Alcance viral
Por Angélica Quiñonez
Dijeron que sería solo por unos días. El doctor me entregó una mascarilla y repitió que lo llamara si llegaba a sentirme aun ligeramente enferma. Instalé mi laptop vieja en la mesa del comedor-cocina-sala, y a falta de una silla ejecutiva puse varias almohadas sobre la reclinable de hierro. No era totalmente incómodo, pero creo que esa es la ventaja de vivir sola y sin gatos.
Desde las ocho, yo hacía casi lo mismo que todos los días. Las llamadas del consultorio llegaban a mi celular, que ahora se mantenía conectado para evitar que la batería se agotara por cualquier motivo, y las citas del doctor debían quedar registradas en un calendario virtual.

Las notas de recordatorio e invitaciones a chequeo anual ya no necesitaban sobres ni firmas personalizadas con mi caligrafía: bastaban un par de clics para que se enviaran automáticamente y devolvieran la respuesta. Ahora que no estaba llevando el café del doctor ni organizando sus gabinetes de medicamentos, mi trabajo del día difícilmente sumaba cincuenta minutos. En el primer mes intenté el yoga y la panadería, pero ninguna actividad me cautivó como el Facebook.
Lo revisaba en la computadora mientras comía el desayuno, y pasaba el resto del día descendiendo en su pestaña azul hasta que me quedaba dormida, a veces frente a la laptop y otras veces con el teléfono en la mano. Así supe qué princesa de Disney se parece más a mí (Pocahontas), las virtudes inesperadas que tiene el aceite de coco como lubricante sexual y cuál es la fecha de aniversario de todas mis compañeras del colegio (la mayoría escalofriantemente cercanas a la graduación).
La mañana de un miércoles, Julissa Romero compartió una foto de recuerdo: Kindergarten 1995. Miren qué ternuritas. Nuestros rostros redonditos se distinguían por las coletas y rizos; quince muñequitas uniformadas entre las dos monjas. Encontré reacciones y comentarios de todas las chicas excepto una: Amy Waleska Martín. Éramos las mejores amigas en la primaria, hasta que tuvimos un pleito en los básicos y dejamos de hablarnos. Yo no volví a tener una mejor amiga y, hasta donde supe, Amy Waleska abandonó el colegio justo antes de que empezáramos el secretariado.
Me sentí bastante estúpida reaccionando con un corazón: ninguna de estas chicas hablaba conmigo. Yo no aparecía en sus fotos de boda con mi vestido coordinado ni en sus videos de cierre de licenciatura con un shot en la mano. Supongo que algo tiene que ver el hecho de que no haya tenido un novio desde los dieciocho o que no haya estudiado una carrera, pero quizá la verdadera razón fue que no conservé esa simple amistad. Quise etiquetar a Amy Waleska para comentarle cómo recordaba sus peinados de trencitas y su tendencia a romper los crayones veinticuatro años atrás, pero descubrí que ella no estaba en mi lista de amigos.
Introduje su nombre en la barrita de búsqueda y recibí varios resultados. La edad, el tono de piel y el color de ojos descartaban a todos, excepto al perfil con la foto de una rosa. Le envié una solicitud y recibí la confirmación en segundos. Sentí ese tierno escalofrío de nostalgia y me dispuse a explorar el resto del perfil. Entonces descubrí que esta mujer tampoco era mi amiga, al menos no la que conocía en el colegio.
Esta Amy Waleska Martín estudió en un colegio diferente, laico y mixto, donde comúnmente era la abanderada. Tenía un pastor alemán llamado Flash, un carro nuevo (al menos nuevo en 2016) y un gusto por el vodka con jugo de mora. Llegué a las once de la noche explorando sus publicaciones más recientes: memes, recetas de flan, artículos sobre el colapso hospitalario, recuerdos del primer año de universidad… No reuní el coraje ni el ingenio para escribirle un mensaje, pero sí le regalé un me divierte en ese meme del cachorrito.
Mi nueva Amy Waleska tenía cuatro mil amigos más que yo. Todas sus fotos recibían un mínimo de quinientas reacciones y doscientos comentarios: Guapa. Te quiero mucho. ¿Cuándo salimos? Fui al inicio de su perfil en 2007 para comenzar a conocerla, y el día terminó sin que yo pasara de sus fotos de adolescente. Diferente de mí, Nueva Amy Waleska salía a conciertos y usaba esas minifaldas con pliegues que mi madre nunca me dejó tener. Volteé a mi pestaña de correo y hallé veinte mensajes sin leer. Mientras contestaba frenéticamente, descubrí que tampoco había anotado las citas de llamada. Hice lo que pude para recordar los datos, pero me resigné a devolver las llamadas por la mañana.
Me dije que limitaría el Facebook a unos minutos por día, pero me llevé el teléfono a la cama y seguí deleitándome con las fotos de bachiller de Amy Waleska. Ya en 2008 ella tenía una figura preciosa y la lucía con un corte de sirena azul marino. Sospecho que la envidia y los celos provocaron que su novio Juan José terminara la relación unos meses después, como evidenciaba su actualización el nueve de enero de 2009: </3 JJ x AW.
Me es difícil imaginar a alguien que podría odiar a Amy Waleska. Pasé en suspenso todos sus años de universitaria, cuando pensó que reprobaría Ecuaciones Diferenciales, pero finalmente obtuvo un premio por su proyecto en una feria de ciencias. Conoció a su novio Raúl. Se graduó de nutricionista el mismo año que perdí la virginidad. Y ni hablar de sus pasatiempos. Amy Waleska salía a correr religiosamente todas las mañanas y tenía un tiempo digno de maratonista. Viajaba a Massachusetts para la carrera y a Nueva York para pasar el Año Nuevo. También cocinaba la clase de postres que sus amigas declaraban mejores que el sexo.
Lloré de emoción cuando llegué a la foto de su compromiso con Raúl en la meta de la maratón de Boston. Su boda fue elegante pero sencilla, con tema de los Años Veinte porque ella ama las películas de gángsters. Volví a llorar cuando ella anunció que había perdido a su primer bebé, un niño, en el mismo año en que Raúl fue operado para extraer un tumor (benigno, gracias al cielo). Amy Waleska después se dio una pausa y se acercó a la Iglesia, pero se alejó cuando comenzó su ciclo de fertilización in vitro. Justo el año pasado anunció que estaba embarazada otra vez y sintiéndose más amada y feliz que nunca. Me encanta.
En un video del baby-shower, Amy Waleska y Raúl reventaban un globo que los cubría con confeti rosa y celeste. ¡Gemelos! Grité con emoción mientras ellos se besaban y sus amigos les aplaudían. Raúl estaba a punto de ofrecer unas palabras cuando la pantalla de mi laptop cambió a la interfaz de videollamada. El doctor, enfurecido como nunca lo había visto, había perdido sus citas de dos semanas y sus pacientes en emergencia no hallaban la manera de contactarlo. Me gritó que estaba despedida, y por más que imploré y lloré no me cedió otra oportunidad ni un centavo de prestaciones.
Enfurecida, decidí acabar mi amistad con Amy Waleska. Nunca me había devuelto un simple me gusta y seguramente no me escribiría para consolarme por el despido o siquiera ofrecerme el puesto de asistente en su planta de harinas. Jamás contestó mis comentarios sobre sus vestidos y tiempos de entrenamiento. Es casi como si no supiera que existo.
Entré a su perfil e ignoré la docena de mensaje nuevos. Busqué el botón para eliminarla, pero entonces leí el encabezado. Recordando a Amy Waleska. Este perfil ha sido memorializado.

Angelica Quiñonez (1990) es una escritora, analista digital y comediante guatemalteca. Publicó su primer poemario Teoría de Cuerdas en 2019 y la antología de poesía y narrativa El atentado del cuaderno negro en 2020. Colabora con una serie de sitios culturales latinoamericanos, incluyendo (Casi) literal, Liberoamérica y Te Prometo Anarquía. Actualmente trabaja en su primera colección de cuentos, con miras a publicarse en 2020. También figura como conductora del web-show La Ciudad de los Libros e integrante del colectivo centroamericano Comedia con Banquito.