a historia que escurre
y hace arroyos de sangre.
Dejar que se sequen,
descolgarlas del nudo.
Agruparlas por color.
Las que llevo a dormir,
Las que digo desnuda
Las que uso en ocasiones
cuando Dios hace el trueno.
Doblar las palabras
meterlas al clóset.
usarlas cada día
para vestir mi silencio.
Revelación
La poesía ocurre al descubrir
mi reflejo en los ojos del gato.
Canto responsorial
Yo también rogué a la sombra
de un dios desconocido
direcciones y astrolabios
para hallar el puerto.
Yo también blasfemé mi estirpe:
Con las piernas bien abiertas
parí mis alimañas.
Les saqué los ojos
les corté la lengua,
colgué sus manos en mi pecho
como amuletos contra el tiempo.
Tomé sus ojos y planté
árboles de cien mil pupilas.
Ellos se abrían a mi paso como sauces:
Lloraban.
Cascadas de imágenes brotaban de sus ramas
y el viento agitaba sus frutas amargas.
Un jardín de palabras floreció de sus lenguas
desde entonces la hiedra se enredó entre mi sábana
Madre, no soy yo quien te llama,
es la piedra.
Atrapada estoy bajo la hojarasca.
Mi sombra me sueña
en un río serpientes
asciende hasta el altar de mi niñez,
y me llama
con la voz de todas las bestias que parí.
Yo también clamé por direcciones,
Yo también rogué por astrolabios
Hecha a imagen y semejanza tuya,
fui también,
madre mala
y me perdí.

Ana María Rivas